DEBATES
A pesar de su gran difusión en la Argentina, hay obras de Pierre Bourdieu que permanecían inéditas en castellano. Entre ellas la polémica Homo academicus, donde el máximo sociólogo francés somete a incómoda fiscalización a la academia francesa y reflexiona –oh, actualidad– sobre el Mayo Francés.
› Por Hugo Salas
Homo academicus
Pierre Bourdieu
Siglo XXI
314 páginas
Resultaría imposible negar que, bien o mal, la obra de Pierre Bourdieu ha sido ampliamente leída en la Argentina. Por eso mismo llama la atención que uno de sus trabajos más significativos, Homo academicus, de 1984, haya permanecido hasta el momento inédito en español (tal como fuera el caso, durante varios años, con El campo y la ciudad, de Raymond Williams). En el marco de una cultura fundada en la traducción, como la telúrica, los olvidos y demoras resultan tan significativos como los hallazgos, decisiones que exceden un mero punto de vista para convertirse en una política cultural.
El planteo de esta investigación particular es, en principio, sencillo y consecuente con el resto de su obra: analizar el funcionamiento de la academia francesa, en particular la institución universitaria, desde la noción de campo (grosso modo, así denomina él a un espacio social relativamente autónomo donde los involucrados se disputan un capital específico, cuya posesión les reporta mayor o menor poder dentro del mismo), lo que implica preguntarse por las relaciones entre el ámbito del saber y el espacio del poder.
Homo academicus continúa así la línea de trabajo de Los herederos y La reproducción –ambos en coautoría con Passeron–, donde siguiendo una tónica cara a la sociología y al marxismo se procura establecer los modos en que la institución escolar contribuye a la preservación del orden social. En tal sentido, uno de sus aportes fundamentales ha sido el de señalar hasta qué punto los sistemas educativos determinan un acceso diferencial de los individuos al conocimiento según su clase social (poniendo en crisis cualquier mirada meritocrática). Los mismos condicionantes, sostendrá en otros trabajos, rigen también el acceso a los consumos culturales (La distinción) y a la producción intelectual (Las reglas del arte).
Ahora bien, una cosa es someter la escuela a una cruda disección sociológica y otra muy distinta volver esas herramientas contra la propia institución donde ese mismo conocimiento se produce, llegando a afirmar, como hipótesis de partida, que la universidad reproduce en su estructura el campo del poder, al que a su vez contribuye. Se trata de un claro movimiento reflexivo, procedimiento frecuente en el trabajo de Bourdieu que incluso abarca su propia autobiografía (en lo que él mismo ha dado en llamar un socioanálisis), pero que en este caso se vuelve particularmente “incómodo” para el resto de sus colegas, en cualquier idioma y contexto cultural. La parquedad y el lenguaje desapasionado que el sociólogo francés adopta en este trabajo no alcanzan a ocultar la ferocidad de sus observaciones en lo que concierne a las reglas de la estructuración jerárquica del espacio universitario, el clientelismo casi feudal que genera y la singular economía del empleo del tiempo que fomenta (por la cual, los más encumbrados apenas si tienen ocasión de producir conocimiento, agobiados por las innumerables tareas a las que se ven obligados para mantener su poder).
Una posible explicación del retraso de esta traducción quizá sea su excesivo énfasis en el sistema académico francés, por demás distinto del local (se dirá). Sin embargo, quizás hayan sido sus similitudes (muchas y muy notorias) más que sus diferencias las que hayan favorecido el común olvido. Refundada en la primavera alfonsinista sobre el discurso de la reforma (elevada al nivel de mito de origen) y el acceso “libre y gratuito”, la universidad argentina y muy en particular las facultades donde Bourdieu se lee no han querido considerar nunca seriamente sus posibles vinculaciones con el campo del poder, ni sus propias internas en términos de disputas marcadas por prerrogativas de clase. Esta negación constitutiva (vigente también en el ámbito de la cultura) no sale indemne de la lectura de Homo academicus, mucho menos de la de su último capítulo, fundamental en todo sentido, donde Bourdieu no sólo piensa por primera vez un modelo para la evolución histórica de los campos sino que, además, lo hace sobre el Mayo Francés, ofreciendo una interpretación que lo aleja del voluntarismo anárquico-libertario para pensarlo como una crisis directamente relacionada con aspiraciones de clase de los agentes del espacio universitario.
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