PERROTTA
Considerado como el escritor satírico de los suburbios residenciales norteamericanos, Tom Perrotta logra sin embargo una mirada más compasiva que cínica sobre sus personajes, amas de casa desamparadas y hasta un pedófilo visto sin remilgos.
› Por Martín Pérez
Juegos de niños
Tom Perrotta
Salamandra
320 páginas
Estoy haciendo un estudio sobre el comportamiento de las mujeres de los barrios residenciales. Yo no soy una de esas mamás aburridas de esos barrios”, se dice Sarah una y otra vez al comienzo de Juegos de niños. Porque es una de ellas, claro. Ahí está, sentada en el parque, rodeada de madres incapaces de hablar de otra cosa que no sean los hábitos alimentarios de sus hijos, lo difícil que les resulta mantener su estado físico o alcanzar a ver una película completa. Y de sexo ni hablar, por supuesto. Bueno, hablar sí. Pero para decir que en casa ni se habla de eso. Tratando de demostrar lo distinta que es al resto de esas madres, Sarah dará un paso adelante cuando aparezca un padre que se ha convertido en una suerte de sueño húmedo para la pequeña comunidad femenina del parque. “A que le saco el número de teléfono”, desafía Sarah ante esas madres que vienen adorando a su Adonis desde hace semanas sin siquiera saber su nombre. Su idea es demostrarles que se puede tener una charla normal y civilizada con un hombre, pero lo que terminará consiguiendo será algo que la obligará a cambiarse de parque. Porque el inesperado beso entre Sarah y Todd es el punto de partida para la novela que –cuatro años atrás– terminó de convertir a Tom Perrotta en el gran satirista de la vida en los suburbios norteamericanos.
Fue utilizando sus recuerdos como padre dedicado a cuidar a sus dos hijos en Belmont, Massachussets, que Perrotta construyó su cuarta novela, la segunda en ser llevada con cierto suceso al cine. Pero poniéndose en el lugar de la insegura Sarah, y no en el de Todd, el galán fracasado. Casi un escritor desconocido hasta que el director Alexander Payne llevó con gran acierto su novela Election al cine, con Matthew Broderick y Reese Witherspoon como protagonistas, Perrotta supo ser alumno de Tobias Wolff durante su posgrado en la Universidad de Siracusa. Ya en su primer libro de cuentos, Bad haircut, había demostrado su gran poder de observación generacional. Aquellos cuentos, escritos durante su paso por la universidad, recordaban cómo era ser un adolescente en los ’70 con un estilo que el propio Perrotta parece disculparse por ser demasiado carveriano. Pero fue con sus novelas que Perrotta consiguió ese tono entre irónico y comprensivo que mejor le sirve para desarmar los complejos y falsas convicciones de su generación. Primero fue el turno de The Wishbones, contando la historia de una banda de rock que nunca llega a nada pero sigue tocando. Y luego, sí, le tocó a Election, que sigue el devenir de una elección estudiantil dentro de una escuela secundaria.
Bautizada como Niños pequeños en el original (su versión cinematográfica se tituló Secretos íntimos), Juegos de niños es la novela de adultez de Perrotta, con todo lo que eso implica, para bien o para mal. Sus adolescentes son aquí adultos que se comportan como tales, pero ya están en sus treinta y tienen familia, o al menos su propia casa, una pareja que no funciona y unos niños pequeños que tratan de criar de la mejor manera posible. Comparado con John Irving o John Updike por esa obsesión por demostrar que no todo es placidez en los suburbios, y bautizado como el Chejov norteamericano por The New York Times por su capacidad de mostrar empatía por todos sus personajes, incluso los más impresentables, la insatisfecha postal suburbana de Juegos de niños tiene poco de satírica luego de comedias televisivas como Amas de casa desesperadas o Weeds. Pero hay que conceder que Perrotta tiene un particular don para ir convenciendo con sus personajes, desmigajando lentamente no sólo la hipocresía de la sociedad que retrata, sino también los prejuicios de su ocasional lector. No sólo el ex policía convertido en vigilante de suburbio por la presencia de un pedófilo en el barrio resulta ser un hombre peligroso, sino que también el personaje del pedófilo es retratado de manera realista y sin remilgos.
Dinámica y hábil con la trama y sus personajes, aunque algo aburrida en su seudoadultez como podría serlo una película de Todd Solondz comprensiva antes que abusiva con sus protagonistas, Juegos de niños tiene como indudable referente a Madame Bovary a la hora de construir a su personaje más real, el de Sarah. No en vano cuando ella analiza la novela de Flaubert en su grupo de lectura femenino –una de las mejores escenas, hacia la mitad del libro– es cuando Juegos de niños comienza a hacerse realmente interesante.
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