NASIF
Greenaway, el mundo isabelino y Benjamin en un ensayo de fina disección.
› Por Jorge Pinedo
Greenaway & Shakespeare
Bajo el signo de la alegoría benjaminiana
Sylvia Nasif
Brujas
122 páginas.
Una de las más entrañables características de la emoción estética acaso consista en la multiplicidad de significaciones del espectador/lector (lo que sea) que la obra de arte es capaz de albergar, aun más allá de la primigenia intencionalidad del propio autor. La traslación de una obra literaria al cine, sin ir más lejos, formula una apuesta a la agregación y desagregación entre palabras e imágenes. Prospero’s Books, el film de Peter Greenaway que hacia 1991 recaló en las salas rioplatenses bajo el equívoco título de La Tempestad, al remitirse a la obra teatral original de Shakespeare diluye la potente alquimia del cineasta.
Siempre poco valorizada, Prospero’s Books es revisitada por la cordobesa Sylvia Nasif con el cuidado de evitar “una traducción que cancela la lectura” y de tal modo abordar un artefacto cultural que “es, a su vez, un discurso sobre las artes”. Literatura, pintura, arquitectura, danza y teatro son conjugados por Greenaway y leídos por Nasif en sus entramados estéticos no menos que en su incidencia política, en especial en lo relativo a la posición del intelectual respecto de la polis. Pues, como a todos los mortales (por más que no se hallen siempre enterados) les cabe el principio de que sus actos tienen efectos sobre los otros. Con solvencia, Greenaway & Shakespeare se sostiene sobre un basamento histórico que requiere comprender el mundo isabelino, adentrarse en los vericuetos de los siglos XV y XVI hasta arribar a la festichola thatcheriana del neoconservadurismo caníbal en los ‘80. Hilo que enhebra en la puntada rigurosa de la autora al mago John Dee (filósofo alquimista, asesor de Isabel I), con Próspero (protagonista de La Tempestad), Sir John Gielgud (el genial actor que interpreta al anterior) y el propio director del film.
No basta haber visto la película una sola vez, entonces, a fin de deleitarse en sus vericuetos, dado que ésta deja de ser en ese tránsito una mera versión de la obra (ya no cabe denominarla “original” sin desmerecer a la de Greenaway con su fuerza propia) shakesperiana. Engarce que aúna al tiempo que distingue y hace de Prospero’s Books una interpretación en clave alegórica de The Tempest: vemos una escritura “en proceso” sobre la pantalla en la que la pluma cobra vida y hace nacer, crea la obra. Alegoría que recobra peso sustantivo al inscribirse dentro del marco teórico propio de Walter Benjamin, en tanto “esquema de todas las metamorfosis”, tal como surge en Origen del drama barroco alemán y, luego, en Tesis de filosofía de la historia. Perspectiva que permite situar el contexto de producción de ambas obras y de tal modo disponerlas a la contrastación dialéctica allí donde la alegoría figura como un “modo de expresión adoptado en épocas de crisis en la que el sentido de la caducidad es fuertemente experimentado”. Sin estas herramientas se torna farragoso ahondar en la sutileza tanto de Shakespeare como de Greenaway, sin ir más lejos en el ámbito donde comparten (uno con parlamentos y acciones, el otro con imágenes y textos) el sistema de representaciones de comienzos del siglo XVI en el que el universo quedaba instalado en la tripartición del mundo elemental de la naturaleza, el celeste de las estrellas y el supraceleste de los espíritus y ángeles. Compatibilizar tamañas visiones, desarrollarlas y facilitar una disección minuciosa de sus componentes constituye un esfuerzo de sistematicidad que politiza sin desmedro a la mismísima belleza.
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