Dom 22.07.2007
libros

NOTA DE TAPA

El tiempo recobrado

› Por Rodolfo Edwards

Emiliano Bustos, el hijo del poeta Miguel Angel Bustos, desaparecido en el otoño de 1976, recopiló durante largos años artículos periodísticos y prosa dispersa de su padre que, si bien circularon en su momento a través de prestigiosas y difundidas revistas culturales, con los años se fueron disolviendo en las nieblas del olvido. “Cuando secuestraron a mi padre, nuestra casa fue ‘dada vuelta’ en la supuesta búsqueda de rastros ‘subversivos’. Hasta donde sé sus papeles –fundamentalmente los literarios– pudieron, posteriormente, ser ordenados por mi madre, Iris Alba; recuperaron en parte, gracias a ella, la fisonomía que Bustos les había dado. Asimismo, quedaron también en nuestra casa –durante años– diarios y revistas, material de época que contribuyó, durante mucho tiempo, a crear ese microclima que en realidad gestó una preservación”, dice Emiliano en el minucioso prólogo que redactó para la edición de Miguel Angel Bustos. Prosa 1960-1976, publicado recientemente por el Centro Cultural de la Cooperación Floreal Gorini. En el período en que Miguel Angel Bustos escribió sus artículos periodísticos, da la sensación de que una gigantesca nube se posó sobre la época, emitiendo claroscuros, rimando con la promesa de un cielo a punto de abrirse y también con el ojo de la tormenta, una nube que reflejaba los rayos del sol pero que en su hinchazón enigmática también cargaba electricidades y desencuentros. Leer hoy las reseñas bibliográficas, las entrevistas y los ensayos de Bustos puede despertar añoranza y nostalgia de un tiempo que, a pesar de sus complejidades, lucía más sano y vital como esos chicos traviesos que se aparecen tarde por la casa, con las rodillas sucias y algún chichón en la cabeza pero rezumando una salud universal. ¿Cómo no conmoverse con el tono de las notas de Bustos? La ausencia de cinismo, el compromiso apasionado con sus lecturas, una prosa musical y elocuente que configura un sistema que armonizaba su deslumbramiento por las culturas indígenas de América con la devoción por los periplos alucinados del Conde de Lautréamont, el mundo de Henry James o la poesía de su admirado Friedrich Hölderlin. Refiriéndose al antropólogo francés Marcel Mauss en una nota para Panorama Bustos expresó su opinión acerca del tipo de intelectual que le interesaba: “Mauss fue, por su ambición humanista y aspiración de saber enciclopédico, uno de esos pocos ejemplares de sabio que no hace de su disciplina un gabinete cerrado a las demás fuentes del conocimiento, o que únicamente se permite ampliar sus estudios con aquellas ramas paralelas a las de su especialidad”. A la luz del presente, aquellos buenos apetitos, esa tremenda vocación por los excesos (de libros, de oficios, de ambientes, de ideas) puede resultar repulsiva e incluso ingenua y romántica. A través de su poesía, de su pintura, de su militancia cultural y política se deduce cabalmente la figura de un profundo humanista. El prólogo de Emiliano Bustos no sólo representa un tributo a su padre y una vindicación de su obra, testimonia además, muy detalladamente, el estado de las publicaciones culturales argentinas en los albores de la conflictiva y tumultuosa década del ’70; una jugosa cantidad de datos sobre personajes de la época nos devela entramados y operaciones dentro del campo político e intelectual de ese momento: “Siete Días era una revista de interés cultural y la publicación estrella de Editorial Abril, la empresa familiar fundada y dirigida por César Civita (1905-2005) cuyo proyecto fue prácticamente destruido hacia mediados de los ’70. El italiano se había radicado en la Argentina en los ’40, produciendo historietas (trajo al país a autores como Hugo Pratt, Mario Faustinelli y Alberto Ongaro, a los que se incorporaron los locales Alberto Breccia y Héctor Oesterheld) y fundando, entre otras publicaciones, Corsa, Parabrisas, Claudia, Adán, Panorama, además de Siete Días. El proyecto de Abril era amplio y difería, por ejemplo, del de Atlántida”.

Miguel Angel Bustos 1970. Al fondo, el Sheraton.

La mayoría de las notas incluidas en el libro fueron publicadas por Bustos en la revista Panorama; también hay registro de sus colaboraciones en Siete Días, La Opinión y El Cronista Comercial. Panorama, revista surgida en 1963, fue dirigida, durante un tiempo, por Tomás Eloy Martínez y contaba con una larga lista de notables colaboradores entre los que se contaban Juan Gelman, Rodolfo Walsh, Quino, Susana Pirí Lugones, Edgardo Cozarinsky, Ernesto Schóó, Osvaldo Soriano, Eduardo Belgrano Rawson entre muchos otros. En líneas generales continuaba el estilo de Primera Plana que apareció tiempo antes revolucionando el lenguaje periodístico bajo la capitanía de Jacobo Timerman.

Con respecto al tratamiento que se le dio a su padre en las memoriales oficiales, Emiliano Bustos aclara: “La operación reparadora de la memoria en muchos casos no avanzó o avanzó poco hacia su poesía, al no encontrar en ella –en líneas generales– rastros claramente políticos o de época y, por lo tanto, dicha operación quedó pivoteando, en muchas oportunidades, en su caso nominal de desaparecido. Este proceso generó, si se quiere –e involuntariamente– una suerte de doble vacío: el del escritor desaparecido, reivindicable pero básicamente en el terreno de su condición, no en el de su obra”. Al no haber una concordancia mecánica entre la palabra poética y sus elecciones políticas, a Bustos, o a Paco Urondo, se los veía como “leones de dos mundos”, divididos entre la literatura y la militancia, vistos como dos órdenes irreconciliables. El clima de la generación del ’60 favorecía estas interpretaciones y prejuicios que ayudaron a menospreciar la obra de muchos autores de esa etapa, acusándolos de facilistas o panfletarios. Bustos también escribió panfletos, como aquel poema Sangre de agosto, dedicado a los fusilados en Trelew: “Puede la nieve cubrir la tierra por un siglo/ trazar el frío un jardín de flores azules en el hielo/ mientras el desierto soporta la hambrienta luz del cielo blanco” (un panfleto escrito por un gran poeta sigue manteniendo su condición de poema, siempre). Con el correr de los años, el malditismo que muchas veces se le ha endilgado a Bustos lo condenó a un cono de sombras donde sólo se lo reconocía por su herética poesía y se obturaban todas las otras acciones (la plástica, el periodismo, las traducciones) que practicó en el medio cultural porteño de ese tiempo.

Además de todo lo señalado, Miguel Angel Bustos. Prosa 1960-1976 también nos ofrece un panorama de aspectos íntimos de Bustos: su amistad con Leopoldo Marechal (se reproduce el prólogo que escribiera para su libro de poemas Visión de los hijos del mal), las caminatas por la ciudad con Alberto Girri, sus encuentros con Manuel Mujica Lainez (“Manucho estaba impecable, con sombrero, acompañado por, según dijo, un ‘sobrino’, igualmente impecable”).

En suma, las notas de Miguel Angel Bustos recopiladas exceden largamente su carácter de simples documentos históricos y, burlando los archivos, dan cuenta de una efervescencia editorial difícilmente recuperable y renacen con altiva lozanía para continuar siendo una verdadera lección de periodismo cultural.

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