H. F. HERRERA
Un velorio, un entierro y una ciudad que asfixia dan pie a la fábula de un tímido de novela.
› Por Juan Pablo Bertazza
El apocado
H. F. Herrera
Grupo Editor Latinoamericano
265 páginas
La paradoja del asno de Buridán muestra muy bien la discordancia que suele haber entre actividad mental y acción: a un asno le dejan dos montones de heno idénticos a igual distancia y, como no puede decidirse por ninguno de ellos, termina muriéndose de hambre.
El apocado, la primera novela del poeta cordobés H. F. Herrera, pone en escena las 24 horas de un escritor, desde el velorio de su primo Felipe hasta el entierro. Durante todo el libro, el narrador tratará de develar los enigmas de la vida de este hombre anodino que no pudo vivir corrientemente a causa de su timidez, levedad de carácter y terrible apatía. Ya desde la paradoja de pensar la timidez como una patología extremadamente social que sólo se manifiesta en contacto con los otros, el narrador despliega una verdadera montaña rusa intelectual mientras padece el reencuentro con Córdoba, su cuidad natal. Pero la parálisis de Felipe, a diferencia de los grandes obsesivos de la literatura, no es producto de una duda permanente entre ser y no ser, sino resultado de haberse decidido por el no ser. En ese sentido, el cadáver protagonista de esta novela es un antihéroe más trágico que absurdo ya que, en vida, siempre tuvo absoluta conciencia de su condición.
El apocado está construida a partir de un permanente contraste entre la pasividad del primo muerto y el movimiento estéril del narrador, que inaugura cada uno de sus capítulos con acciones puntuales de su recorrido por Córdoba (“camino en dirección al Hotel Sussex”, “deambulo por esas calles de traza colonial”, por ejemplo), todas las cuales rápidamente se desvanecen en especulaciones obsesivas. Por su parte, la muerte (que podría pensarse como el cenit de la timidez) funciona en el libro como una analogía del anonimato característico de la modernidad, encarnado en aquel hombre perdido en la multitud de Poe.
Así las cosas, el narrador se obliga a recuperar la subjetividad de su primo intentando obsesivamente romper los cerrojos de su vida a partir de un cóctel que mezcla fluir de la conciencia, asociación libre (tren, vagón, vagoneta, vago, vagabundo; cajón, caja, canoa) y reseñas históricas de los grandes sitios y personajes históricos de Córdoba, como Rivera Indarte, el doctor Gregorio Funes y la barroca iglesia de Santa Teresa de Jesús. Todo lo cual se da en el marco de un lenguaje poético plasmado en acumulaciones de sustantivos sin ningún tipo de nexos. Por otra parte, el encierro de la ciudad de Córdoba (lejos del mar y del extranjero) se corresponde con la naturaleza críptica de ambos personajes que, no obstante, detestan Córdoba y siempre desean estar en Buenos Aires.
El apocado cuenta con una rara virtud al emplear un lenguaje experimental que, lejos de entorpecer, enriquece la fluidez del libro. La novela, finalmente, revela su estructura circular cuando el narrador descubre que al entender a su primo, en realidad se entiende a sí mismo. Y el círculo se cierra aún más a partir del enigma o, lo que es lo mismo, la timidez con que se presenta su autor con iniciales: H. F. Herrera.
En todo caso, el círculo de El apocado, donde la actividad mental desplaza por completo a las acciones, se transforma en una rueda que por fin logra romper las barreras entre pensamiento y movimiento, generando así una lectura muy placentera.
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