Dom 22.02.2009
libros

El diablo en el cuerpo

Durante años mantuvo el anonimato y se negó a ser fotografiado en las entrevistas. Ultimamente, la revelación aunque incompleta de su identidad causó no poco revuelo en Uruguay. Lo cierto es que el escritor conocido como Ercole Lissardi es el autor de una variada gama de interesantes libros unidos por el común denominador del sexo, narrado entre el erotismo y la pornografía. Mientras la editorial Hum empieza a distribuir su Trilogía sobre la infidelidad en Argentina, Radar entrevistó a Lissardi en Montevideo y hasta le sacó unas fotos.

› Por Alejandro Soifer

Quién es Ercole Lissardi? Podría decirse que es el secreto más público de la literatura uruguaya contemporánea y también que es un escritor que está muerto pero que todavía respira y sonríe. Ercole Lissardi es un seudónimo. Es un personaje ficcional y real. Es un hombre solo o una mujer sola y son varias plumas bajo un mismo seudónimo. Es un pornógrafo, un erotómano, un cineasta y alguien que conoció el exilio en México; un librero montevideano llamado Hugo y un fantasma. Es el autor de libros como Calientes, Aurora lunar, Ultimas conversaciones con el fauno, Acerca de la naturaleza de los faunos, Una como ninguna y una trilogía de novelas con eje en la infidelidad llegada hace poco a la argentina: Los secretos de Romina Lucas, Horas-puente y Ulisa, entre muchos otros títulos.

Todo esto se ha dicho de Ercole Lissardi y mucho de eso es este escritor que comenzó su carrera como tal recién a los cuarenta años (está por los sesenta) y que prefirió asumir el anonimato para ocultar un inicial pudor por escribir. La sensación de no pertenencia al ambiente literario y el desinterés por el mismo, sumado a una narrativa atravesada al punto de lo obsesivo por el sexo y el erotismo, fueron los otros factores que determinaron su opción por no mostrar el rostro ni reconocer su propio nombre.

Para embarrar más el asunto, el escritor decidió que un alter ego muerto era todavía mejor para permanecer sin ser molestado. Y eso hizo: llenó las solapas de algunos de sus libros con una fecha de deceso para Ercole Lissardi.

Un revoloteo de clamor alrededor de su figura –y el hecho de que empezaron a atribuir su identidad a otros escritores– lo decidió a que ya estaba lo suficientemente maduro como para darse a conocer. Luego de tantas idas y vueltas, la epifanía: el bonachón librero montevideano, el gordo Hugo (como lo conocían sus amigos), se asumió como el personaje que había construido; Ercole Lissardi, el erotómano, el Fauno.

Los problemas llegaron: algún que otro ataque en la prensa escrita y la cadena de librerías más grande de Montevideo negándose a vender “los libros de un librero” para no favorecer a la competencia; en otras librerías dicen que preferirían ver sus libros en los exhibidores triple X de un kiosco de diarios antes que en sus estantes.

Desde que se asumió como Ercole Lissardi concedió unos escasos y casi anónimos reportajes en los que no mostró la cara y suministró información en cuentagotas. Hasta ahora, en su primera entrevista con un medio argentino para la que aceptó ser fotografiado. Pero su nombre completo permanece en la oscuridad. Llamémosle, pues, Lizzardi.

¿Qué cree que ha cambiado en la recepción de materiales eróticos? ¿Sus libros fueron recibidos con conflicto?

–Tú me podrás decir cómo serán recibidos mis libros en Buenos Aires dentro de un tiempo porque recién llegan. En cuanto a Montevideo, la recepción ha sido marcada por dos factores profundos de la cultura uruguaya. Uno es el liberalismo cultural que proviene del primer batllismo. Eso que hizo de Uruguay lo que fue durante tanto tiempo como la capital del pensamiento liberal. No de lo antieclesiástico, pero un montevideano en la década del ‘60 era un tipo que se definía como ateo, tenía una actitud muy liberal en materia de pensamiento. Entonces por un lado ese humus de la cultura uruguaya que poco a poco se va diluyendo, porque el mundo cambia, es uno de los factores que hicieron a la recepción. El otro es, bueno, vivimos en la posmodernidad, vivimos en la era de la indiferencia. A nadie le importa un carajo a la vela nada. Nadie está dispuesto a pelearse por nada en el mundo. Entonces entre la indiferencia de la posmodernidad y la liberalidad del primer batllismo uruguayo que es una de las capas más profundas del Ser Nacional, acá nadie armó escándalo excepto por algún puritano de izquierda. Porque la izquierda uruguaya es puritana. Con todo lo que yo respeto a la izquierda, digo, yo me comí un exilio y no fue precisamente por ser de derecha. Entonces lo digo con todo el respeto y deseando que le vaya lo mejor posible a la izquierda en los gobiernos que tenga, pero hay una cosa puritana en la izquierda uruguaya y los que saltaron en contra de Lissardi, uno o dos que saltaron en algún momento en la prensa, eran gente de la izquierda. Una izquierda puritana vergonzante porque el mismo periódico que en determinado momento sacó un artículo diciendo que yo era el enemigo público número uno, dos semanas antes o después me publicó un artículo de tres páginas sobre la diferencia entre erotismo y pornografía. Digo, es difícil en determinado momento para la izquierda manejar estas cuestiones.

