RESEñAS
Cosas de chicas
Diario íntimo de una niña anticuada
Laura Ramos
Sudamericana
Buenos Aires, 2002
192 págs.
› Por Mariana Enriquez
La premisa de Diario íntimo de una niña anticuada es atractiva: recrear, mediante un diario mentiroso escrito por una adolescente como un anacrónico folletín/novela del siglo XIX, una época que le sería hostil al estilo elegido para contarla: los años ‘70, en Argentina. “Los testimonios que iluminan una época no siempre son los más esclarecidos”, enuncian las “Palabras preliminares” de este extraño libro de prólogos y posfacios apócrifos, de engaños, cartas y fragmentos, plagado de guiños y huellas.
La construcción, compleja, tiene varios registros. Comienza con las palabras preliminares del editor, un intelectual trotskista que decide publicar el diario para brindar “una paradójica enseñanza sobre los alcances lingüísticos y políticos de la literatura del Imperio en nuestra nación inconclusa”. A continuación, un prólogo firmado por un doctor en Filosofía de la Sorbona afirma que “la mentira corrompe, la verdad no existe”. Por fin, el diario, y la novela. Emily/Emilia, la autora, escribe como si se tratara de Jo, la hermana rebelde de Mujercitas de Louise May Alcott. El homenaje a Mujercitas y sus secuelas es explícito: “¡Y yo que había peinado mis cabellos como Meg!”, se lamenta en un párrafo, por ejemplo. Uno de sus amigos se llama Nathaniel, como el primer niño albergado en el hogar para varones que Jo dirige en Hombrecitos junto a su marido, el profesor Bauer.
En el diario de Emily/Emilia también hay un profesor, pero es un trotskista e historiador revisionista de origen francés y, como la relación Jo-Bauer, ésta también es una relación edípica. Emily/Emilia está enamorada de David, un joven que en sus cartas cita a Jean Arthur-Rimbaud (sin comillas). Al grupo de amigos se agrega Alma, la bella, rica y seductora que ofrece el contrapunto con la pobre y huérfana Emily/Emilia. Hay ecos de las hermanas Brönte, también, incluso alusiones claras a Jane Eyre. Hacia el final, se adjunta un texto de Emily acerca de la muerte de Juan Lavalle y el papel de Damasita Boeda en la vida del General (¿un homenaje a Sobre héroes y tumbas, quizás, otra posible lectura de época?). La trama incluye un enigma de filiación y origen, un suicidio, un amor platónico, todos temas habituales de las novelas románticas.
Los amigos pasan sus días en una casa de campo, donde, guiados por el profesor, intentan escribir una tesis sobre La comedia humana de Balzac. Los temas elegidos varían: al principio es la traición, más tarde las amistades masculinas en Balzac... En las reuniones se emborrachan seguido, toman pastillas, hay algunas escaramuzas eróticas, toman café en La Giralda, visitan un prostíbulo y mientras tanto Emily/Emilia investiga su verdadero origen y asiste al profesor con tipeos, traducciones y cosas por el estilo. Emily/Emilia también le miente a su diario: pero cuando admite el engaño, la confesión no tiene mayores (ni esclarecedoras) consecuencias.
El estilo del diario obedece a un homenaje a las lecturas de infancia y adolescencia, quizás a una operación de evasión/negación de la realidad. Las cartas, posfacios, palabras preliminares y todo el resto de los textos recopilados responden cada uno a estilos diferentes. Las palabras preliminares responden a un discurso “trotskista”, entendido como filosófico, racional e histórico. Las cartas de Alma, a un discurso cercano al psicoanálisis. Todos están muy cercanos al estereotipo y la parodia. ¿Qué oculta este diario y su estilo anacrónico? Una adolescencia transitada en los años ‘70, la violencia y el terror real de aquellos años y quizá, una militancia. “Quizá” porque “eso” que oculta el diario está tan bien oculto que los indicios apenas son reconocibles. Y por esta operación de exageración en el artificio, que exige leer entre líneas todo el tiempo, que necesita de una atención permanente para descubrir a qué se alude, y cómo, es que si hay algo detrás de este texto escrito en clave, no queda claro qué es. Y el libro corre peligro de convertirse en apenas un inocuo juego de ingenio, una demostración de habilidad en el manejo de estilos, un ejercicio que, aunque bien ejecutado, no deja de ser un ejercicio. Y ésa no es la intención.
En su gravedad y prolijidad la novela trasluce una preocupación por dar testimonio de una realidad, hacer presente un horror que fuerza la evasión. Es posible encontrarlo, recorriendo la novela una y otra vez, yendo del posfacio a las cartas y de allí al prólogo, pero tal esfuerzo de indagación y lectura entre líneas resulta agotador. El interés que provoca la novela es comprobar si el desafío de dar testimonio de una época mediante apariencias engañosas y un lenguaje insólito logra su objetivo. La ambiciosa premisa crea expectativas, espera algo más que una curiosidad. Pero la novela no es más que eso. Como curiosidad, es ingeniosa, incluso encantadora por momentos. Laura Ramos maneja con elegancia los diferentes registros, pero cuando la novela termina, se encuentra con su punto de partida: la premisa sigue siendo más atractiva que el resultado. Un desafío tan ambicioso merecía algo más que una novela ingeniosa.