Un libro indeciso entre la memoria y el diario cuenta el exilio en Siberia de una familia tras la Segunda Guerra Mundial.
› Por Nina Jäger
La estepa infinita
Esther Hautzig
Salamandra
215 páginas
La estepa infinita es un relato autobiográfico en el que Esther Hautzig rememora cómo ella, sus padres y su abuela fueron deportados de su hogar en Vilna, acusados de ser capitalistas en un nuevo territorio soviético durante la Segunda Guerra Mundial. La novela describe minuciosamente los cinco años de la familia en Rubtsovsk, un pueblito de la estepa siberiana donde junto a otros deportados la pequeña Esther busca un modo de sobrevivir.
Para Hautzig, la reconstrucción del pasado es una parte fundamental de su
exilio. La abuela y otra anciana rememoran a sus maridos “como si estuviesen forjando la armadura de sus respectivos caballeros”; la pequeña Esther busca siempre recordar la buena vida que tenía en Vilna, ciudad que es en realidad una “reliquia familiar”, antes de la deportación. Es la posibilidad de narrar los recuerdos lo que aparentemente le permite salir adelante. Y tal vez sea por eso que el éxito de la novela en el exterior haya estado relacionado con cierto optimismo infantil no del todo creíble— en la manera de contar episodios funestos.
“No me habría quedado más sorprendida si me hubiera dicho que nos habían trasladado a la luna.” La estepa siberiana la sorprende justamente porque no es un terreno fértil para imaginarle un pasado, así como tampoco lo es para conseguir alimento.
Lo que Hautzig parece querer reconstruir no es solamente su vida en la cruel estepa siberiana sino toda una memoria familiar que empieza a venirse abajo cuando su madre le prohíbe llevar al exilio el álbum de fotos de la familia. Aprender a hablar en ruso y vencer el frío para ir a la escuela es para Esther la única manera de conectarse con un espacio que ha despojado a su familia de todas sus pertenencias y de todos sus vínculos.
Esther Hautzig escribió La estepa infinita por sugerencia de Adlai E. Stevenson, un diplomático norteamericano que viajó a Siberia cerca de veinte años después de que la autora volviera de su exilio. La novela le dio un gran renombre como escritora —fue nominada al National Book Award en 1969—. Sin embargo, recién cuarenta años después, en 2008, fue traducida al castellano. Encarar la escritura veinte años después de los hechos le generó a Hautzig una dificultad en la elección del género. La novela está a mitad de camino entre la memoria y el diario. No se decide a poner una distancia de tiempo y espacio que permita a la narradora tener voz de mujer crecida. Tampoco termina de construir un diario impostado para que la inmediatez de los hechos empape de oscuridad la manera de contarlos. Ninguna de las dos alternativas parece suficiente para rememorar grandes sufrimientos y entonces Hautzig usa ambas como si no hubiera realmente una diferencia.
Si la autobiografía supone la necesidad de un recorte, la autora incurre en el intento de contarlo todo. Nada de lo vivido en esos cinco años parece quedar afuera de la novela. Eso vuelve a La estepa infinita un relato indudablemente fuerte y, al mismo tiempo, hace que muchos saltos temporales sean bruscos y que las minucias de una vida sufrida sean difíciles de digerir.
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