POESIA
Marea en las Manos
Daniel Calmels
Colihue
169 páginas
Por Leonor Silvestri
Daniel Calmels propone a través de una Antología Personal reunir parte de su abundante obra, teniendo como eje principal, para realizar el recorte, el cuerpo en todos sus sentidos: escritura sobre el cuerpo, el cuerpo del poema, poemas sobre el cuerpo, y en el cuerpo. La vasta obra de Calmels, que entiende las funciones corporales literalmente desde su labor como psicomotricista, incluye libros éditos e inéditos: Huellas, Trazos, Letras, Marcas de Agua, Los oficios, La casa, y el magnífico y premiado Estrellamar. Esta antología se torna personal por la poetización de la vida que invita a presenciar cómo los fantasmas del autor se encarnan. El recorte por tema se torna una obsesión que guía todo el volumen: ojos, rostros, cejas, miradas. Casi no hay historias, por lo menos en apariencia. En los mejores momentos, ciertos poemas recuerdan al primer Viel Temperley aunque con una clara y ostensible conciencia erótica (“veo al rojo vivo/ la mojada materia digestiva/ que se anima en las puertas del cuerpo/ a mostrarnos sus tapices hambrientos de deseo”).
También hay heterogeneidad: desde un ars poetica que plantea un programa en el poema 4 de Trazos (“Antes que el lápiz no hay nada”), hasta la serie dedicada a la escuela que consigna uno de los momentos más líricos de la antología, cargado de resentimiento, dolor y amargura y que se suma a la larga tradición de pasarle factura no tanto a los aparatos institucionales del Estado sino a sus fieles víctimas esclavas, es decir las maestras.
Sin embargo, todas las palmas se la lleva el cruento e inclasificable Estrellamar, serie de poemas en prosa o ensayo-reflexión en voz alta sobre los horrores de todas las dictaduras militares y el totalitarismo. Si como decía Andy Warhol, se es tan bueno como lo mejor que se hizo en la vida, Calmels puede estar tranquilo habiendo “parido” este poemario.
viboritas de mar
Guadalupe Wernicke
Botella al mar
85 páginas
Por L. S.
El individualismo y la intimidad, muchas veces, parecen la clave para el primer libro de una joven poeta, como es el caso de Guadalupe Wernicke, de 24 años, con su primer poemario, viboritas de mar, así en minúscula. Y esa pequeñez no es un dato ocioso, porque sus textos son chiquitos, infantiles pero no para niños, sino escritos por una especie de finísima nena-mujer. Sin embargo, no se trata, simplemente, de un canto a la infancia o una oda nostálgica a un tiempo que se fue, sino la niñez misma y su delirante hermetismo, con raras colocaciones de una estética ligada, desde algún punto de vista, a ciertos grupos poéticos de los ’90, que deja percibir la desesperación en un ambiente donde, en apariencia, no pasa nada: “y soy una princesa color rosa/llena de dramitas sin un solo abrazo”. Clisés modernos que obstaculizan el tránsito fácil por el libro pero no por eso lo convierten en menos hermoso porque “es hermoso lo que lastima”.
Pero el desborde y la contención, en palabras de su madrina literaria, Ana Guillot, a partir de “Disfrutar el manjar” encuentran incluso espacio para la crítica de género y se desprende de “la mujer joven escribiendo de amor”. El deseo torturado y solitario como por ejemplo en “el pudor es mi regalo de cumpleaños/como dos viboritas en el juego/ pretendo arrastrarte conmigo/hasta el fondo” o en la metáfora de la irrea-
lizable autoconcupiscencia “empecé deseándome/ y se borraron de mi tacto los otros/ bebí/ fui lenta lamiendo mis labios” es el aspecto más encantador de este joven libro y el costado que incitan las ganas de ahondar en su lectura.
Deconstrucción de la mañana
Juano Villafañe
Atuel
107 páginas
Por Sergio Kisielewsky
El poeta llega al mar. Del agua saca las palabras, la sal, el día que se evapora. La deconstrucción tiene el sonido del líquido, la voz de los prójimos, los restos de la mañana. Los libros que reunió Juano Villafañe se asemejan a una dicción junto al oído. Lo que dicho al pasar queda: “Ella era esbelta/ difícilmente esbelta/ más próxima al amor que a los objetos”. La obra es entonces una estética que se construye con la mirada. Un lugar, vaya paradoja, donde se narra con pudor.
Formado en los ’70 en el Taller Literario Mario Jorge De Lellis, Villafañe tiene, como pocos autores en la poesía argentina, la marca de César Vallejo en la elaboración de sus primeros libros. De esta forma inaugura un modo de nombrar, de sugerir. Como si la naturaleza misma trabajara el silencio y por lo tanto una contemplación siempre activa, punzante.
Por el libro circulan lo que se va dejando atrás. La escritura es, de pronto, los jadeos en la playa, rostros al fin convocados por la furia del lápiz.
“Hay cosas que no se parecen”, dice el poeta mientras la noche se penetra a sí misma como memoria de lo que vendrá.
Por eso nada se asemeja a aquellos títeres, la brisa que siempre trae el agua, el deseo atravesándolo todo. Como la chica traviesa, la cuchara en el fondo del plato y los pájaros al borde del quicio.
“Hablé con tu madre/ quien te inventó con tu vestido corto.” Es en este abordaje donde el escritor es fuerte, donde el aire de fábula vehiculiza lo esencial. En el poema que da título al libro se evita la síntesis, se carga de elementos y el resultado resulta otra voz más audible pero menos potente.
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