BOURRIAUD
Un recorrido por la sensibilidad artística moderna que se interroga acerca de la intervención del público en la obra.
› Por Patricio Lennard
Estética relacional
Nicolas Bourriaud
Adriana Hidalgo
143 páginas.
Publicado originalmente en Francia en 1998, fruto de la observación y el trabajo que el crítico y curador Nicolas Bourriaud realizó junto a un grupo de artistas a lo largo de la década del ’90, Estética relacional es un libro que deja en claro que el principal desafío para quien se propone teorizar sobre el arte consiste en definir el estilo del propio presente. Tarea de inspiración parabólica, podríamos decir, que le ha permitido a Bourriaud captar la forma en que varios artistas contemporáneos (lejos de un interés por elaborar de manera individual objetos para ser exhibidos en galerías de arte o museos) han focalizado sus prácticas en los vínculos e interacciones que su trabajo busca generar en su público.
Tanto en los “espacios habitables” del artista tailandés Rirkrit Tiravanija, en donde los visitantes pueden hacerse de comer, conversar, tomar algo y, en algunos casos, hasta ducharse o dormir una siesta, como en las “ofrendas generosas” de afiches o caramelos envueltos con celofán del cubano Félix González-Torres (nombres de una lista que también comprende a Maurizio Cattelan, Philippe Parreno, Vanessa Beecroft, Liam Gillick, entre otros prestigiosos artistas), Bourriaud señala ejemplos de los “modos de encontrarse”, de los modelos de sociabilidad por los que la estética relacional busca darle una vuelta de tuerca a la participación del espectador en la práctica artística. Obras que bien pueden ser vistas como síntomas del auge cultural por lo interactivo (cuyo origen se remonta, en el terreno del arte, a los happenings y las performances Fluxus de la década del ’60), y que lejos de soñar con utopías sociales o proyectos revolucionarios, apostarían a transformar la sociedad construyendo “formas de vida y modelos de acción dentro de lo real existente”. “Microutopías de lo cotidiano”, amplía Bourriaud, en las que el arte relacional quiere ser tanto fermento de cohesión social como posibilidad de inventar nuevas formas de estar-juntos: híbrido de eventos, instalaciones y prácticas comunitarias en los que tanto un vernissage como la propia exposición pueden ocupar el lugar de la obra.
Es en ese costado pretendidamente político del arte relacional donde muchos de los críticos de Bourriaud han querido ver la llaga a la medida de sus filosos pulgares. Porque si algo ha despertado Estética relacional es una de las discusiones más encendidas e interesantes en el campo de las artes en los últimos tiempos. De ahí que varias de las obras patrocinadas por Bourriaud fueran tildadas de ser expresiones de un “arte festivo” (sólo limitado al espacio de galerías y centros culturales y, por esto mismo, sostenidas sobre una endeble analogía entre “obra abierta” y “sociedad inclusiva”). Reproches que la crítica británica Claire Bishop le enrostró a Tiravanija (uno de los artistas fetiche de Bourriaud) al preguntarse qué pasaría si alguna de sus instalaciones fuera invadida por personas en busca de “asilo efectivo”.
Pero más allá de lo objetable que puedan ser algunas de las ideas acuñadas bajo el nombre de “estética relacional” (a esta altura un concepto que forma parte de un léxico común y que es referencia casi ineludible a la hora de reflexionar sobre el arte contemporáneo), lo importante es que Bourriaud aporta un mapa riguroso con el cual es posible recorrer la intrincada geografía de las artes del presente. Un cometido que amplía y perfecciona en su imprescindible libro de 2002, titulado Post producción (otro concepto clave de su obra), en donde parte de la evidencia de que cada vez son más los artistas que interpretan, reproducen y utilizan obras realizadas por otros (al igual que otros “productos culturales disponibles”), para terminar analizando el modo en que las nociones de originalidad y de creación se difuminan en un paisaje cultural signado por las figuras del DJ y del programador de software libre. Pruebas de que el verdadero (y loable) compromiso que asume Bourriaud es desentrañar la sensibilidad común de nuestra época.
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