Mitos, verdades e insolencia clásica se mezclan en un hotel de leyenda.
› Por Juan Pablo Bertazza
Guillermo Hotel
Guillermo Piro
Aurelia Rivera
133 páginas
Siempre que el rito se actualiza y un lector se topa con un libro le ocurre una especie de movimiento reflejo: una primera idea intuitiva, a veces tan ridícula que, pronto, muy pronto, los lectores suelen ocultarla para siempre. En el caso de Guillermo Hotel, del escritor y periodista Guillermo Piro, al hojearlo, pispiar el título y la manzana azul de la tapa, lo que surge es algo así como la sospecha de que “el autor piró”. Sin embargo, pronto las cosas empiezan a acomodarse un poco: el título va llamando, vía asociación fonética, a un juego de palabras y así ligamos la manzana con el resonar de Guillermo Tell –que, después nos enteraremos, así se llama la última de las narraciones del libro–. Curiosamente, existe en Barcelona un Hotel Guillermo Tell, y su historia podría tranquilamente formar parte de este conjunto de narraciones. Sin embargo, el eco de aquella leyenda excede los lúdicos límites de las asociaciones para influir en, al menos, dos rasgos de este libro: una especie de insolencia clásica y la deliberada mezcla entre mito y verdad. Lo primero porque este libro muestra la intención de postularse contra la solemnidad de la cultura sin caer en la banalización, al igual que la osadía de Guillermo Tell, al no querer reverenciar un sombrero que simbolizaba el poder de los Habsburgo, le valió una temerosa prueba en la que estaba en riesgo la vida de su hijo. Lo segundo porque así como no existen documentos fehacientes de la existencia del legendario héroe suizo, en casi todas estas narraciones hay una mezcla entre verdad y ficción que, por momentos, se vuelven indiscernibles. Claro que no se trata tanto acá de mitos antiguos, sino más bien de aquellos mitos más cercanos en el tiempo, provenientes de grandes figuras de la literatura, la política, la filosofía y hasta la ciencia, cuyo costado más literario es aprovechado por Piro, reelaborando en tono satírico conceptos como la velocidad constante de la luz o el hotel infinito del matemático David Hilbert. Que Guillermo Piro tenga tanta habilidad para “confundir” lo objetivo con sus propias interpretaciones, lo gracioso real con lo inventado delirante, responde a su habilidad para moverse en el campo cultural. En una extensión que va del puñado de líneas a la página y media, estas minihabitaciones mezclan paradojas, rarezas, cuentos breves, impresiones fugaces, ideas que parecen más bien apuntes de cuentos. Algunas son brillantes –ver, por ejemplo, “Autoafirmación personal”, en la que un fotógrafo, porque una foto de un edificio le salió movida, termina convenciendo a todo el mundo de derribar el edificio–, muchas buenas y algunas insulsas. Justamente esa irregularidad parece arrimarle a este libro ciertos aires de la blogosfera. Si bien la palabra blog como también su jerga brillan por su ausencia en Guillermo Hotel, las narraciones parecen post, muchas de estas historias podrían generar en el lector ciertas ganas de dejar comments y el índice tiene algo de los archivos de los blogs, además de que Piro administra un blog. Hoy por hoy, alguien que “descubre” la potencia de los blogs es casi tan irritante como quien se resiste a ella. Con Guillermo Hotel, Piro va un poco más allá y trata de llevar algunas de las peculiaridades del blog al papel sin que ese material haya sido incluido directamente en su blog.
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