Dom 30.12.2007
libros

COHEN

La pureza perdida

Un tango ya olvidado y un amor perdido inauguran un nuevo tono en la obra más reciente de Marcelo Cohen.

› Por Osvaldo Aguirre

Impureza
Marcelo Cohen
Norma
113 páginas.

En un artículo publicado el año pasado en la revista Otra Parte, Marcelo Cohen acuñó la frase “prosa de Estado” para aludir “al compuesto que cuenta las versiones prevalecientes de la realidad de un país” y cuyos ingredientes básicos serían, entre otros, “los anacolutos del teatro político, las agudezas publicitarias, el show informativo y sus sermones, la mitología emotiva de series y telenovelas”, los suplementos de prensa y una literatura “que expresa, y hasta expresa bien, cosas que los demás discursos de la prosa de Estado no saben articular”. Cohen se preguntaba entonces si se trataba de reformar ese lenguaje o si la única estrategia de una prosa soberana consistía en una embestida frontal y ciega contra los lugares comunes y las representaciones consolidadas. Impureza es anterior a ese texto, ya que apareció por primera vez en 2004, en Mano a mano, una antología de cuentos sobre tangos, pero comparte sus interrogantes.

La pureza suele ser una preocupación de conservadores y de nostálgicos. Y también, podría agregarse, un mandato de esa prosa de Estado. La pureza del idioma, en particular, ese problema que desvela a tantas buenas conciencias, supone una causa perdida en el mundo que imagina Cohen. La historia comienza en Lafiera, un barrio suburbano poco recomendable, donde la muerte de una chica, Verdey Maranzic, ha dado lugar a una especie de mito. El cantante Abrán Baienas le rinde culto en un santuario popular y con sus letras machaconas. Neuco, compañero de Verdey y amigo de infancia de Abrán, se mantiene aparte de esa efervescencia. En principio por lo que parece un simple rechazo: esa imagen que circula como una mercancía no es la mujer real que él ha conocido, y su difusión masiva repele al sentido de la intimidad que pudo alcanzar con ella. Son “tiempos de veneración de la memoria” y es precisamente la discusión de los modos del recuerdo y el estado del lenguaje lo que se constituye en el eje de la narración.

Verdey había elaborado cierto discurso, consciente de la impureza de su clase, pero no tanto de las limitaciones de su lengua: su retórica piquetera era un “sampleado del exiguo, calcáreo repertorio de frases que todos compartían con fruición”. Neuco, en cambio, cuenta con dos instrumentos: un libro llamado Casos y cosas del idioma, casi una versión paródica del Diccionario de la Real Academia, y los tangos, música que ya nadie escucha y le hizo descubrir un amigo. Las letras del repertorio típico contrastan con los balbuceos y las composiciones atolondradas de Abrán, no sólo porque pueden estar medidas y rimadas, construidas con cuidado, sino porque muestran un código poético del valor y un sentido definido de la venganza y la traición.

A primera vista el mundo y los personajes que presenta el relato parecen provenir de un tiempo y un espacio distantes. Sin embargo, su misma alteridad descubre, con el transcurso, un horizonte de referencia más bien cercano. No es que la escritura proponga una alegoría o un disfraz, sino que la lengua y sus actuales referencias históricas y culturales son materia de recreación. El futuro de Impureza retoma ciertas líneas del presente: el fenómeno de la violencia, la producción de basura en la industria cultural, la consagración de la infraliteratura y la cumbia, en las canciones de Abrán. Los objetos inventados surgen por mezcla de algunos ya existentes (flaycoches, licorvino), reelaboración o mimesis sonora o asociaciones inducidas por el contexto. Y las críticas de los rituales y la banalización de la memoria no pueden sino resonar sobre ideas hoy cristalizadas, como rupturas iluminadoras.

El lugar de Neuco termina por situarse entre la reivindicación de la impureza, y la búsqueda de una depuración extrema de la lengua, “a lo mejor hasta el silencio”, como sospecha el narrador de la historia. Ese espacio tiene una entidad precisa: es el delirio, la esencia última de las cosas, el sitio donde las palabras se descomponen y rehacen para decir algo nuevo, una ficción contra la prosa de Estado.

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