¿Con qué argumentos lo atacaron?

–Dijeron que era el enemigo público número uno por la razón sencilla de que mis libros iban dirigidos a pervertir a la juventud, como Sócrates, más o menos. Y lo que me hacía más peligroso: que era un esforzado teórico. No solamente te contaba la historia sino que además te la justificaba. Entonces sí, hubo un ataque muy violento y que sin que yo lo supiera, porque si no le hubiera dicho que no lo hiciera, salió a defenderme uno de los intelectuales más destacados que hay en el país, que es Roberto Echavarren.

En ocasión de un debate sobre la pornografía en Estados Unidos, un juez a cargo de este asunto dijo: “No sabría definirla, pero sé reconocerla cuando la veo”. Usted afirma que su literatura no es pornográfica, ¿cómo define o reconoce lo pornográfico?

–Creo que hay dos maneras de saber si mi literatura es erótica o pornográfica. Una es una manera práctica, pragmática: la pornografía es una industria. Una industria que produce un objeto, que compra un consumidor para determinado tipo de consumo. Si tú agarras un libro mío y se lo das a un consumidor de pornografía, te va a decir: “Muchas gracias pero no, no era esto lo que yo quería”. El tipo va a leer, y va a decir: “Bueno, acá hay muchas cosas, es muy bonito, pero no es lo que yo quería”. Porque el consumidor de pornografía es un tipo absolutamente unívoco: él sabe qué es lo que quiere. El lo que quiere es pornografía y por consiguiente rechaza aquello que sea muy bonito o muy inteligente o lo que quieras pero que no sea pornografía. Entonces ahí hay un primer nivel donde el librero sabe lo que es pornografía y lo que no lo es.

Hay un segundo nivel que es más teórico, más conceptual: qué es erotismo y qué es pornografía. Hasta donde yo he podido explorar el tema, el erotismo es acerca del deseo y la pornografía es acerca de los cuerpos. No creo que sea posible equivocarse en esto. El erotismo es acerca del deseo, por consiguiente es posible pensar una obra erótica en la cual no haya cuerpos. Porque es acerca del deseo y el deseo es, todos lo sabemos, una de las cosas más profundas que tiene el ser humano. Es aquello que nos impele a otra persona con una necesidad absolutamente insoslayable. Necesitamos poner las garras encima de esa persona sí o sí. O algo encima de esa persona. Tomá el caso de una película que todo el mundo vio porque es un clásico: Muerte en Venecia. Esa película es acerca del deseo. El profesor Von Aschenbach tiene un profundísimo deseo hacia ese chavo. No puede ocultarlo, no puede controlarlo porque no sabe qué hacer con él, porque no es lo que él espera de sí mismo. Es una obra profundamente erótica. En el sentido profundo de la palabra erótica. Eros, el dios de la atracción. Nosotros lo llamamos Deseo. En cambio, la pornografía es acerca del cuerpo. Cuanto más en detalle, cuanto más visible, cuanto más detallado sea, mejor. Por eso la pornografía tiende a meter las cámaras adentro de los cuerpos.

Gerard Damiano, el director de Garganta profunda, considerada la primera película pornográfica narrativa, creía que el sexo explícito iba a llegar al punto de lograr insertarse dentro de cualquier obra artística como una manifestación realista, una parte más de la descripción de las costumbres humanas. ¿Usted considera que su narrativa cumple esta expectativa de integrar la sexualidad como algo natural o se plantea una narración como excusa para llegar a la descripción de sexo explícito?

–Lo que quería decir Damiano es una cosa que se transformó en realidad. Hoy en día existe, todavía de una manera vacilante, un cine serio en el cual el sexo es explícito. Son pocos los directores que se atreven a hacer eso, todavía. El ejemplo básico es El imperio de los sentidos, de Oshima.

