RESCATES
› Por Juan Pablo Bertazza
Alguna vez, Justo P. Sáenz (h) intentó una definición del Vocabulario y Refranero criollo de Tito Saubidet –completo y pletórico inventario publicado con ilustraciones en 1943–: “una importante contribución al estudio del folklore pampeano”.
Aquella obra había sido el feliz corolario de las andanzas del autor en la región de Tapalqué, donde se instaló luego de vivir dos décadas en París, al experimentar la nostalgia telúrica que, paradójicamente, suele despertar la ciudad de las luces. Varias décadas y lecturas gauchescas después, la editorial Letemendia inauguró una colección que recupera aquella obra magna en diversos volúmenes. El primer tomo se llamó Vida gaucha y recuperaba diversas voces sobre los usos y costumbres de los correligionarios de Juan Moreira. Ahora, con el parrillero título de Estilo gaucho, la editorial hace hincapié en los términos vinculados a las artesanías, las comidas y bebidas, construcciones y manualidades, entretenimientos, juegos de naipes, música, bailes y vestimenta de los hombres de las pampas. Recuperando la atmósfera telúrica de frontera como así también el inagotable imaginario de civilización y barbarie, este libro multiuso puede servir como glosario de nuestra literatura gauchesca y también como una lectura autónoma capaz de recrear el paraíso perdido.
Además de erigirse como un diccionario que da cuenta de palabras y giros como Tomo y obligo (“invitación a beber en igual cantidad que quien la formula, de carácter obligatorio y debiendo ser aceptada en el acto”) y Las del inglés (“En el juego de truco, es frecuente que el jugador anuncie la suerte del envido cuando está formada por treinta y tres puntos, diciendo las del inglés y expresando, antes o después, el número de puntos”), el libro ofrece una vuelta de espuela al emplear pasajes literarios. Definición y aplicación se dan la mano, por ejemplo, al detenernos en la palabra Lloronas (“Así llama el paisano a las espuelas, sin duda por el sonido acompasado y monótono que producen al andar de su dueño. Algunos aseguran que ese nombre viene de que hacen llorar sangre al animal”), ilustrada por un fragmento del Martín Fierro: “Y en las playas corcoviando/pedazos se hacía el sotreta,/mientras él por las paletas/le jugaba las lloronas;/y al ruido de las caronas,/salía haciéndose gambetas”. Lo mismo sucede con la frase La cuarta a los flojos (“Ginebra u otra bebida fuerte”) ejemplificada, en este caso, por un pasaje de El romance de un gaucho de Benito Lynch: “Pantalión, después de decidirse al estropicio, enseguida pensó que si acaso en el último momento llegaba a faltarle el ánimo, se iría a la pulpería e don Carmelo pa’alzar la cuarta aquella ‘e los flojos, que le sirve a tanto maula pa’ salir a las orillas ande los verdaderos machos, saben salir sin más ayuda e sus... riñones”.
En esa combinación de definición y uso logra la obra de Saubidet, tal vez sin quererlo, poner sobre la mesa lo esencial de nuestra literatura gauchesca: la apropiación –con diversos grados de eficacia– del habla de las pampas.
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