HAMILTON
Una rigurosa novela negra dosifica el suspenso en torno
de un caso que implica la trama política de los ‘70.
› Por Juan Pablo Bertazza
Cercano oeste
Mariano Hamilton
Ediciones de Puntín
229 páginas
Todos los elementos necesarios para constituirse en una auténtica novela negra confluyen en Cercano oeste: armas de todo calibre, violencia a sangre fría, un detective que cae siempre parado, y el erotismo de la infaltable femme fatale. La diferencia, en todo caso, la aporta el color local: las canciones de Sandro, el café la Giralda y la nubosidad variable del oeste suburbano. Pero, a diferencia de lo que le sucedía a Marlowe, este caso no es uno más en la vida del detective decadente en cuestión sino una tabla que lo salva del naufragio de sus numerosas deudas: durante 1970 (año en que mataron a Aramburu), el matrimonio Forrester lo contrata para ubicar el paradero de su hija Carla, desaparecida misteriosamente dos meses atrás, con el expreso pedido de que se maneje confidencialmente, a tal punto que parece más importante la discreción que la propia resolución del caso. Un caso aparentemente muy sencillo que se va complicando con más desapariciones, pistas falsas, muertes, inesperadas salidas del closet (la frase tiene al menos dos sentidos) y una misteriosa congregación que se prepara para recibir a los extraterrestres e impedir que llegue el día en que paralicen la Tierra. Pero todas las digresiones del caso no son más que metáforas del escapismo que sufrió en su momento la clase media argentina: la complicación real es que el cauce de la novela va a llegar al río de sangre que dejó en nuestro país el genocidio militar. En ese sentido también el título, aparentemente ingenuo, puede tener otra resonancia: Cercano oeste, además de hacer referencia a la coordenada asociada con el agite, puede referir también –en su acepción temporal– a aquella reciente época de oscuridad nacional. Todo un riesgo para tratarse de una primera novela. Mariano Hamilton es un periodista que viene trabajando desde hace veinte años principalmente en la sección de deportes y que, por ejemplo, desarrolló el recordado juego del Gran DT y fue co-creador de Olé, el primer diario deportivo, y ésta es su primera novela.
El detective (quien, en guiño con la discreción antes mencionada, no revela su nombre en la novela), rompiéndose la cabeza (a veces, literalmente) trata de descubrir los vínculos entre la desaparición de Carla y los cimientos de una creciente organización paramilitar que planea exterminar subversivos. Y si bien el personaje está muy bien construido a partir de sus matices, presenta un problema muy concreto que, a su vez, divide en dos al libro. En la primera parte, y contra muchas evidencias de las que incluso puede percatarse el propio lector, se niega a explicar el caso en términos políticos, queriendo despolitizar a toda costa la investigación. La contradicción radica en que, posteriormente, el detective no sólo acepta lo que en su momento prefirió ignorar, y les hace la cama a los milicos “desde adentro”, sino que incluso exhibe una profunda lucidez para desbaratar todos los planes, erigiéndose en un héroe político.
Ese desajuste está a tono con el riesgo de novelar uno de los acontecimientos más desgraciados del país y no le quita al libro el mérito de proponer una intriga que, en la línea del film Crónica de una fuga sobre los hechos de la mansión Seré, demuestra una perfecta dosificación.
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