Dom 23.12.2007
libros

NOTA DE TAPA

Caballero de la noche

› Por Mariana Enriquez

Se dice que obtuvo el don para la narrativa de chico, cuando a los 12 años tuvo que vender medias por las calles de Buenos Aires. La familia Bajarlía, otrora muy acomodada, había caído en una importante bancarrota económica, y Juan Jacobo tuvo que salir a trabajar. Pero los Bajarlía pronto se recuperaron, y el chico pudo estudiar derecho y especializarse en criminología. Además, pudo dedicarse con auténtica pasión a la poesía y la literatura. Era, aseguran quienes lo conocieron, una rara mezcla de callejero y ratón de biblioteca.

La ocasión actual es que se acaba de publicar El placer de matar (Alción Editora), uno de sus libros inéditos de investigaciones criminológicas, y una muestra impecable de su talento y su gusto por lo insano, lo marginal, lo macabro; gustos y obsesiones que, inevitablemente, lo convirtieron en un autor atesorado por lectores jóvenes. Liliana Heer fue su amiga y compañera de charlas literarias, y cuenta: “En los setenta leí Fórmula al Antimundo, un libro de cuentos centrados en la pluralidad del tiempo y la problemática de la destrucción. Categorías básicas de la parapsicología y de la ciencia ficción, género dominado ampliamente por Bajarlía y sobre el cual mantuvimos luego algunas conversaciones. Recuerdo el día en que escritores amigos me hicieron conocer a Jean Jacques en un bar cercano a su despacho. Una suerte de iniciación en el campo literario (yo aún era inédita). Para jóvenes de mi generación y de otras varias, Bajarlía funcionó como referente de entredichos artísticos, maestro, brújula, amigo incondicional, gran lector y narrador maravilloso de anécdotas de todo calibre. Jean Jacques poseía numerosos rasgos que atraían a los artistas en formación, simplemente porque él siempre fue joven, abierto, espontáneamente deleuziano, amante del devenir. Fue un precursor del cyberpunk, de los seres electrónicos, no en el sentido de la repetición de la máquina por el hombre sino del desarrollo del hombre a través de las máquinas para recuperar la memoria perdida”.

Uno de sus admiradores, el periodista Emilio Fernández Cicco, escribió en un texto publicado cuando Bajarlía murió, en 2005: “No es frecuente encontrarse con un anciano de traje y corbata, calvo como una rodilla, grandes anteojos de insecto, que hable sobre sexo anal y asesinos seriales, y que escriba poemas al demonio en el hospital mientras espera la muerte”.

Bajarlía era tan polifacético que su currículum resulta apabullante. Fue poeta (Estereopoemas, 1950; Nuevos límites del infierno, 1972). Fue uno de los principales difusores de las vanguardias de principios del siglo XX en Argentina con libros como Literaturas de vanguardia (1956) y El vanguardismo poético en América y España (1957); entre 1948 y 1956 dirigió la revista Contemporánea y formó parte, en 1944, del Movimiento de Arte Concreto-Invención, junto con Gyula Kosice, Edgar Bayley, Carmelo Arden Quin y Tomás Maldonado, entre otros. Fue ensayista crítico de poesía (La polémica Reverdy Huidobro/El origen del ultraísmo, 1964, o Fijman, poeta entre dos vidas, 1992); fue investigador histórico, criminólogo y curioso de lo oscuro y lo erótico (Sadismo y masoquismo en la conducta criminal, 1959; Drácula, Bram Stoker y el vampirismo, 1992; Breve diccionario de periodismo y poemario satírico, 1997). Fue narrador y dramaturgo: escribió novelas policiales con el seudónimo de John J. Batharly como Los números de la muerte, 1972, y El endemoniado Sr. Rosetti, 1977. Fue periodista: trabajó para Clarín y Playboy, y el día antes de su muerte a los 91 años salió publicado un artículo suyo en La Gaceta de Tucumán. “Pero en los últimos años, aunque conservaba un humor excelente, estaba dolido”, cuenta Diego Arandojo, escritor, cineasta y discípulo-amigo de Bajarlía, quien prologó su libro de relatos Cuentos macabros para sonámbulos. “Se lamentaba porque no podía publicar sus libros y tenía que andar pidiendo por las editoriales, como si fuera un autor novel. No se quejaba, no era eso; se sentía menospreciado. ‘Me mataron con balas de silencio’, decía siempre.”

