Dom 14.10.2007
libros

GALAXIA BORGES, DE EDUARDO BERTI Y EDGARDO COZARINSKY

Los otros, el mismo

Textos, autores y amigos implicados en lo que se dio en llamar “galaxia Borges” se reúnen en un volumen heterogéneo y, por qué no decirlo, borgeano.

› Por Juan Pablo Bertazza

Galaxia Borges
Eduardo Berti y Edgardo Cozarinsky (comp.)
Adriana Hidalgo
224 páginas

“Sin lugar a dudas, Borges es la mayor figura que ha dado la literatura argentina. Su sola obra bastaría para encarnar una edad de oro y exhibe un peso equivalente a lo que, en otras tradiciones, es la suma de varias individualidades. Dicho de otra forma, Borges es al mismo tiempo nuestro Tolstoi, nuestro Dostoievski y nuestro Chejov.” Con una desmesura cósmica y carente de ambages dispara el prólogo de Galaxia Borges, una antología compilada por Eduardo Berti y Edgardo Cozarinsky de narraciones vinculadas de alguna u otra forma con el universo literario y personal del autor de El Aleph. El libro reúne a autores célebres con estrellas que hace tiempo dejaron de brillar o que, directamente, nunca pudieron hacer llegar su luz. Y cada uno de estos dieciséis escritores son acá expuestos no tanto por características propias sino más bien por su gravedad con respecto al “maestro” (tal como lo llaman Berti y Cozarinsky). Así, por ejemplo, Bioy será “su más célebre amigo y cómplice intelectual”; Luisa Mercedes Levinson, “la única mujer con la que escribió ficción a cuatro manos”; y Betina Edelberg, “la única poeta entre las colaboradoras ocasionales de Borges”.

A la inversa, cada uno de los cuentos incluidos constituye una pieza de puzzle que, en su incompleta totalidad, crea una imagen un tanto distorsionada y siniestra de Borges. En “Yzur” (de Las fuerzas extrañas de Lugones) y sobre todo en el impresionante cuento “El zapallo que se hizo Cosmos” (incluido en Papeles del Recienvenido de Macedonio Fernández) está el serio coqueteo que tuvo Borges con la ciencia ficción, analizado recientemente por el ensayista Carlos Abraham. En “En memoria de Paulina”, de Bioy Casares, predominan los adjetivos raros y el desborde racional. Por último, “La cuarta memoria”, de Marta Mosquera, reelabora otro tema directamente raptado por Borges: el doble. Y además de compartir algunos rasgos temáticos y de estilo como la concisión, en su muy variada gama, acá hay lugar para narraciones que no tienen nada que ver con él, salvo el tomarlo como personaje o el hecho de haber sido apadrinadas por Borges. También hay lugar para inéditos, como es el caso de los textos breves de Betina Edelberg y la traducción al español de “Coronel Borges”, el relato de Gloria Alcorta, escrito en francés.

No estaría nada mal incluir la publicación de este libro en el actual debate sobre la caducidad o no del cuento. Es que, en la Galaxia Borges, carente de novelas y con las poco valoradas constelaciones de su poesía, le dejan un lugar central a ese astro borgeano por excelencia: el cuento. Incluso en el económico prólogo y en las escuetas presentaciones de cada autor, Eduardo Berti y Edgardo Cozarinsky parecen recrear la breve y coherente estructura que caracteriza al cuento. Y aun así hay preguntas que, por supuesto, siguen quedando abiertas: ¿tiene una fecha cercana de defunción este género y, con él, las formas que abrevan en temáticas borgeanas? O, también: ¿cabe pensar que una galaxia puede expandirse hasta el infinito y enriquecerse con nuevos aportes? Por lo pronto, el libro no va más allá de los últimos años de la década del ’40, la cual curiosamente se cerró con El Aleph. ¿Arbitrariedad que deja de lado a sus imitadores y epígonos actuales? Seguramente, pero se trata de una arbitrariedad que se propone evitar la propia arbitrariedad, toda vez que la relación entre Borges y los antologados está absolutamente documentada; llamando la atención al respecto el dato de que muchos de sus padres conocieron a los padres de Borges. Y sí, hay algunas ausencias que molestan, pero ésa es la ley de cualquier antología. Lo cierto es que los textos reunidos parecen llevarse bastante bien entre sí, lo cual podría provocar la conforme sonrisa del maestro que descubre la camaradería entre sus discípulos; o bien, exactamente lo contrario. Después de todo, y según el telescopio de este libro, la galaxia personalista en cuestión parece expandirse a lugares insospechados, alcanzando extremos con los que tal vez ni el mismo Borges soñó tocarse.

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