El oficio de narrar
POR PEDRO ORGAMBIDE
Murió en Chile, una de las patrias del gran vagabundo, en el país de Marina, su compañera de muchos años, quien se le anticipó en el último viaje. En el ocaso de la enfermedad y la vejez, solía visitarlo el escritor y político chileno Volodia Teitelbaum, quien, al igual que Kordon, había sufrido cárceles y exilios. Los dos viejos conversaban en el atardecer. A veces Bernardo murmuraba el nombre de Marina, como si ella todavía estuviera allí, como si no se hubiera acostumbrado a la nada de la muerte. Ahora Bernardo se había ido con ella entre las grandes alamedas.
A comienzos de los años 50, cuando lo conocí, Bernardo Kordon era un escritor no peronista, pero muy comprensivo con el movimiento popular, una posición infrecuente entre los intelectuales de esa época. Esta actitud se reflejaba en la revista que él dirigía por aquel tiempo: Capricornio, en la que me invitó a colaborar. En su heterodoxia, Capricornio reunía vanguardias estéticas y políticas, y permitía la coexistencia de surrealistas y cultores del realismo crítico.
El amigo de Pablo Neruda, el caminador de Chile y de Brasil, mostraba entonces un lenguaje narrativo abierto a lo latinoamericano, con voces y personajes de esta parte del mundo. Así, en Lampeao (1953) Kordon logra transmitir la vida del sertao brasileño, el bandolerismo, la pobreza, los rituales de lo popular, como antes había registrado el submundo de Buenos Aires, al escribir su primera novela: Horizonte de cemento, en 1940, testimonio de su vagabundeo por las calles, bares, pirigundines que él frecuentó en su juventud.
En su primera novela aparece un personaje clave: el linyera Juan Tolosa, quien padece la mutación de la ciudad, tal vez del país, del mundo. Por esos años, los ‘40, Kordon asiste a la AIAPE (Agrupación de Intelectuales, Artistas, Periodistas y Escritores), “asociación antifascista que comenzó a funcionar en el pasaje Barolo de la Avenida de Mayo”, como recuerda Kordon en su crónica Aquí no pasa nada, en la que hace un recuento de esos años, sacudidos por la Guerra Civil española y la Segunda Guerra Mundial. Recuerda a los exiliados españoles, a Rafael Alberti, a su mujer María Teresa León, al grabador suizo Clement Moreau, al historiador Boleslao Lewin, que venía de una cárcel polaca y hablaba en perfecto castizo, antes de fustigar a la Inquisición y de transformarse en biógrafo de Túpac Amaru. También nos habla de un “boliviano achaparrado y morrudo, que orgullosamente se presentó como indio y sindicalista, e hizo de la AIAPE su residencia y cuartel general”.
Bernardo, muy porteño, conocedor de tangos y personajes de la mala vida, practicó, a la vez, cierto internacionalismo literario (en un relato como “Vagabundo en Tomboctú”, por ejemplo, o en la crónica-ensayo de “Seicientos millones y uno”, con experiencias de su viaje a China). Ese ir y venir por el mundo hizo más amplia su poética, que siguió mostrando nuestra realidad: lo prueba su novela Reina del Plata y la memorable figura de Alias Gardelito. En textos como Vencedores y vencidos, o como Domingo en el río o Hacele bien a la gente, publicados en la década del 60, es fácil observar una nueva mutación en que la Argentina peronista y posperonista está presente como gesto, ademán, vocabulario, observada siempre desde el punto de vista del oprimido o el marginal, de la menospreciada mayoría, que tuvo en Kordon a un fiel intérprete. En cambio, son pocos los textos en que aparece su condición de judío. Pero basta uno, que me atrevo a calificar de magistral: “Para Menajem Borger, que lo vivió”, y que tiene como escenario un campo de exterminio, paralelo a los que existieron en nuestro país. Ese texto se encuentra en su libro Historias de sobrevivientes, publicado en 1982.
Descreído del escalafón de la fama, solía decir que los directores de cine que se inspiraban en sus textos, mejoraban en las películas sus propias historias. Y cuando algún joven narrador lo llamaba maestro, Kordon sonreía y respondía que él no era maestro de nadie. Sin embargo, varias generaciones de escritores lo consideraron así. Hoy, cuando ya no está, cuando no puede desmentirnos, lo despedimos como al maestro de los narradores, como al gran contador de historias que fue Bernardo Kordon.
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