Dom 02.09.2007
libros

MANKELL

Un Mankell casi tierno

Un volumen reúne cuatro novelas no policiales de Mankell, donde se sigue la vida de un chico con inusual sensibilidad y ternura.

› Por Alicia Plante

Viaje al fin del mundo
Henning Mankell
Siruela/De Bolsillo
688 páginas.

Mankell se hizo conocido en nuestro medio por sus novelas policiales, entre las cuales son quizá las más logradas Los perros de Riga y La quinta mujer. En todas ellas está presente la figura del inspector Kurt Wallander, un sujeto perfectamente común, sin un especial talento o vocación por la investigación policial, sin siquiera un apasionado afán de justicia. Estas características poco heroicas son quizá su mayor atractivo, la razón por lo cual un personaje que empieza por ser creíble se va volviendo próximo. Y es desde ese perfil que nos sumerge en sus vacilaciones, en sus conflictos y tics personales. Pero esta nota no estaba destinada a presentar los policiales de Mankell, sino esta saga compuesta por cuatro novelas que escribió entre 1990 y 1998, y cuya traducción recién ahora llega completa a nuestras manos. El título del libro es el de la última de las cuatro historias. Las otras tres son El perro que corría hacia una estrella (tres veces premiada), Las sombras crecen al atardecer y El niño que dormía con nieve en la cama. Lamentablemente, las novelas no se publicaron juntas, tal como hoy nos llegan (por supuesto porque Mankell no las escribió una a continuación de otra), pero en realidad estamos ante un relato que se va completando y en cuyas “partes” el autor se ve obligado a aclarar quiénes son los personajes que reaparecen y muchos de los hechos sobre los cuales se montan otros nuevos. La acción se desarrolla en un pequeñísimo pueblo del norte de Suecia, donde las temperaturas invernales dejan atrás los treinta grados bajo cero. El personaje principal es un chico al que acompañamos desde que tiene once años de edad hasta que cumple los quince: Joel Gustafsson. Joel vive con su padre, Samuel, un leñador que anteriormente fue marinero de grandes buques mercantes, con los cuales recorrió los mares del mundo y conoció numerosos puertos. Esto, ante los ojos del hijo, envuelve su pasado en un maravilloso halo de aventura y misterio. El vínculo que los une es el eje de hechos que se encadenan en una atmósfera notablemente delicada y conmovedora.

La transformación paulatina de Joel, su pasaje de la ingenuidad y las confusiones de la infancia, del mundo poblado por fantasías y sustentado principalmente por el pensamiento mágico, a la madurez prematura que su situación particular exige, lo mismo que los cambios profundos que se operan en Samuel a lo largo de esos cuatro años, aparecen descriptos por Mankell con tal maestría, es tan gradual e insensible la evolución de los personajes, que hojear hacia atrás de una novela a otra puede sorprender tanto como vernos de pronto en una vieja fotografía que no recordábamos. Las reflexiones de Joel, sólo muy ocasionalmente demasiado infantiles, alcanzan un realismo fuera de lo común: es como si el autor pudiese recuperar cada sentimiento, cada temor de su propia niñez, como si aquí no hubiese obrado la imaginación sino la memoria; y entonces Joel, sus esperanzas respecto del futuro, sus expectativas respecto del padre, su capacidad de ternura, su forma de amar –a Gertrud, la Sin Nariz, al viejo Simón, que con su lápiz cambia de los libros lo que no le gusta, a la Galgo, a la que puede perdonarle que se haya burlado– y aceptar que sean diferentes de él sin hacer nada realmente por cambiarlos, nos pone ante un ser que lamentamos que no exista.

En cuanto al surgimiento de los impulsos sexuales, así como su peso en cuanto signo de maduración, Mankell trata el tema de una manera original: el complejo desarrollo pulsional, la aparición de las fantasías eróticas, de la curiosidad, la timidez y, por supuesto, el deseo están tan bien descriptos que, por ejemplo, el trillado y muchas veces burdo recurso de explicitar la masturbación el autor se permite omitirlo. El psiquismo de la infancia y de la primera adolescencia no son territorios infrecuentes en la literatura; la relación con los modelos parentales, la compulsión dolorosa pero necesaria a desprenderse de ellos y crear los propios, a “matar al padre” y alcanzar la única juventud real y posible, la de ya no ser producto ni apéndice de una generación que se elige dejar atrás, no sorprenden como tema. Sin embargo, sí sorprende tanta belleza, tan tenue equilibrio de las emociones en un autor que nos tenía acostumbrados a la truculencia y la crueldad de sus criminales. Este, sin embargo, este que sabe lo que sienten sus seres, lo que les falta, lo que sienten, piensan y necesitan, este también es Mankell.

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