Dom 13.07.2008
libros

Los testimonios imposibles

Novela coral, con diversos registros y voces, Saudades enfrenta al mismo tiempo problemas de la literatura y de la crítica literaria.

› Por Mariano Dorr


Saudades
Sandra Lorenzano

Fondo de Cultura Económica
224 páginas

La novela comienza con el hundimiento de la narradora en la memoria de su amada. El enamoramiento se funda en el relato de la historia del otro como autobiografía; reconocerse en otros caminos, en otros viajes, en otras obras y lecturas, es un modo de afirmar una identidad desgarrada por el dolor del exilio. Y el amor tiene un destino fijo: Ana, hija de Paula y Adrián (desaparecidos durante la última dictadura), artista plástica en cuya obra se juega el riesgo de la representación posible del horror: (“Te aterraba, lo supe después, que pudieran verse como una estetización de la pesadilla”), escribe la narradora. Entre el catálogo (de una muestra de arte) y la carta de amor, Saudades se presenta como una novela poblada de ausencias, nostalgias que nombran un recuerdo, pero también –y sobre todo– la añoranza de lo que pudo ser y no fue.

El exilio de Ana en Portugal explica el título del libro, a la vez que sirve de invitación para el trabajo de citas (de Fernando Pessoa y otros grandes nombres de la lengua portuguesa) que hace de Saudades una novela coral. Como dice Sylvia Molloy en la presentación: “Las voces alternan, intentando decir lo que no se puede decir, apresar relatos para siempre ajenos, oficiar un duelo que es y no es el nuestro, es un rumor de ausencias donde el cuerpo erótico ofrece pasajero refugio mientras que la cita literaria (otro cuerpo, otra voz más) funciona como aguijón, acentuando la falta, manteniendo vivo el llamado”. Las palabras de Molloy sirven para no abandonar la lectura de una novela que, a medida que avanza, parece empantanarse cada vez más en una memoria tan mutilada como ajena.

Escrita de un modo fragmentario (muchas de las páginas son ocupadas por un pequeño texto, en letras más grandes, donde desfilan confesiones, claves, y hasta llaves teóricas que condicionan la lectura), el relato incluye extrañas fotografías y textos en negrita, como esa suerte de poema en prosa, donde aparece un Telémaco reclamando la aparición con vida de su padre, Ulises: “Atravesaré los mares, Padre, enfrentaré todos los peligros que los dioses me envíen, lucharé también yo contra la dulzura de las sirenas y la brutalidad del cíclope, dormiré a la intemperie, avanzaré contra los vientos, enloqueceré de soledad, Padre, para encontrarte”, escribe Sandra Lorenzano, escritora y crítica literaria, radicada desde 1976 en México, doctora en Letras y especialista en arte y literatura latinoamericana.

Por el formato mismo de la novela, se podría comenzar a leerla desde cualquier parte, del mismo modo en que se construye un recuerdo. Las citas (Pessoa, pero también Paul Celan, Javier Marías, Win Wenders, Juan Gelman, Borges, Hebe de Bonafini, Ovidio, Estela de Carlotto, Semprún, y la lista sigue...) acompañan el relato, incluso repitiéndose como una obsesión, la de buscar en lo ya escrito una palabra que alcance para decir lo imposible: el amor y, al mismo tiempo, el dolor inenarrable ante una herida que se abre en cada gesto. ¿La trama, el argumento, los personajes? No: “Solamente el lenguaje que no va a ninguna parte”.

El libro se asume como naufragio y busca (entre tantos padres textuales, en cada cita) una razón para seguir escribiendo-sobreviviendo, a pesar del silencio de las sirenas, siempre más insoportable que su canto. Subiendo la apuesta en su compromiso con una literatura del testimonio imposible (Agamben, Blanchot, Derrida), Lorenzano choca con los fantasmas propios de un texto que finalmente divide lo que pretende exhibir como indiviso: literatura y crítica.

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