ERA EL CIELO, DE SERGIO BIZZIO
Una separación contada con desapego emocional en la nueva novela de Sergio Bizzio.
› Por Mariana Enriquez
Era el cielo
Sergio Bizzio
Interzona
202 páginas.
La novela comienza con ganas de impactar: el narrador vuelve a su casa y se encuentra con que dos hombres están violando a su esposa. En vez de intervenir, observa el ultraje con una distancia notable, y con el tiempo y la presencia de ánimo para apuntar detalles como “usaba sandalias de cuero y se agitaba sobre la espalda de Diana como un contrabajista”. Se trata, claro, de un efecto buscado de distanciamiento que entra en el terreno de lo absurdo cuando el esposo, una vez que los agresores se van, ni siquiera le pregunta a la mujer violada cómo se siente. En rigor, nunca habla con ella de lo que sucedió, al punto que el hecho, con el correr de las páginas, comienza a adquirir un carácter de ensoñación, de irrealidad. El narrador y protagonista abandona a su mujer después de la violación, y en seguida encuentra una nueva pareja, guionista de televisión como él, llamada Vera. Y entonces la novela se desliza hacia todas partes y hacia ninguna, en un ejercicio que mezcla la puntillosidad (“los hijos de los invitados nadaban en la piscina –no era una pileta, tenía forma de riñón–”, escribe) con una especie de embotamiento emocional, a lo que hay que sumarle desplazamientos hacia el disparate o lo vagamente maravilloso. El narrador escribe una lista de sus miedos mientras trata de esquivar los avances de una joven japonesa, también guionista; luego visita la casa de un millonario con su novia, y ella se atreve a nadar junto a un tiburón en la piscina de la mansión; su amigo gay, compañero de trabajo, tiene una pareja que le pega –escultor especializado en dragones–, pero el narrador nuevamente no interviene; hay suicidios y persecuciones y muertes sin consecuencias, tan sólo enunciadas en un renglón, como al pasar. La sensación es que Era el cielo transcurre bajo el agua, como si estuviera escrita por un buzo sumergido. El tono es de un desapego constante, que ni siquiera cede cuando el narrador se refiere a cuánto le duele haber dejado de convivir con su pequeño hijo: el protagonista es un cobarde y lo es porque resulta incapaz de dejarse atravesar por las emociones, como si le dieran pudor, como si evitar lo sentimental tuviera que ver con una decisión estética.
Lo errático de la novela, que alberga desde la burla a una poeta joven llamada Alejandrina hasta reuniones con productores de TV, refuerza esa idea de que nada es importante o duradero. Era el cielo es leve, sobrevuela sobre las emociones, y por eso resulta tan difícil concederle algún interés: pide a gritos la intrascendencia, quizá como un intento pensado de pararse en la vereda de enfrente de la solemnidad. En una reciente entrevista con el diario Perfil, Sergio Bizzio dijo que está en contra de “los lectores que buscan historias entretenidas, sólidas consistentes; la idea de lo eficaz es repugnante”. Así piensa el autor su literatura y los resultados son coherentes con la premisa. Sólo que Era el cielo sí es entretenida, porque Bizzio tiene un evidente don para el diálogo y el ritmo. Pero lo efímero y deshilvanado provoca otro efecto, no buscado: Era el cielo parece una novela a medio terminar, con un narrador perezoso que olvida personajes por el camino y carece de herramientas técnicas o emocionales para profundizar. Lo paradójico es que esta precariedad es, precisamente, la operación literaria deseada.
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