VERDú
Versátil y viciosa, la escritura chispeante de Vicente Verdú se expande en un universo de intereses múltiples e íntimos.
› Por Fernando Bogado
No ficción
Vicente Verdú
Anagrama
216 páginas.
Toda época se define por el catálogo de vicios que redacta. Cigarrillos, drogas, sexo: los elementos pueden variar, pero siempre habrá algo prohibido que hable de los gustos, de la moral de su tiempo, de lo que las personas creen y, por sobre todo, de lo que esas mismas personas se jactan de haber leído: es imposible hablar de vicios sin hacer entrar por algún lado a la literatura, ya sea moralizante o decididamente perversa. Entre Dickens y Sade, entre el ensayo y una larga entrada de blog, entre la novela y el diario, No Ficción de Vicente Verdú se atreve a comenzar su “relato” desde el más reciente de los excesos actuales: la desintoxicación.
No Ficción habla de Vicente Verdú, claro: habla de la convivencia con su esposa y el cáncer que la aqueja, habla de los fracasados encuentros amorosos que se resisten a la concreción, habla de su amor por los autos y por ese Mercedes del año ’66 que no puede comprarse; habla de sus dolores estomacales, y habla de la escritura. El lector no puede no sentirse atraído por un estilo que, en un movimiento que linda con lo paradójico, revela detalles íntimos al mismo tiempo que los disimula, liberándolos en una escritura que se divierte con los propios juegos que despliega: paradójico, como toda relación amorosa, como ese lector-amante que Verdú invoca en las escasas (pero no por eso menos geniales) páginas de su trabajo.
En un gesto antiautobiográfico, Verdú quiere perderse, desintoxicarse de sí mismo en cada página al retratar los detalles de su vida cotidiana, haciendo suceder los capítulos sin un orden claro, según le apetezca escribir de una cosa u otra, pasando de la alabanza a la química y los fármacos al problema de los escritores mal vestidos sin que nosotros percibamos ningún tipo de cimbronazo. Los esfuerzos por mejorar su “calidad de vida”, casi la constante que relaciona los capítulos entre sí, es también su vano e infructuoso esfuerzo de jugar a ser Bartleby y abandonar la escritura, último refugio de un yo evanescente.
Vicente Verdú ha dado pruebas a lo largo de su carrera de resistirse a seguir al personaje de Melville y dejar la pluma o, menos ficcionalmente, el teclado de su computadora. Por lo menos, así lo demuestran textos como el anticipatorio Días sin fumar (1989), su libro de poemas Poleo menta (1990), o Cuentos de matrimonios (2000); trabajos que lo definen como un escritor inquieto, el cual también se ha resaltado en la blogosfera con las entradas casi diarias en su página personal (ubicada en www.elboomeran.com) o en el campo del periodismo más canónico, con sus colaboraciones en el prestigioso periódico español El País (donde ocupó los puestos de jefe de Opinión y jefe de Cultura). Fue en Babelia de El País.com donde apareció, en el 2007, su nota Reglas para la supervivencia de la novela: un decálogo del que se desprenden las pautas principales que sobrevuelan No Ficción, un llamado a los escritores literarios a desechar la tercera persona y hablar de las cosas que se saben –aquellas que, siempre, mejor se escriben–.
El autor de No Ficción transforma las experiencias más banales en luminosos momentos dignos de narrarse, conatos de fuga de un escritor que, por su naturaleza huidiza, por su amor a la desaparición, tiende a permanecer más tiempo en la memoria (emocional) del lector. Verdú, escritor vicioso, hace trampa: narra sabiendo de antemano que –como el cigarrillo, como las drogas, como el sexo– la buena escritura es muy difícil de abandonar.
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