El otro lado

Un breve repaso por el índice de El placer de matar es suficiente para dar cuenta de la condición de arqueólogo tenebroso de Bajarlía: “Los profanadores de Tumbas”, “Lesage, el Mago de Satanás”, “Sexo y antropofagia”. Un fragmento también puede dar cuenta de su estilo: “El crimen es la convocación de las sombras, el placer de diluirse en las tinieblas. El victimario es el hijo ignorado del viejo Harpócrates, el dios homicida que se alimenta de oscuridad y silencio”. Sin embargo, no es posible encasillarlo. “Es difícil elegir una faceta”, dice Liliana Heer, “por momentos en su obra resuenan diferentes zonas, registros, disciplinas, géneros. Su curiosidad permanente, el entusiasmo investigador hacen que sus poemas estén atravesados por detalles y escansiones del buen periodismo”. Tono Truman Capote en El placer de matar y en poemas como “El sueño de Luther King” de Nuevos límites del Infierno: “Fue el 4 de abril, en Memphis./ las naves orbitales recogían la eternidad/ y tu risa llena de ríos devoraba el odio blanco y la violencia. / Venías de Deep South donde los esclavistas enumeraban y marcaban cuerpos negros para acuñar moneda...”... “Pero, como temprano seguidor de Werner Heisenberg y de Einstein, se apasionaba hablando de las relaciones de incertidumbre y el indeterminismo del universo físico, en contraposición a todo tipo de causalismos y clichés. Veía al lenguaje como un mundo material de incertidumbre y exploración permanente. Era adicto a la libertad de transponer un género en otro, sin olvidar jamás la premisa del humor como una forma de poesía”.

Esa faceta, en la cual el centro de su universo creativo era la experimentación con el lenguaje, se desarrolló en la época del grupo

Arte Concreto Invención. El propio Juan-Jacobo cuenta en el documental Bajarlía (2005), de Diego Arandojo, que se presentó en la sala Leonardo Favio de la Biblioteca del Congreso. “Habíamos establecido que teníamos que liquidar todo el lenguaje que se utilizaba hasta ese momento porque considerábamos que estaba gastado. Tratamos de hacer una poesía totalmente distinta. La hice yo en Nuevos límites del infierno, donde inclusive pensando que en algún momento los robots se iban a comunicar con el ser humano, e iban a tener su lenguaje propio, redacté varios robot-poemas adjudicándoles el lenguaje específico que desde mi punto de vista podrían tener los robots.” Consideraba, además, que habían logrado una revolución con el grupo Arte Concreto Invención. “Una revolución en el sentido de la estructura del verso. Porque habíamos liquidado la rima, habíamos liquidado la combinación estrófica cerrada. No nos interesaba el soneto. El soneto tan cacareado por Leopoldo Lugones. Los muchachos jóvenes estaban tomando contacto con la vanguardia y el verso libre. Y este Lugones, entre nosotros, que es considerado como el mejor poeta de la Argentina, de alguna manera retrasó la poesía argentina.”

Bajarlía también se desempeñaba como criminólogo en su estudio de abogado de la calle Cerrito (“llegué al relato fantástico por los relatos que me hacían mis defendidos”) y daba clase en la Escuela de Periodismo. Allí conoció a quien fue su célebre novia: Alejandra Pizarnik. “Era 1954”, cuenta en la entrevista del documental. “Comencé mi primera clase con Alejandra frente a mí, citando algunos términos muy interesantes del dadaísmo y el surrealismo. Refiriéndome a Tristán Tzará dije que, por ejemplo, el arte era un producto farmacéutico apto para imbéciles. Esa misma noche, Alejandra me esperó a la salida de la escuela de periodismo y me dijo dónde podía conseguirse una bibliografía que repitiera lo que yo había dicho. La invité entonces a la confitería La Real que después se convirtió en Banchero, en Corrientes y Talcahuano. Y allí comenzó nuestra gran amistad. Desde ese día en adelante Alejandra se servía de todos los libros que yo tenía en el estudio. Se acostaba, o nos acostábamos, en el estudio y hacíamos una vida totalmente irregular.

Durante dos años hicimos esa vida de pareja, hasta que un día, cansado yo por una serie de, digamos, infidelidades, traté de cortar con ella. Pero antes de cortar, recuerdo que yo estaba corrigiendo la traducción de La lección de Ionesco, y vino a verme al bar en donde yo trabajaba sobre ese texto, con una valija, la puso sobre mi mesa y me dijo, de buenas a primeras: ‘Mañana me caso con vos’. Entonces la miré y le pregunté si estaba trastornada. En la valija llevaba un par de ropas íntimas, dos o tres ejemplares del primer libro que yo le hice publicar a Arturo Cuadrado, y algunos lápices. Era todo lo que traía. Le dije que yo entendía que ella estaba trastornada, porque ninguna persona se casa en 24 horas, se necesita un tiempo especial para preparar, digamos, todo lo que le va a servir a la pareja para el matrimonio. Y comenzó una discusión que duró toda la noche, por los bares de Buenos Aires y de Avellaneda, donde la fui llevando de a poco, hasta dejarla en la puerta de su casa en Avellaneda.”

