SEBOLD
Después del impacto causado por Desde mi cielo (actualmente en filmación por Peter Jackson), Alice Sebold parece responder al auge de memoirs con una nueva novela: una recargada y oscurísima reflexión sobre la psicosis en familia.
› Por Mariana Enriquez
Casi la luna
Alice Sebold
Mondadori
277 páginas
En 2006 se conoció en castellano la primera novela de Alice Sebold, una escritora norteamericana joven que venía de escribir una memoir llamada Afortunada, donde relataba la experiencia de la violación que sufrió, y su forma de lidiar con las consecuencias emocionales. Esa novela debut era Desde mi cielo, protagonizada por una niña asesinada cuyo cuerpo jamás había sido encontrado. Esa niña observaba desde el cielo –un lugar acogedor, con algo de internado colegial– a su familia, que lidiaba con la injusticia, el duelo y la imposibilidad de cierre por la falta del cuerpo. Muchos críticos se ensañaron con el relato, calificándolo de consolador: ese cielo, donde la niña vivía después de muerta, atenuaba el horror del crimen, decían, sobrecargaba el relato de sensiblería y lo volvía ñoño. Se equivocaban: si había un consuelo en Desde mi cielo era exclusivamente literario, porque la novela demostraba que se podía escribir sobre un crimen del tipo asesino serial desde un punto de vista fresco y algo místico, hasta entonces inexplorado, sin ceder a la zoncera new age.
Desde mi cielo transformó a Alice Sebold en una escritora famosísima, con todo lo que ello implica en un mercado tan enorme y diversificado como el de Estados Unidos. En este momento, Peter “Señor de los Anillos” Jackson está filmando la versión cinematográfica de Desde mi cielo; y las bateas de las librerías rebosan de memoirs que compiten en detalles de infancias terribles y locuras familiares hasta la parodia. En este contexto, Sebold publica su segunda novela, Casi la luna. Y hay que entender que, ahora, escribe y es leída en el auge (pronto a la caída) del libro-testimonio personal, que ella misma impulsó.
Casi la luna no tiene nada de consolador. Parece escrito en contra de todos esos críticos que la acusaron de mujer obnubilada por la sanación de las heridas. En primera persona, comienza con la confesión de Helen, una mujer de 50 años: acaba de asesinar a su madre octogenaria. El primer capítulo consiste en la manipulación del cuerpo materno, primero para limpiarlo de orina y heces (la anciana se cae queriendo ir al baño), luego para ahogarlo bajo una almohada y llevarlo hasta la heladera del sótano. La madre, en vida, había sufrido de un caso severísimo de agorafobia, y sólo podía salir envuelta en mantas, a modo de burka. El padre, suicida, había sido un depresivo que pasaba largas temporadas en hospitales psiquiátricos –diciéndole a la hija que iba en viaje de negocios– o se aislaba en su vieja casa de la infancia, abandonada, que decoraba con muñecos de madera que él mismo tallaba en su taller, una suerte de familia sustituta con la que convivía cuando no podía soportar la realidad.
A Alice Sebold le gusta el horror, y le gusta describirlo. Esta novela es completamente impiadosa. El relato abarca las veinticuatro horas después del crimen, y el suspense está dado por la pregunta sobre cómo va a hacer Helen para ocultar el asesinato: al ahogar a su madre en el suelo, le rompió la nariz. Entre otros indicios. El avance de las horas se acompaña de flashbacks que arman el rompecabezas de una familia psicótica, unas vidas infelices; una vejez patética y cruel, una madurez insatisfecha y frustrada, la enfermedad mental como condena, los parientes como el peor de los infiernos, los vínculos como cadenas. “Qué inteligente había sido el señor Forrest, pensé, qué extraordinariamente inteligente al decidir estar siempre solo”, dice Helen hacia el final, con típica amargura, en un cierre que está innecesariamente estirado y parece luchar por alcanzar un determinado número de páginas antes que por terminar con potencia narrativa. Sebold parece intentar responder con literatura a la recolección de atrocidades de los memoirs, diciendo que el valor de verdad de un testimonio no basta para convertirlo en un buen relato; también parece escribir en contra de los relatos de “supervivencia” optimista con una novela deprimente y depresiva, que encuentra momentos de aire y belleza porque la autora es una narradora de primera línea. Cierto, no consigue repetir la proeza de Desde mi cielo, pero Casi la luna es una novela de gran bravura y oscuridad; quizá la transición de una escritora que tiene todo para crecer hasta límites insospechados.
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