HAVILIO
El campo, la locura y los animales condimentan una primera y enigmática novela.
› Por Juan Pablo Bertazza
Opendoor
Iosi Havilio
Entropía
199 páginas.
En 1899, en un terreno fértil de 600 hectáreas de Luján, se colocó la piedra base de un proyecto dirigido por el médico Domingo Cabred, para mejorar la rehabilitación de enfermos mentales. El novedoso sistema –inspirado en el modelo escocés del open door– buscaba combatir lo que José Ingenieros, otro médico, denunciaba en La locura en la Argentina: el maltrato permanente de los pacientes, a quienes aglutinaban en el siglo XIX, junto a los inmigrantes más problemáticos. Los objetivos del doctor Cabred eran, al menos, dos: terminar con el hacinamiento de los hospicios porteños y crear un complejo psiquiátrico que suprimiera el sadoquismo de los chalecos de fuerza, los electroshocks y los sedantes no probados. Con el tiempo, el complejo fue evolucionando hasta volverse un verdadero orgullo de la zona que, no obstante, no tardaría en sufrir algunas consecuencias negativas.
Iosi Havilio condimenta su primera novela con un tema tabú de la psiquiatría, hoy resignificado en el concepto de desmanicomialización, para revisar –al mismo tiempo– un tópico pilar en la historia de la literatura argentina: la representación del espacio del campo, trabajado por una diversa gama estética e ideológica que va de Benito Lynch a Ricardo Güiraldes y resurge en autores recientes como María Martoccia. Havilio incorpora a esa tradición un punto de vista contemporáneo a partir de cuarenta y un capítulos cortos más un epílogo que podrían conformar tranquilamente escenas de una película o de una obra de teatro (Havilio es autor de El comeclavos, unipersonal basado en El entenado de Saer).
Opendoor, el libro, es una máquina permanente de generar intrigas que –no queda claro si deliberadamente o no– nunca son resueltas. El primer enigma tiene que ver con la voz del narrador: una mujer nunca nombrada y estudiante de veterinaria que, no obstante, se asquea con la pata amputada del perrito de su novia, Aída, y resulta, a la inversa de lo que solemos percibir en los veterinarios, muy indolente. Una tarde va a pasear con Aída hasta que ella desaparece y luego presencia un suicidio desde un puente de La Boca que, si bien coincide a priori con la desaparición de su novia, no va a inquietar demasiado a la veterinaria.
Lo que sí despierta su intriga es el pueblo de Opendoor, a donde llega para diagnosticar el tumor de un caballo que comparte nombre con su dueño: Jaime. En Opendoor va a encontrarse con varios personajes, a quienes identificará con los propios animales que examina; al mismo tiempo que da rienda suelta a su incontrolable ansiedad por conocer la historia del manicomio, “un pueblo dentro del pueblo”.
Durante su estadía en la estancia de Julián, la protagonista vivirá dionisíacamente, entre marihuana, ketamina (droga que se suministra, justamente, a los caballos), caos permanente, el mal sexo con su hombre de campo y la orgía perpetua junto a Eloísa, una verdadera Lolita menor de quince años, no muy servidora de Dios precisamente.
El erotismo le da al libro una impronta muy fuerte que, por momentos, justifica que todos los enigmas terminen como eunucos, custodiando la fortaleza de un misterio que nunca se resuelve. Pero hay un detalle no menor: muchas de las intrigas se relacionan entre sí a partir del léxico. Por ejemplo, un misterioso personaje de la estancia es apodado Boca, que es el barrio donde ocurre el suicidio de las primeras páginas.
Iosi Havilio, a partir de un lujurioso manejo del relato, logra hacer de Opendoor un debut promisorio.
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