Dom 22.02.2009
libros

La ciudad y los perros

Finalista del Herralde, la novela de Iván Thays enlaza conflicto individual y sufrimiento colectivo en el escenario de un pueblo acosado del Perú.

› Por Fernando Bogado

Un lugar llamado Oreja de Perro
Iván Thays

Anagrama
224 páginas

La novela es una forma de la memoria. Y no solamente estamos hablando de la memoria individual, que guarda siempre la (im)pertinencia del recuerdo, aquello que invade nuestra conciencia, muchas veces, más allá del control de la voluntad (Proust). Concentrémonos, entonces, en esa memoria grupal, interpersonal, histórica: la novela juega muchas veces a disfrazarse de documento y presentarse como un testimonio duradero de acontecimientos históricos particulares. Varios han sido los novelistas que de una manera u otra trataron de conjugar ambos tipos en un solo texto: Iván Thays consigue en Un lugar llamado Oreja de Perro (finalista del último Premio Herralde de Novela), una obra en donde lo público y lo privado, la historia individual y la nacional parecen conservar una extraña relación de continuidad.

El protagonista, un reportero con una difícil situación matrimonial y agobiado por la muerte de su hijo, es enviado a Oreja de Perro –punto geográfico ubicado en el distrito de Ayacucho en Perú– a cubrir la visita del presidente de aquel tiempo, Alejandro Toledo, quien dará un acto con el fin de iniciar un programa de reparto de dinero para los muchos campesinos allí residentes. Acompañado por un fotógrafo de nombre Scamarone, cínico y mentiroso (mejor: “enriquecedor” de breves anécdotas), el periodista no sólo debe enfrentarse a los súbitos dolores, náuseas y diarreas que comienzan a invadirlo una vez que llega a su destino y al apunamiento, sino también a un clima social tenso en donde la creciente presencia de militares y policías irán enrareciendo progresivamente los humores de los locales. Por supuesto, para ellos no es agradable tantos miembros del orden merodeando por sus casas: tal como lo resalta el texto, la Comisión de la Verdad y de la Reconciliación reveló que en Oreja de Perro se encuentran diseminadas varias fosas comunes, y no estamos lejos de catalogarlo como el lugar más golpeado por el fuego cruzado que las fuerzas militares peruanas y grupos como Sendero Luminoso mantuvieron desde 1980 hasta 2000. El lugar hiede a muerte.

Thays, reconocido periodista y crítico literario, autor de textos como La disciplina de la vanidad (2000), logra aquí un texto tajante que retrata los sinsabores de todo aquel que se enfrente con ese molesto “espía” que es la memoria. Entre el olvido y el recuerdo, los hechos que mantuvieron sojuzgados a los peruanos en las últimas dos décadas funcionan como fantasmas que recorren el duro paisaje de cerros de Oreja de Perro. Serán ellos los que tomen cuerpo definitivo cuando Jazmín, una chica embarazada oriunda de la zona, cuente la verdad sobre su niñez afectada por las duras contraofensivas que militares peruanos desplegaron bajo las órdenes del gobierno.

El autor, recurriendo a un tipo de frase breve absolutamente concentrada en la contingencia de los hechos, logra transformar cada oración en un único haz de luz que atraviesa la penumbra de un pueblo sumido en un dolor impronunciable. Sólo tres cosas pueden emerger de esa oscuridad andina, densa, infinita; tres variantes de lo mismo: perros, policías, militares. El resto está oculto, literalmente desaparecido, enterrado bajo los pies de los personajes: huesos que sólo esos mismos perros desentierran atraídos por el hambre. El barroco “desértico” al cual recurría Sada para hablar del México de mediados del siglo XX en Casi nunca (ganadora del Herralde) se opone aquí a la brevedad testimonial de la escritura de Thays: ambos son fuertes ejemplos de los dos modelos de búsqueda estilística que la narrativa latinoamericana de estos tiempos lleva adelante.

Entre la necesidad de dejar atrás el pasado del protagonista (intención que se inclina por cierto sentimentalismo al final de la obra) y el gesto urgente de una Nación por recuperar una parte de su historia, el presente trabajo logra mantener un complicado equilibrio entre estos extremos a fuerza de sobriedad. Pero claro, como toda forma, la novela difícilmente pueda encerrar en sus límites lo excesivo, sobre todo si aquello a capturar es la memoria dolorosa de un hombre, de un pueblo atormentado.

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