Dom 07.09.2008
libros

No hay mal que por bien no venga

Jean Baudrillard es uno de los filósofos menos comprendidos y condenado por ciertas expresiones equívocas, como aquella de la Guerra del Golfo (que no ha tenido lugar). Al final de su vida, emprendió una intensa reflexión sobre el mal, su inteligencia y su inteligibilidad.

› Por Jorge Pinedo


El pacto de lucidez o la inteligencia del Mal
Jean Baudrillard

Amorrortu
209 páginas.

Cuando siete años atrás proclamó “la Guerra del Golfo no ha tenido lugar” mientras apenas se disipaban los fuegos producidos por las bombas, los humanistas de corazón tierno bramaron por la cabeza de Jean Baudrillard. Se hacían o eran ignorantes de que, cuando se trata del filósofo francés, nada absolutamente puede ser tomado con fría textualidad ya que su poética se halla atravesada por la teoría del Signo de punta a punta. Por ende, nada es lo que aparenta ser en tanto el signo “en general, como fragmento, como parcela arrancada al mundo natural, es ya en sí una subversión inmediata del discurso de lo real, del sentido en su pretensión de totalidad”. Crítico pertinaz de las formas y los fondos, extrae de la literalidad y lo fenoménico un campo de saber que estruja a su entender, haciendo que las categorías provenientes de la antropología, el psicoanálisis, la sociología, la filosofía clásica y hasta la semiología digan otra cosa que aquello a las que estuvieron originalmente destinadas. En esta perspectiva que es la suya, Baudrillard parece un anarco frente al cual tipos como Lyotard quedan como acomodaticios y, de rebote, le salpique algún mote de facho.

No cualquiera se acerca a la punta del trampolín octogenario con el ímpetu de escribir –en el 2004– El pacto de lucidez o la inteligencia del Mal cuando vaya a saber qué es la lucidez y dónde está el Mal. Pues en tiempos híper, lo Real, la realidad, el fenómeno, el acontecimiento, bah, eso que sucede, como se llame, emerge como perdido hasta tal punto que sólo llegan sus virtualidades, velos, camuflajes, mitos, versiones que hacen claudicar el principio de representación. Escenario de las creencias y su juego de variaciones, este nuevo mundo impone otro contrato al que “hay que oponerle un pacto de inteligencia y lucidez”.

Enemigo de las respuestas facilistas y la retórica ilusoria, Baudrillard anuncia la implosión de la metafísica para iniciar el reinado absoluto de la Patafísica, ciencia de las soluciones imaginarias inventada en 1888 por Alfred Jarry para su Ubú Rey y que toma al modo de paradigma de la Realidad Integral, reemplazo de la objetividad.

Agotadas las imágenes de la crónica, ya superada por el hipertexto remanente del acto técnico de la edición, cualquier sondeo sobre esa entraña que aplasta al acontecimiento ha de valerse de figuras literarias. Ingresa de tal modo el capitán Ahab, raptado a Melville a fin de comunicar al mundo que los dolores presentes en su pierna amputada auguran los tormentos del infierno que continúa a la vida misma tras su fin. De ese apocalipsis a Walter Benjamin relevando la destrucción de la Modernidad como una emoción estética, pasando por el film de Elia Kazan El arreglo, donde un personaje “se instala como la sombra de sí mismo o como el hombre que ha perdido su sombra”, el discurso de Baudrillard pesca escenas y situaciones de las aguas en las que una y otra vez hace patito con Borges y Macedonio. Artilugios y sortilegios, válidos a la hora de desenvolver cómo, en última instancia, con la erosión terminal del comunismo, la economía de mercado genera sus propios enemigos desde sus propias entrañas. Inteligencia del Mal o fracaso del Bien con la violencia como espejo, que de ningún modo alude a que el Mal tenga la virtud de la inteligencia sino, por el contrario, que es factible hacerlo inteligible como para empezar a conjurarlo. Para ello, sostiene, es preciso situar los participantes, con la información en primera fila, en su función de “policía del acontecimiento”. Pues, en tal caracterización, el sistema informativo opera al modo de “una inmensa máquina de producir acontecimiento como signo, como valor intercambiable en el mercado universal de la ideología, del espectáculo, de la catástrofe. En síntesis: de producir no-acontecimiento”. Baudrillard puro, sintético y final.

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