APPELFELD
La larga vida de una mujer, con sus trasformaciones y raíces esenciales, es el centro de la última novela traducida al español de Aharon Appelfeld.
› Por Verónica Bondorevsky
Katerina
Aharon Appelfeld
Losada
256 páginas
La metamorfosis puede materializarse no sólo a través de un cambio biológico; también, entendida como transformación, es capaz de formar parte del orden de lo cultural: así, en la literatura, un ropaje (Cenicienta es un buen ejemplo), una máscara, una mudanza de ideas o convicciones logran ampliar el concepto e incorporar otros matices.
Y si la transformación de una persona está inscripta dentro de su largo derrotero de partida y de regreso al hogar (cual si fuera el viaje de Ulises, es decir, la vida misma), es posible considerar que esa sustancia –la metamorfosis y el periplo– constituye las líneas de partida y de llegada de Katerina, la última novela traducida al español del escritor rumano israelí Aharon Appelfeld, quien emigró a Israel en 1946 y ha escrito toda su producción en hebreo.
Katerina narra la vida de una mujer así llamada, desde su adolescencia, cuando decide irse del hogar familiar, hasta la vejez, cuando ya es casi una octogenaria y vuelve a su pueblo de origen en Europa del Este. Entre estas dos postas, la vida; y, sobre todo, su vida en relación con los judíos en una sociedad cada vez más antisemita.
Katerina trabajará o entrará en contacto siempre con gente judía. De esta manera se sumergirá en la diversidad que conforma, paradójicamente, esa unidad denominada judaísmo: conocerá religiosos abocados al estudio de las Sagradas Escrituras, personas de sectores más tradicionales ligados al comercio, hasta otros más liberales, volcados, por ejemplo, al arte, así como judíos que reniegan de sus orígenes y otros conversos. Todos ellos forman parte de una comunidad variada en la que la joven se siente amparada frente a la hostilidad imperante, pero a la que también de a momentos reprocha el miedo: “Un judío débil despierta los instintos más bajos”, dice.
Luego de que Katerina es madre de un bebé –al que circuncida, es decir, al que convierte al judaísmo–, nuevamente sucede la tragedia y además la reclusión. En esta segunda etapa, la cárcel –definitivamente de tiempos más morosos–, la mujer ignora el horror extramuros, aunque lo intuye a través de su inquietud por la frecuencia de los trenes que pasan cerca de allí (lo cual, como tópico, remite a la anterior novela de Appelfeld: Vía Férrea)–, y rechaza el antisemitismo que ocurre también intramuros.
El gran logro de esta novela es concatenar historia y presente, es decir, dentro de los escritores que abordan el Holocausto como punto paradigmático del antisemitismo y hecho histórico de quiebre para la civilización occidental, por ejemplo, su amigo Imre Kertész, Appelfeld logra, por su parte, retratar aquí un hecho del pasado y mostrar simbólicamente, en ese mismo procedimiento, la diversidad actual –y legendaria– de la comunidad judía.
Y, además, plantear que en Katerina y en cualquier persona existe siempre una tensión entre una metamorfosis de la apariencia y las convicciones frente a una esencia, una permanencia del ser, que lo devuelve cambiado, con más arrugas y sabiduría, pero nuevamente al origen.
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