DE IPOLA
¿Emilio De Ipola pateó el tablero?, ¿o sólo trata de mantenerse cuerdo en el yerto mundo académico gracias al humor? Sea cual fuere la razón que lo asiste, sus Tristes tópicos son una muy grata sorpresa. Parodia extrema, juego satírico, lucidez, chacota e ironía se conjugan en las agudísimas reflexiones de un filósofo y sociólogo cansado de jergas y farragosas parrafadas.
› Por Cecilia Sosa
Tristes tópicos
Emilio De Ipola
De la Flor
141 páginas
Desopilantes. Así son los Tristes tópicos de Emilio De Ipola, doctor en Ciencias Sociales de la Universidad de París, investigador del Conicet e incansable animador de las aulas universitarias. El autor –de quien el año pasado se reeditó La bemba (2005), donde su experiencia como preso político de la dictadura se tradujo en un sobrio ensayo sobre los modos de circulación del rumor en la cárcel–, irrumpe ahora en el mundo literario con un género tan exuberante como poco transitado: una sátira ingobernable y sin respiro sobre el mundillo de las Ciencias Sociales.
Tristes tópicos reúne nueve relatos, la mayoría publicados entre 1995 y 2004 en la revista de crítica cultural El ojo mocho, imposibles de apresar dentro de alguna categoría conocida previamente: ¿Ensayo?, ¿ficción?... ¿Cómo definir este extrañísimo e hilarante artefacto que amenaza con hacer desbarrancar todo el aplomo de la sociología y de sus aplomados practicantes?
En el prólogo, el mismísimo Eliseo Verón se ve obligado a abandonar su clásico aire doctoral y a confesar que el “tomito” tiene el vértigo de una montaña rusa y una “comicidad irresistible” que conduce hasta un clímax de lágrimas. Verón también se niega a inscribir los relatos dentro del género de la ficción (tal como sugiere con malicia el propio De Ipola) y propone, en cambio, la categoría de “fricciones”. Fricciones que juegan contra el fondo oscuro y oscilante de una experiencia de lectura donde navegan Marx, Durkheim, Weber, Freud y, por supuesto, Lévi-Strauss, a quien De Ipola homenajea desde el título (que se separa sólo por una letra del célebre Tristes trópicos) y a quien tributa silenciosamente a lo largo de toda la obra.
Desde su “Palabra a eliminar”, pasando por los títulos y llegando hasta las notas al pie de página, De Ipola marca el ritmo del asunto, desajustándolo todo. Su sutil arte de la ironía irrumpe en los lugares más impensados, conduciendo la más sofisticada disquisición metodológica al terreno más llano y sorprendente.
Al punto que sus rebotes se hacen oír desde el más anónimo autor de contratapa: “Un buen palo alto a las ciencias blandas” (G. Bateson), “Un fascinante viaje al más allá de las Ciencias Sociales” (Víctor Sueyro), e incluso, “Es un buen esfuerzo, por cierto. Desmitifica, pero no tanto como yo” (Felipe Pigna), “El hermoso libro del doctor Ipola hace reír, pero también hace pensar, lo que también es muy importante” (Mirtha Legrand). Pero vamos a los textos. La serie abre con “Mientras no hay vida hay esperanza”, una alucinada reivindicación de la demografía en manos de un investigador dispuesto a todo, incluso a dar la vida con tal de lograr que la realidad se ajuste a las cifras. En “La fusión comienza cuando usted llega”, se aprende a conocer al entrañable sociólogo uruguayo Walter Clotario Perdomo, que cuestiona aquello de que “sólo se conoce lo que se objetiva” desde su centro de investigaciones Infusoria (Instituto de la Fusión Sociológica Identificatoria), más conocido como “el Infu”. Algo parecido sucede con la esbelta y maciza “Patro”, tan segura de sí misma como temida por sus adversarios (al punto que “hasta David Viñas evitaba toparse con ella”), y dueña de una versatilidad tan infinita que desde su tierna militancia secundaria logró saltar de cargo en cargo, siempre promovida por agrupaciones diferentes, y sin traicionarse nunca.
Tristes tópicos no da respiro. Aquí y allá hay guiños, estocadas, latiguillos. No falta ni una semiótica soft del tango (donde casi como al pasar De Ipola explica mejor que nadie a Laclau), ni un proyecto de investigación sobre “El destino del Ser” auspiciado por La Serenísima y financiado en patacones correntinos.
Pero tal vez, el revés mejor asestado a las Ciencias Sociales sea aquel que irrumpe en “Necrosociológicas”. Allí, un tal Talcott Pitirim Goncalves, inventor del “laconismo metodológico”, se apronta a eliminar la “jerga sociológica, sus galimatías léxicas, su cacofónica pedantería y su aspecto general de esperanto para oligofrénicos”. Y propone una lengua nueva que reemplace las imposibles parrafadas por un conjunto de categorías tan nuevas y concisas como “nocau”, “mateo” e, incluso, “¡potra!”. Sólo un ejemplo (aunque da ganas de reproducirlos todos): “En lugar de derrochar tinta y papel mostrando cómo en la obra de Fulano cohabitan, opuestas, la tesis “a” y la tesis “b”, propongo que en lugar de esa dañina perorata el estudioso escriba o articule simplemente: NONO”. Cabe aclarar que el autor hace extensiva la propuesta para “mejorar ese lamentable párrafo de Emilio De Ipola”.
En su diversidad siempre sorprendente, los personajes de Tristes tópicos parecieran tener un punto en común: para bien o para mal, han hecho carne la teoría y asisten alelados a sus propias paradojas; ese momento donde biografía y voluntad personal chocan con la institución desnudando sus puntos más oscuros. Otro tanto se puede decir del autor. Irremediablemente borgeano, ilustradísimo y satírico a extremos impensables, en Tristes tópicos De Ipola deja entrever (casi a su pesar) la figura de alguien que ha hecho de la sociología y de sus aciagos límites una vida posible.
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