HEER
Drama, narrativa y lírica son convocados en este libro breve y potente de Liliana Heer.
› Por Juan Pablo Bertazza
Neón
Liliana Heer
Paradiso
102 páginas.
Hay obras conscientes de sí mismas que, en sus propias páginas, contienen un comentario autorreferencial que condiciona la tarea de hacer una reseña. Tal es el caso de Neón –el nuevo libro de Liliana Heer– que, no obstante, también da pie a interpretaciones ajenas.
Sin ingresar a la primera de las tres partes que constituyen el libro, una dedicatoria en verso y un epígrafe hipnótico (ella/ cose/ el himen/ de la novia/ de los presos) nos avisan que afrontar esta lectura es sacar platea para una nueva batalla entre los géneros. Con cabeza de novela –Heer deja pender de un hilo el significado sin dejarlo nunca caer al abismo–, tronco de prosa poética –que evita tropezarse con el patetismo–, cintura de poesía –algunos capítulos son poemas en verso– y piernas cinematográficas –este libro, de hecho, empezó siendo un proyecto para el celuloide–; Neón constituye una silueta literaria hecha sobre la base de injertos y retazos de distintos géneros, una especie de Frankenstein deliberado que acaso se burle de las divinas proporciones del hombre de Vitruvio. Exactamente al revés que en aquella célebre ilustración de Leonardo Da Vinci, la mezcla de géneros en Neón es tan categórica que, debido a la sutil costura de su autora, parece por momentos natural.
La condición de enmiendo imperceptible de este libro, ambientado en un presidio que tiene mucho de neuropsiquiátrico (espacio trabajado por Heer en su anterior novela Pretexto Mozart), se hace extensiva a sus personajes, quienes son nombrados durante diversas etapas de su vida por lo que hacen: La Costurera (hablando de suturas), ex Celadora, ex Niña, es la hija de la amante asesinada del Alcaide de la prisión quien, en tanto su ex Tutor, siente haber perdido a su hija postiza, a quien violaba y golpeaba “como hacía con su madre”, a manos de El Viajante, ex indultado, ex interno, un hombre preso sólo por hacer estafas. Entre tanta naturalización del incesto y la violencia y tanta extrañeza de lo cotidiano (la costurera quedó muda luego de un ataque de los presos), estos personajes constituyen un triángulo amoroso en el que cada lado representaría un determinado género: el tutor –el drama– es el que “se va en gestos”, el viajante –la narrativa– es el que “se va en palabras” y la Costurera –el lirismo–, es pura interioridad. El cine, por su parte, se inmiscuye a partir de escenas que parecen sacadas de películas célebres, como la del motín y la de la comida podrida (¿homenaje a El acorazado Potemkin?). Y por último, y acá volvemos a lo que decíamos al principio, el gran faro de la confusión controlada de Neón lo constituye una cuarta voz (¿acaso la voz del crítico?) que abre el paraguas y adelanta posibles halagos y críticas: “¿Cómo convertir en centrífuga una historia centrípeta? En la trama hay ingredientes contradictorios. Pugna entre fe y pulverización. Desdén hacia el antiguo juego de los versos. Ingenio para estar siempre en otro sitio (por ir más lejos sin avanzar)”; “Debería encontrar un círculo más amplio, documentarse, comparar una cárcel con otra. Un tratado proporcional del dispositivo carcelario permitiría aunar el suspenso entre campo exterior e interior”.
En definitiva, Neón es un libro escrito con pericia en todos los géneros que aborda, y supone una experiencia de lectura desestabilizadora tanto en la teoría como en la práctica.
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