Poco después de la ruptura con la poeta se casó con la que sería su esposa hasta la muerte: “Era, desde mi punto de vista, la joven más hermosa de la época. A tal punto que la llevé un día a la casa del teatro, donde yo tenía que verme con Leónidas Barletta. Y Barletta, al verla a ella quedó tan impresionado por su figura que me dice, nos dijo: ‘Dejáme a Enriqueta y hacemos La dama de las camelias’”.

De esa época data también su cercana amistad con Leopoldo Marechal —que lo llamaba “zoólogo de la monstruosidad”— y Jacobo Fijman. “Yo llegué a conocer a Fijman mucho antes de conocerlo a Leopoldo Marechal, que era muy amigo mío, estábamos continuamente en su casa, hablábamos de poesía y de un montón de cosas. Y ya Marechal, por la época en que yo lo frecuentaba, lo había descrito a Jacobo Fijman como un ser de doble personalidad, digamos. Algo así como un hermafrodita, pero no desde el punto de vista sexual, sino desde el punto de vista corporal. En Adán Buenosayres lo describe diciendo que la mitad de su cuerpo era femenina y la otra mitad masculina. Cuando lo agredían, él siempre contestaba con citas literarias, por elevación, igual que Borges.”

La niebla del olvido

Bajarlía nunca dejó de escribir, ni de actualizar sus libros (agregó capítulos sobre Anne Rice y autores de los años ‘90 a su clásico ensayo sobre vampirismo) ni actualizarse él mismo. Según su hijo, no le gustaba mucho la compañía de gente de su edad que, según él, “estaban totalmente chotos”, y usaba laptop e Internet. “Los amigos le decíamos que tenía hipervínculos, que era una wikipedia con patas.” Claro, se podía pasar de un tema a otro en conversación, una conversación que además estimulaba porque, según se cuenta, su casa estaba abierta para todos. Uno de sus más famosos invitados fue Federico Andahazi, que recibió ayuda de Bajarlía para la investigación de la novela Las piadosas. Y otro amigo célebre, aunque de cuño completamente distinto, fue Antonio Di Benedetto: cuenta la leyenda que una persona transportó hasta el estudio de Bajarlía un rollo de papel escrito por Di Benedetto, que estaba preso en Mendoza bajo la dictadura, y que le pedía ayuda”. Diego Arandojo confirma su papel como abogado que atendía casos de presos políticos con frecuencia.

Después de la edición de El placer de matar, hubo varios planes frustrados de reeditar los libros que no se consiguen, y de terminar de publicar su extensa obra inédita. Por ahora, los proyectos han fracasado. Entre esos libros se adivinan una cuantas perlas: el ensayo biográfico Antonio Di Benedetto: Diario de una agonía; Nuestra Señora de los Basurales, una peculiar obra centrada en los cadáveres arrojados a basurales durante las dictaduras argentinas, libros de poemas como Te espero al amanecer, Poemas del abismo o Nadie te ha visto, Satanás. También un ensayo sobre los “martinfierristas”, grupo cuya trayectoria estudió con detenimiento, y

La novela que escribió Borges, la literatura cyberpunk y otros ensayos donde está la famosa teoría de Bajarlía acerca de que Borges habría escrito una novela policial con seudónimo, de la que nunca se quiso hacer cargo. “También están los diarios del juicio a las Juntas”, cuenta Arandojo. “El estuvo presente en la sala como periodista y tomó apuntes de los asesinos desde el punto de vista de la criminología: los observó desde lo anatómico y lo gestual; cómo hablaban, cómo se movían, una suerte de perfil criminal.”

La suerte de estas obras es todavía incierta. Liliana Heer lamenta esa oscuridad, pero no se sorprende: “Bajarlía tiene un lugar muy importante entre los escritores no reconocidos. Pienso en una serie improvisada que incluiría a Libertad Demitrópulos, Leopoldo Marechal y Néstor Sánchez. Han tenido un mísero reconocimiento, sobre todo comparados con otros. Creo que innumerables razones intervienen en la exclusión, desde marcas políticas, exilios ‘voluntarios’, ruptura de jerarquías hasta una singular relación con el arte fuera de la infatuación, experimentalista. En pocas palabras, ajena al canon y al bronce”.

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