A partir de ahí, hay una cantidad de películas que son serias, incluso mortalmente serias diría yo, en las cuales hay escenas de sexo explícito. Damiano tenía razón, no porque fuera un genio, sino porque estaba en la tapa del libro que iba a ser así. Todo el proceso de permisividad no es un proceso que pueda ser parado. Igual, Damiano se sentía decepcionado por el cauce que tomó finalmente la industria pornográfica: representaciones extremas casi sin narrativa. A Damiano le gustaba el cine, amaba las películas y entonces pensaba que se podía hacer películas que fueran serias pero, al mismo tiempo, que tuvieran absoluta libertad. Cada vez va a haber más cine en el cual los actores entiendan que la sexualidad es parte de la actuación. Inclusive hay actores de Hollywood que han aceptado hacer escenas sexualmente fuertes. Nicole Kidman hizo una escena de masturbación en una película menor, una película de pocos dólares. En cuanto a la literatura... yo jamás me planteé si estaba bien o mal. Yo escribo de una manera totalmente animal. No escribo desde el punto de vista de un sistema de ideas ni de convicciones ni de ideas políticas ni de sedición cultural ni de convicciones de ninguna índole. Tengo una imagen, esa imagen se me revela como persistente y parto de la base de que esa imagen está ahí porque hay una historia detrás, apoyo el pinche lápiz en la hoja de papel y ahí sale. De manera que plantearme si estaba escribiendo pornografía, si iba a poner escenas de sexo, si iba a utilizar palabras que son aceptables o no son aceptables... eso para mí nunca existió.

La prestigiosa estudiosa de la pornografía Linda Williams ha sugerido que la escena de la eyaculación masculina (money shot) es necesaria para representar físicamente el placer sexual masculino sin un equivalente femenino posible. ¿Cree que es posible encontrar alguna forma de representación del goce femenino que escape al imaginario de la sexualidad varonil?

–Mirá, francamente la mayor parte de la gente que me lee son mujeres. Habría que preguntarles a ellas. He llegado a la conclusión de que buena parte de mis lectores, la mayor parte pienso, realmente, son mujeres que aprecian mi literatura por las razones que ellas quieran encontrar.

¿Le encuentra alguna explicación o motivo?

–Quizá que yo lo escribo desde la cabeza de un hombre.

Justamente, me resulta sorprendente porque hay un imaginario sexual masculino muy fuerte presente en sus novelas.

–Me imagino que sí. A pesar de que algún crítico, de izquierda siempre, dijo que mi literatura era homoerótica. Yo no tengo nada contra la literatura homoerótica y mucho menos contra los homosexuales ni nada que se le parezca. Incluso en mis novelas hay momentos de bisexualidad. Yo no formo parte de la cultura gay y mis personajes tampoco. Pero en la primera etapa de mi novelística hay por lo menos dos libros en los que hay una exploración de lo orgiástico, de la sexualidad indiferenciada, del estado de erotización absoluto al cual se puede llegar, se puede estar, y ahí sí, hay sexo entre hombres. Ahora, retomando tu pregunta, yo no creo que haya una realización del imaginario sexual masculino. Yo creo que en mi literatura lo que hay es lo que puede haber en la cabeza de una persona que no tiene ninguna alternativa más que escribir sobre sexo, porque si tuviera otra me pondría a escribir sobre otra cosa, pero no. Yo lo que escribo es sobre sexo.

¿Y cómo considera la relación de lo que escribe con el consumo? Le pregunto porque pareciera que en sus libros los amantes son cuerpos que se usan y se desechan y los matrimonios son un desgaste lento y continuo.

–Ahí ya estamos en otro terreno. Allá por la séptima novela más o menos, yo entré en una zona rarísima en mí, una zona de no escribir porque sentía que me faltaba la devolución. La crítica uruguaya es muy pobre. Hay muy poca gente acá que valga la pena leer lo que escribe.

No fue así siempre, hubo una época en la cual la crítica uruguaya era señera en América latina, estoy hablando de la época de Angel Rama, de Emir Rodríguez Monegal, tipos con peso como críticos. Podías estar de acuerdo o no con la izquierda, con la derecha, pero eran tipos que tenían con qué. En este momento no. Es muy pobre la crítica uruguaya. Yo la mayor parte de las críticas no las leo. Hay muy poca gente que vos decís mirá, Fulano escribió, y vas a ver lo qué dice. Entonces en determinado momento me quedé sin pensamiento. Sentía que tenía que entender mejor mis propios libros, andaba por el séptimo y no había pensamiento. Entonces dije bueno, si no lo hay, tengo que hacerlo yo. Tengo que pensar: ¿De qué forman parte mis libros? ¿Por qué escribo estos libros y no otros? ¿Cuál es el lugar de estos libros en el continuum libresco mundial? Tuve necesidad en determinado momento de ubicar mis libros. Pero me pareció imposible ponerme a analizarlos yo mismo. Entonces tuve la peregrina idea de tomar mi nuevo nombre como un personaje y hacerlo actuar como un personaje que se iba de vacaciones y escribía un diario. Y esa interposición que pienso que fue el momento en el que me desprendí totalmente de mi identidad anterior, me permitió pensar los libros. Porque creé un personaje que era Lissardi, y a ese personaje, de alguna manera me trasladé dejando el Yo que no podía pensar los libros, afuera del asunto. Parece metafísica, pero no. Es elemental. Me permitió tomar a Lissardi como personaje y desprenderme finalmente de mi identidad anterior.

