RESCATES
› Por Mariano Kairuz
“Ni en la realidad ni en la pantalla los espectros deben hablar. El mutismo forma parte de su esencia misma, y en estas condiciones su ilusión de vida puede llegar a ser perfecta." De esta manera se pronunciaba Horacio Quiroga sobre el advenimiento del cine sonoro, lamentándolo como una pérdida y el retroceso de una potencia narrativa nacida apenas algo más de 25 años antes. Para Quiroga el cine era un "arte realista y mudo por excelencia", y a pesar de ser él mismo un experto en el trabajo con las palabras, consideraba desde antes del ingreso de la voz que las películas debían prescindir todo lo posible incluso de los parlamentos y de los textos explicativos escritos, ya que el cine "utilizaba los exudados del alma sensibles a flor de ojo". Fascinado por las películas –que habían sido definidas como "Séptimo Arte" apenas dos o tres años antes de que él empezara a escribir sus reseñas–, el autor de Cuentos de amor de locura y de muerte era absolutamente categórico cuando hablaba sobre ellas. Y aunque no se lo haya propuesto así, sus textos sobre cine escritos entre 1919 y principios de los años 30 configuran una especie de manifiesto, todo un temprano y potente cuerpo teórico, pionero en el ámbito local.
Publicado originalmente hace diez años y medio con el título Arte y lenguaje del cine, Cine y literatura compila los escritos sobre películas y actores, y especialmente actrices, que el autor de Cuentos de la selva publicó en las revistas Caras y Caretas, El Hogar y Atlántida y en el diario La Nación, entre 1919 y 1931. Quiroga había empezado a escribir sus reseñas en 1917 ("dedicándole las primeras crónicas que sobre él se hayan escrito en el país", según se arroga él mismo en uno de los últimos artículos recopilados), en una época en la que no disponía de sobreabundancia informativa sobre los estrenos de la semana y probablemente debía abordar cada artículo confrontando poco más que su propia opinión frente a la película proyectada. En sus notas dejó claro desde un principio que valoraba el cine como entretenimiento popular (que los intelectuales de su época ya menospreciaban); que le gustaban más las producciones norteamericanas que las europeas; que le interesaban más los actores que los directores, y fundamentalmente que entendía que el cine era algo bien distinto de la literatura y sobre todo un arte liberado de la pesada carga literaria que arrastraba el teatro: si en las tablas había imitación de la vida, para Quiroga el cine, capaz de recrear con perfección "el ambiente", refleja directamente "la vida misma". Firmemente apoyado en esa idea, llegó incluso a reclamar que la imagen fílmica sustituya en la enseñanza básica el "fárrago de inútiles libros escolares".
Y si articula un visionario reproche a estudios y compañías productoras por lo que considera argumentos y géneros agotados, fórmulas repetidas y una (muy temprana) decadencia del cine, y les reclama la búsqueda de nuevos guionistas, autores capaces de generar asuntos coherentes en los argumentos y en los desarrollos psicológicos de los personajes, lo hace desde una defensa de las convenciones del folletín: "El cine todavía no encontró su Dumas".
El libro incluye un estudio preliminar a cargo del investigador Carlos Dámaso Martínez, que contextualiza las obsesiones cinéfilas de Quiroga y las pone en relación con los cuentos en los que el escritor tematizó el cine de manera directa. Y a modo de apéndice se publica también el bosquejo del guión de La jangada, que Quiroga basó en sus propios relatos "La bofetada" y "Los mensú", para una película que nunca se filmó y en el que intentó poner en acción muchos de sus principios personales sobre el cine y su fe en la imagen y el movimiento puros, en una energía que en el primer cuarto del siglo XX creía perpetua, imparable.
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