RESCATES
› Por Mariana Enriquez
Michael Moorcock es una leyenda en el mundo de la literatura fantástica inglesa, respetado pero sobre todo querido. Ultimamente, cada vez que la prensa lo menciona, lo compara con Hagrid, el gigantesco y bonachón guardabosques de la saga de Harry Potter. Moorcock es, en efecto, grandote y barbudo, con algo de integrante de la banda de Robin Hood.
Pero, como escritor, no es ningún bohemio ni un diletante. Desde que empezó a trabajar, en los años ‘50 (a los 15 años de edad), escribió más de setenta libros y fue editor de New Worlds —la revista de ciencia ficción y fantasía más importante de Inglaterra— en los años ‘60. Generosísimo agitador cultural, casi es el responsable de que se hayan hecho famosos autores como Alan Moore, M. John Harrison o Iain Sinclair, es decir, los grandes renovadores de la literatura fantástica británica. Y jamás pecó de ambicioso. Al principio, cuenta, solía escribir novelas enteras en dos días, porque así lo exigía la celeridad industrial del folletín; nunca creyó que fueran obras maestras. Al mismo tiempo, se convirtió en un verdadero estudioso de la literatura, militante anticonservador con alguna pátina anarquista y, según sus propias palabras, “orgulloso feminista”. Como especialista en fantasía, reveló su malestar ante el género desde un punto de vista muy particular: para él son inadmisibles las lecturas ingenuas del fantasy y la épica, a los que considera cargados de ideología. En esa línea, durante los años ‘80 encaró un ataque profundo al gran monumento de la épica inglesa: El señor de los anillos. El ensayo de Moorcock llamado Epic Pooh (un juego de palabras entre el clásico infantil Winnie The Pooh y el significado malandra de “pooh”, que es “mierda”) es furibundo, y allí decía: “Como Chesterton y otros escritores cristianos, Tolkien ve a los honestos artesanos y a los campesinos como el antídoto contra el caos. Estas clases son romantizadas porque generalmente son los últimos en enfrentarse al statu quo... El señor de los anillos está mucho más enraizado en su infantilismo que muchos de los más obviamente juveniles libros que influenció... El libro es una perniciosa confirmación de los valores de una nación en decadencia con una clase media en bancarrota moral, cuya cobarde autoprotección es responsable de los problemas a los que Inglaterra respondió con la brutal lógica del thatcherismo”.
Para materializar su ataque y dejar constancia de su punto de vista basado en una repugnancia ante el infantilismo de la épica, Moorcock escribió la saga Crónicas de Elric, el emperador albino. Saga que no se conseguía desde hacía años en Argentina, salvo las viejas ediciones de Martínez Roca, y que ahora acaba de rescatar Edhasa.
Al principio, las crónicas de Elric parecen más de lo mismo: los nombres complicados, los mapas, los mundos creados, el emperador, su amada, su némesis. Pero pronto quedan claras las intenciones de Moorcock: con toda su sencillez narrativa y la velocidad de su trama, Elric... es una muy inteligente meditación sobre la naturaleza del poder y la moral de los poderosos, sin concesiones: el reino donde transcurre se rige por la lógica de la guerra y desconoce la piedad, como suele suceder con los liderazgos de las grandes potencias. Moorcock elimina los infantilismos y la moderación, y nunca cae en visiones simplistas del Bien y el Mal. Elric no es muy querible. Todo lo contrario que Moorcock, el patriarca rebelde de la fantasía británica, que sigue escribiendo en Texas —donde vive con su esposa norteamericana— a pesar de que padece una enfermedad del sistema inmunológico y tiene setenta años. La edición de las crónicas, que ya va por su segundo tomo, La fortaleza de la perla, y se están publicando en el orden sugerido por Moorcock, es todo un acontecimiento para los fans del género, que hacía tanto no veían un libro del gran rebelde en castellano.
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