HISTORIAS
Campo y violencia en la inquietante primera novela de un nuevo narrador.
› Por Alejandra Laurencich
La descomposición
Hernán Ronsino
Interzona
144 páginas
El cadáver de una cucaracha patas para arriba “como la carcasa de un barco abandonado” rodeada por una pléyade de hormigas voraces podría tomarse como un ejemplo de la descomposición dentro de las leyes naturales, pero en esta novela de Hernán Ronsino la imagen se convierte en una metáfora de la existencia. La búsqueda incansable de construir un futuro, de edificarlo con empeño, para que sin aviso toda la esperanza de esa labor sea arrasada por un tornado, una crisis social, un accidente. Esa cucaracha es la imagen que observa Abelardo Kieffer, el director del diario La Verdad, el hombre que decide dejar un luto de cuatro meses (cuya razón el lector descubrirá ya avanzado el relato) haciendo un asado para él y su amigo músico y profesor de matemática –probablemente el único afecto que le queda en ese sitio perdido en el interior de la provincia de Buenos Aires– con quien celebrará sus 60 años. El ritual del fuego, el vino, la amistad, la carne crujiendo sobre una parrilla improvisada cobran una trascendencia inusitada en la pluma de Ronsino, y abren la noche que atraviesa el relato, enredándose en recuerdos del propio Kieffer sobre su padre y su entorno, el descubrimiento del amor, las idas al psiquiátrico donde visitaba a un amigo, y en las historias de los personajes de un pueblo que parece signado por el hálito de la muerte y la destrucción.
Hernán Ronsino es oriundo de Chivilcoy, pero afincado hay ya varios años en Buenos Aires. Es sociólogo y ha publicado los cuentos de Te vomitaré de mi boca (Libris), con el que obtuvo la mención honorífica del Fondo Nacional de las Artes en 2002, cuentos en los que ya se vislumbraba ese clima enrarecido de campo y violencia, de intensidad en la construcción de personajes, logrado con una admirable mesura de la prosa. Ha escrito también Glaxo, una nouvelle que puede leerse en la revista electrónica El interpretador.
En La descomposición, su primera novela, la violencia se enseñorea sobre todos los habitantes –personajes tallados con absoluto rigor– y sobre todas las cosas: una huerta, un club social, un diario, una fábrica; pero su acción es silenciosa, sin estridencias, invade como el olor a lago muerto que el viento extiende sobre las quintas y los chalets, el hinojo y los pastos secos, sobre la carne y el campo en el que se escuchan los grillos, el motor de una heladera o el agua de una ducha. Un silencio sólo quebrado por los gritos de guerra de Pujol, un marginado social, atravesando el pueblo con su carro y los perros hambrientos. Ronsino escribe cada minucioso detalle sin desmesura ni efectismos, y lo transforma en ruidos inquietantes que anticipan la gestación de la tragedia. El relato crece y atrapa, descompuesto en fragmentos que avanzan como pasos firmes hacia la compresión de una totalidad sin retorno. Salpicado de magistrales momentos como el de la caza de una liebre, el velorio de un adolescente en La Munich –la confitería tradicional de la ciudad–, o la brutal solución de Pujol a la enfermedad de su padre entre muchos otros. No hay concesión ni respiro, la muerte se hace presente a cada página y el clima se vuelve asfixiante.
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