CASAS
Ensayo “bonsai” viene a significar un texto breve y epifánico. En este caso fueron reunidos en un libro que transparenta una historia de vida y un mundo de lecturas generacionales.
› Por Mauro Libertella
Ensayos bonsai
Fabián Casas
Emecé
227 páginas.
Un “ensayo bonsai” podría ser muchas cosas. Podría ser, por ejemplo, una reflexión momentánea, la puesta en escritura de un destello fugaz; podría ser también la edificación de la maqueta en miniatura de un mundo, de una constelación, entre tantas otras posibilidades. Algo de eso hay, pero también hay mucho más, pues lo que parece haberse propuesto Fabián Casas a la hora de compilar este puñado de textos desperdigados en Internet y revistas es armar el mapa de una vida a partir de aquellos momentos epifánicos en los que un libro, un disco o un estímulo cualquiera rasgan el velo de nuestra sensibilidad y nos modifican para siempre.
Cualquiera que haya leído las ficciones de Casas (Ocio, Veteranos del pánico, Los lemmings y otros), probablemente habrá sentido esa hipnótica sensación de que todo lo que narra es autobiográfico. Sea por buscar en la vida misma un pozo sin fondo de experiencias, o sea por componer un estilo que hace del verosímil y del contacto con lo real su tejido más fuerte, lo cierto es que quien lea un texto de Casas sentirá que eso que tiene entre las manos es Casas en estado puro. Lo mismo sucede, por supuesto, con Ensayos Bonsai, aunque por ciertas exigencias del género ensayo autobiográfico, las alianzas con las experiencias de la vida son más nítidas y necesarias.
Ensayos bonsai se podría leer de diferentes de modos. Podría leerse como el mapa estético de una generación; un mapa que incluye y excluye marcando los perímetros de una sensibilidad colectiva. Algunos de los ensayos más representativos, en este sentido, serían “Tarde en la noche, viendo a Cortázar”, en donde dice: “Hasta que finalmente llegó el día en que negué a Cortázar tres veces mientras cantaba el Gallo Airano. Listo. Pasemos a otra cosa: primero publicar, después escribir”, o “Andrés Caicedo; El atravesado”, que narra el descubrimiento, para un grupo de poetas y narradores, del libro que titula el texto: “El libro circuló de mano en mano y su influencia se metabolizó recién en 2003, cuando Washington Cucurto publicó Cosa de negros”.
Otro modo posible de leer Ensayos bonsai es, desde luego, como un grupo de postales de la educación sentimental del autor. Ensayos bonsai es un modo de acceder, sin barreras ni desvíos retóricos, a aquellos momentos o personas que determinaron que quien escribe sea como es y no de otro modo. Zelarayan, San Lorenzo de Almagro, Serrat, Faulkner, Lamborghini y Olmedo son algunos de los nombres, lanzados al azar, que arman los continentes de ese mapamundi argentino que es el Casas de Ensayos bonsai. Quizás el ensayo más emotivo, en esta línea, sea “Abbey Road”, que además de ser profundamente visceral, muestra los mecanismos de la escritura de Casas: elevar a un mismo plano lo privado con lo público, lo personal con lo universal, para mostrar que las cosas que le pasan a un hombre les pueden pasar a todos los hombres, pero también para consignar que los hechos del arte y de la política no se pueden despegar de los hechos de la propia vida, pues unos cobran sentido e intensidad a partir de los otros y, como dice al cerrar el ensayo, “sé que es en los cruces donde está lo más interesante”.
En ese mundo de cruces que propone Casas, la música (Pink Floyd, Led Zeppelin, Charly García) se confunde con el cine e incluso con el fútbol en una misma cosmogonía. Es como si una misma conciencia mítico-ficcional procesara todos los estímulos de modo que se vuelvan literatura sin mediación. Pues la literatura, en Ensayos bonsai, no es un cuerpo que obstruye lo que se dice, sino más bien un cauce natural por el que toda esa afluencia de poesía y vida deviene texto escrito. De este modo, escribir es similar, en su naturalidad, a hablar. Ensayos bonsai es, en definitiva, un modo privado y silencioso pero verdaderamente intenso de hablar con el mundo de Casas, como si entre el libro y el lector estuviera entre medio la mesa de un bar.
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