Entonces el tipo escribe un diario, en él escribe, además de sus escaramuzas sexuales de verano, una reflexión acerca de lo sexual y esa reflexión es algo que yo después publiqué en un artículo en una revista de psicoanalítica lacaniana y es lo que yo llamé el “paradigma fáunico de la cultura occidental”. Es una reflexión acerca de una línea de sensibilidad, de pensamiento, imaginación de alguna manera reprimida dentro de la cultura de Occidente que llamo “fáunica”. Lo que me interesa de eso es que me permitió de alguna manera tener una idea clara respecto de en qué sentido estoy escribiendo, para qué estoy escribiendo, dentro de qué esfera de sensibilidad estoy. La idea del paradigma fáunico entonces está en Acerca de la naturaleza de los faunos, que para mí fue una bisagra porque elaborarlo me permitió comprender dentro de qué estoy escribiendo y me permitió no hacerme más preguntas que no fueran necesarias. La noción de paradigma fáunico y su elaboración a lo largo de la historia de Occidente, me permitió de alguna manera ya no estar preguntándome qué pasa con los cuerpos: hay un cuerpo que es así que es el cuerpo conyugal, y otros cuerpos que son así que son los cuerpos prescindibles, descartables, esa pregunta ya no importó más para mí. Lo que existe es el impulso fáunico que es irreprimible y que se lo puede rastrear en la historia de Occidente. Ese impulso fáunico que nos impulsa hacia el consumo de los cuerpos y existen las situaciones sociales en las cuales las personas tiene que acomodar el cuerpo como para vivir en la sociedad en la que viven.

¿Un impulso báquico?

–Exactamente. Es así. De hecho creo que es bastante claro que es así.

Esto puede funcionar en la literatura pero, ¿considera que también puede funcionar en la vida cotidiana?

–En la medida en que las personas tengan conciencia cultural de lo que son y de lo que somos, sí. En la medida que se vive inconscientemente bajo la noción de culpa, no. La manera en la que nosotros vivimos nuestra vida emocional, sexual y sentimental está totalmente condicionada por la historia de nuestra cultura. Es necesario, para comprender el callejón sin salida al que hemos llegado, repensar el conjunto de la cosa, repensarlo, pensarlo de otra manera para poder encontrar otra manera de vernos a nosotros mismos y lo que hacemos. Eso me parece que es lo importante. Si no se comprende el impulso que yo llamo fáunico dentro de la cultura y de nuestra manera de vivir, hombres y mujeres siempre vamos a vivir a medio camino entre la hipocresía y la culpa.

De todo, pero infieles

La llamada “Trilogía de la infidelidad” de Ercole Lissardi llegó hace poco tiempo al país de la mano de Editorial Hum. Estas tres novelas independientes están atravesadas por un mismo eje temático (la infidelidad) y no exigen un orden de lectura preestablecido.

Los secretos de Romina Lucas puede leerse casi como un policial donde el narrador intenta reconstruir la vida y sexualidad de una mujer que conoció en un instante fugaz tras cruzar su mirada con ella y vio morir unos segundos después en un accidente de tránsito. Sensualidad, goce y muerte se van entremezclando en la trama.

Horas-puente es una comedia liviana con dos profesores de secundario que utilizan las horas libres que tienen en común para entremezclarse en una relación basada en el encuentro de sus cuerpos, que los hace salir de la rutina de una vida de casados o les presenta nuevas experiencias sexuales intensas.

Por último, Ulisa es una novela que su autor define como “de brocha gorda”, un drama en el que el narrador atormentado por el recuerdo de una amante muerta (Luisa) fantasea con ella hasta conocer a una mujer que se le parece mucho (Ulisa). Pronto se verá enganchado con ella en una relación de violencia sexual, hipocresía y dolor que no hará más que prenunciar un trágico final.

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