POLéMICAS
El perdedor radical (Anagrama) es un crudo y pesimista análisis de Hans Magnus Enzensberger acerca de una figura a la que denomina el perdedor radical: aquel que mata y muere en nombre del terror y la herida narcisista.
› Por Cecilia Sosa
¿Qué tienen en común el chico que ametralla a una docena de compañeros de clase y un terrorista suicida que dice responder a los mandatos del Corán? En un texto tan breve como personalísimo y estremecedor, Hans Magnus Enzensberger los enlaza a través de una tipología perturbadora: el perdedor radical. En su ensayo sobre "los hombres del terror", el poeta, documentalista y autor teatral sorprende con una figura universal tan desatendida como asombrosa que flota silenciosamente en los intersticios de la sociedad moderna. Mudo y discreto, de difícil acceso e imprevisible, el perdedor radical calla y espera. Portador de una terrible energía destructiva, no se hace notar hasta que desquicia. Y puede hacerlo en cualquier momento. Aun ante el hecho más nimio. Entonces, nada podrá detenerlo; amo de la vida y de la muerte, su acto desquiciado sólo cerrará cuando se ajusticie a sí mismo.
¿Quiénes son estos seres capaces de oscilar entre la autodestrucción y el delirio de grandeza? Según el autor, su existencia se funda en el modo en el que se ha acomodado la humanidad, llámese "capitalismo", "competencia", "imperio" o "globalización". En los últimos siglos las sociedades más exitosas han despertado expectativas de igualdad que no pueden cumplir, al tiempo que se encargan de exhibir por todos lados los resultados de la desigualdad. "La decepcionabilidad de los seres humanos ha aumentado con cada progreso", señala Enzensberger. Justamente, lo que al perdedor radical obsesiona es la comparación con los demás y no flaqueará hasta encontrar a los "culpables" de su suerte.
Atención. El drama del perdedor radical no sólo se desata en individuos aislados sino que puede capturar sociedades enteras. El ejemplo más claro es la Alemania nazi donde la ofensa narcisista del Tratado de Versalles encontró en el judaísmo el chivo expiatorio perfecto. La hipótesis de Enzensberger es que Hitler y su séquito no buscaba la victoria sino radicalizar y eternizar su estatus de perdedores: "Su verdadero objetivo no fue la victoria sino el exterminio, el hundimiento, el suicidio colectivo, el final terrible", dice.
Más allá de los grupos de izquierda que se guarecen bajo el nombre de "revolucionarios" (el autor brinda una colección casi irreverente de siglas rebeldes), a su entender sólo existe un movimiento con capacidad de actuar globalmente: el islamismo, un movimiento "apolítico" que no plantea reclamos negociables "sino que desea que los 'infieles' –es decir, la mayor parte del planeta– sea exterminada".
Si la fuerza del islamismo es haber logrado amalgamar reivindicaciones religiosas, políticas y sociales también se encuentra atravesado por una contradicción radical: una decadencia histórica que coincide con un rasgo cultural que se mantiene inmutable. "Sois la mejor comunidad humana que jamás haya existido", reza el Corán. He aquí la trampa que da origen a una herida narcisista que reclama compensación. He aquí también el territorio perfecto para que un grupúsculo tan "nebuloso" como Al Qaida pueda convertirse en el medio perfecto para movilizar a un colectivo que encuentra en el atentado suicida la consumación de su deseo doble de destrucción y autodestrucción.
En fin, las perspectivas vaticinadas por el autor no son auspiciosas: "Una sociedad mundial que depende de combustibles fósiles y que no cesa de producir nuevos perdedores tendrá que convivir con ellos".
Casi un manifiesto de la provocación literaria, el ensayo de Enzensberger se anima a un debate descarnado y exento de corrección bienpensante que no se libra en ninguna universidad.
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