Dom 31.05.2009
libros

Dar y recibir

Hablando de sí mismo sin tapujos, yendo y viniendo según los dictados del caos, Jaime Bayly logra encontrarse a sí mismo como escritor, retomando la huellas de sus primeras y mejores novelas.

› Por Juan Pablo Bertazza

El canalla sentimental
Jaime Bayly

410 páginas
Planeta

Hay figuras —también literarias— cuyas apariciones —también literarias— ya no admiten una lectura del tipo “escribe bien”, “escribe mal”, “su novela es brillante”, “su novela es pésima”. Como las películas de Woody Allen, como los discos de Charly García, con el tiempo, los libros de Jaime Bayly también se han convertido en un mal necesario, en un veneno que nos cura, nos hace bien, a tal punto que, cada tanto, necesitamos saber en qué anda para sentirnos mejor diciendo lo mal que está o para creernos mejor de lo que somos sintiéndonos como él.

Luego de haber ventilado pestes de su familia en No se lo digas a nadie, luego de haber escrito al menos dos novelas muy buenas —La noche es virgen (Premio Herralde) y Los últimos días de La Prensa—, luego de haber invadido, desde los 18 años, la televisión internacional con entrevistas provocadoras, irónicas y tontas, luego de que el Visibility Award lo reconociera por su amplitud sexual, luego de besarse ante las cámaras con Boris Izaguirre, luego de amenazar con postularse a presidente de Perú para el 2011, Jaime Bayly escribió la novela que lo presenta en sociedad justo ahora que es todo un personaje público, la novela de iniciación de un viejo niño terrible. Y hay que decir que El canalla sentimental no podría haber sido más apropiada para cumplir esa función: escrita en vertiginosas cuatrocientas páginas ni siquiera divididas en capítulos, lista y fresca para una lectura adictiva, sin dosificar, a fondo blanco, como se consumen las cosas que primero nos las regalaron y después nos las vendieron y volvieron a vender hasta que ya no nos reconocemos.

Entre Lima, Buenos Aires y Miami, el escritor y presentador de televisión de El canalla sentimental —Jaime Bayly, o bien Jaime Baylys, como aparece en el libro— se va buscando a sí mismo a medida que se pierde en deliciosas paradojas que le deparan sus vivencias (el mundo de la televisión, los viajes en avión, el cariño de un público lector que lo felicita por sus excepcionales novelas Mi mami es virgen, Mi hermano es una mujer e incluso Un mundo para Julius), sus vínculos amorosos siempre mediados por el dinero —con sus hijas, con su novio Martín, con su religiosa madre, con su padre muerto, con su ex mujer, y con su odiada y encantadora ex suegra— y banales descubrimientos como el de la bisexualidad de sus conejos. Y las diferencias entre él y su propio autor son tan mínimas que no pueden leerse sino como un indicio que la novela desarrolla obsesiva, metódicamente: la pereza.

De hecho en esta novela plagada de paradojas autorreferenciales, estructurales, latentes y literales —”soy honesto pero mitómano, “soy bisexual pero asexuado” y “hablo de mi vida privada pero nunca de mi vida pública”— la madre de todas las paradojas que Bayly encarna hasta las últimas consecuencias, es la de erigirse en el perezoso más metódico. Una pereza que respeta de la forma más persistente, no sólo por armar una ficción sin despegarse de su biografía y logrando aun así una ficción con todas las letras, sino también porque lo que cuenta carece de toda cronología, hilación y estructura, y aun así resulta coherente, a tal punto que pueden repetirse los nombres de sus personajes secundarios, a tal punto que presenta a Ana como “una amiga que se hizo un tatuaje mío en la espalda” doscientas páginas después de habernos contado su historia, a tal punto que da la sensación de que sólo el azar, los recuerdos y las emociones van ordenando caóticamente un discurso ordenado sólo por encabezadores tan caprichosos como “ahora estoy en Lima”, sin importar de dónde ni hacia dónde estaba yendo la cosa, y haciendo que aun así la cosa funcione.

Es probable que esta novela divertida, ágil, contradictoria y profunda, sobre todo profunda, sea la mejor novela de Bayly. Y no es casual, por otro lado, que se hable tanto en esta obra de su testamento y hasta de su epitafio (“Supo dar y recibir. Y es cierto que goza más el que da”). Porque El canalla sentimental es la obra con la que el Bayly escritor se encontró a sí mismo, un instante después, quizás, de haberse perdido en una autenticidad extrema, cínica, conmovedora.

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