Doble debut, en un volumen de cuentos y una novela, para un autor que hace foco en historias de hijos de desaparecidos.
› Por Fernando Bogado
Ninguna de las dos obras recientemente publicadas de Félix Bruzzone –doble comienzos: primer libro de cuentos y primera novela– tienen la memoria como eje del relato. Este tipo de afirmación resulta, como mínimo, llamativa, en la medida en que varios son los datos o fragmentos de los textos en donde se dan todos los materiales necesarios para llevar adelante una historia que funcione como una gran alegoría de la reivindicación histórica. Pero entonces: ¿qué se hace con un personaje tan determinado por ese pasado funesto? ¿Cómo se habla de la última dictadura argentina sin abordar el constante tópico de la memoria? Ahí es en donde reside, para bien o para mal, el sello distintivo de este joven escritor.
En la novela Los topos, Bruzzone narra la historia de un hijo de desaparecidos que ha sido criado por su abuela y su abuelo: la primera está tan convencida de que su hija, en la ESMA, dio a luz a otro de sus nietos, que no tiene mejor plan que mudarse de Moreno a Núñez una vez enviudada para estar cerca del lugar del alumbramiento y recoger pistas de la posible ubicación de su descendiente desconocido. Este tipo de siniestras cercanías recorrerá todo el texto, “empujando” a la acción no porque haya algo perdido que recuperar, sino porque la ausencia misma invita al movimiento, como si fuera la gasolina que alimenta el motor de la novela.
El protagonista comienza a atravesar diversas situaciones con cierta distancia, como si estuvieran pasándole a otra persona: el embarazo y posible aborto de su novia, Romina, militante de HIJOS –grupo que mirará con cierta simpatía, pero del cual prefiere mantenerse al costado–; su romance con una travesti matapolicías de nombre Maira; o las labores de repostero, vagabundo y albañil que realiza esporádicamente. A la mitad de la novela, una búsqueda que tiene como destino Bariloche empezará a darle forma a toda esta serie de acontecimientos que parecían desconectados, viaje que tendrá el enrarecido aroma de un sueño, con su misma caótica y significativa lógica, con su misma tendencia hacia adelante. Hay, en Los topos, una apuesta al futuro (o mejor: al destino) antes que un pasivo demorarse en el ayer.
Esa misma prosa sintética y enfocada en la acción que se despliega en la novela de Bruzzone alcanza su cenit en los cuentos que componen 76, editada por el sello Tamarisco, que Bruzzone integra. Todos los relatos –con excepción, quizás, de “Susana está en Uruguay”, armado a partir del diálogo de dos personajes– tienen como protagonista a un hijo de desaparecidos que se ha armado su familia sustituta, compuesta por una abuela o una tía: otra vez, espacios huecos que hay que llenar. Esas ausencias fundantes, en cada relato, toman diversas formas, actualizando lo “desaparecido” en un sentimiento latente en una escena o anécdota (“Lo que cabe en un vaso de papel”) o en algo físico, tangible (un camión en “Unimog”). “Fumar abajo del agua” y “2076” –un relato que linda con la ciencia ficción postapocalíptica, sorprendente por su originalidad– son los relatos en donde encontramos la mejor y más refinada prosa del autor.
Bruzzone logra en ambas obras mostrar un perfil diferente del arduo problema de las consecuencias de la última dictadura no ya en un país, sino en una generación: no por no haber una memoria o cierto aire de reivindicación los textos no hablan del pasado, eligen –y quizás aquí esté la naturaleza eminentemente literaria de los trabajos– la presencia de ese mismo pasado en el presente, atosigando al protagonista, volviendo bajo la forma de un objeto o una indemnización, etc.; y nunca dejando de remarcar esa advertencia difícil, molesta: la peor ausencia es siempre la que está por venir.
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