Dom 31.05.2009
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Qién es quién

En los primeros días de mayo, John o Ivan Demjanjuk –Iván el Terrible de Treblinka– fue extraditado desde los Estados Unidos a Alemania, y todo parece indicar que finalmente será juzgado por sus crímenes como ex SS y guardia de varios campos de concentración nazis. Cabe recordar que fue juzgado y finalmente absuelto en Israel por las dudas sobre su identidad generadas en el proceso de extradición. Su figura vuelve a plantear las preguntas que a su manera intentan contestar Operación Shylock de Philip Roth y la reciente El lector, la película basada en el libro de Bernhard Schlink.

› Por Alejandro Soifer

En Operación Shylock, novela de Philip Roth de 1993, se planteaba un interrogante que puede llegar a ser aterrador: ¿quién es quién realmente? Estaba hablando de John Demjanjuk, un presunto criminal nazi que luego de la guerra se exilió en los Estados Unidos llevando una tranquila vida como mecánico de autos en Ohio. Entre 1986 y 1988 Demjanjuk fue juzgado en Israel sin saberse nunca del todo si era o no el asesino buscado. Roth se prendía del trasfondo del juicio para plantear su pregunta incómoda e iba más allá con un juego de desidentificaciones en el cual el narrador de la novela se llamaba Philip Roth y era un escritor norteamericano-judío exitoso que se encontraba un día con otro personaje que se hacía pasar por él para predicar el “Diasporismo”, un presunto movimiento político para que los judíos israelíes volvieran a sus hogares de la diáspora europea. Este movimiento sostenía el error de la constitución del Estado de Israel basado en la expropiación de tierras a los palestinos y la generación de un nuevo antisemitismo como consecuencia de la profunda violencia que significó y significan para los árabes las políticas israelíes en Medio Oriente. La otra idea filosa que predicaba el Philip Roth doble del Philip Roth narrador era que la diáspora judía actual suele mirar al costado cuando se trata de examinar los excesos del Estado de Israel y justificarlo casi ciegamente en su necesidad de existencia basados en una extenuación de la significación del Holocausto.

En un pasaje intenso, el Philip Roth doble argumenta que Israel se debe a la institucionalización del Holocausto, que justifica a ojos del mundo el militarismo expansionista israelí: “¿Qué es lo que justifica que no se desaproveche ninguna oportunidad de extender las fronteras de Israel? Auschwitz. ¿Qué justifica el bombardeo de la población civil de Beirut? Auschwitz. ¿Qué justifica que se les machaquen los huesos a los niños palestinos y que se les vuelen las extremidades a los alcaldes árabes? Auschwitz. Dachau. Buchenwald, Belsen. Treblinka. Sobibor. Belsec”, argumenta enajenado el doble del narrador.

De fondo, el relato avanza con la narración del juicio a Demjanjuk. La justicia de un país vencedor, la justicia de los vencedores, la Primera Intifada palestina y la idea del diasporismo confluyen en la novela generando un intrincado juego de espejos. ¿Quién es quién?

John o Ivan Demjanjuk nació en 1920 en Ucrania cuando ésta era parte de la Unión Soviética. Se sabe que se ofreció voluntariamente como colaborador de los nazis y aquí es donde se pierde el rastro de su verdadera identidad.

En 1977 la comisión de inmigración de los Estados Unidos donde Demjanjuk se había radicado luego de terminada la guerra comenzó a investigarlo sobre la base de haber mentido acerca de su afiliación a las SS en su petición de ciudadanía y el testimonio de ex prisioneros del campo de concentración de Treblinka que lo habían reconocido, a través de fotos, como Iván el Terrible, guardia recordado por ser dueño de un sadismo descomunal. La extradición bajo la acusación de ser Iván el Terrible, fue concedida a Israel en 1986.

La fiscalía israelí contaba con pocos datos testimoniales con que avalar la acusación más allá de una tarjeta de identificación con la foto de Demjanjuk de aquella época, firmada por oficiales nazis a nombre de un tal Iván Grozny. Los estudios de peritaje certificaron la validez de la identificación. Sin embargo algunos testimonios de sobrevivientes aportaron pocas certezas ya que presumiblemente el guardia conocido como Iván el Terrible habría muerto en una revuelta durante los últimos días de la guerra. Este dato no había podido ser comprobado. La corte lo encontró culpable de ser Iván el Terrible junto con los crímenes que a éste se le atribuían y en 1988 lo condenó a muerte. Pero en 1993 la condena le fue retirada por la Corte Suprema de Justicia de Israel tras la presentación de nuevas pruebas. Varios testimonios de ex oficiales nazis aseguraban que el verdadero nombre de Iván el Terrible era Iván Marchenko y que los oficiales estadounidenses que intervinieron en su extradición omitieron a propósito el dato complicando las posibilidades de defensa del acusado.

En 1998 Demjanjuk recuperó su ciudadanía estadounidense sobre la base de haberle sido retirada bajo una falsa acusación. En 2004 le retiraron nuevamente la ciudadanía estadounidense y en 2005 un tribunal de inmigración recomendó su extradición a Ucrania, Polonia o Alemania, a lo que Demjanjuk antepuso un recurso legal para que se considerara su extradición como “tortura” dada su edad y condición de salud. La sentencia de extradición quedó firme en 2008 y un fiscal alemán se propuso juzgar a Demjanjuk por su responsabilidad en la muerte de por lo menos 29.000 judíos en el campo de exterminio de Sobibor, formalizando una acusación en abril de 2009. La extradición hacia Alemania se concretó entre el 11 y el 12 de mayo de este año, con el acusado siendo trasladado en camilla y con tubos de oxígeno.

¿En qué medida todos estos movimientos son una forma de espectacularización del accionar legal? La persecución de unos pocos criminales nazis fácilmente reconocibles y cuyo sadismo y obstinación en cumplir su tarea de exterminio tapa la realidad de todos esos seres grises, esos tipos pequeños que durante la guerra operaron de forma automática, sin preguntarse la moralidad de sus acciones y bajo un código legal que permitía sus crímenes. El reciente estreno de la película El lector, basada en la novela de Bernhard Schlink, apunta a ese mismo conflicto: ¿cómo juzgar a una persona que no hizo el mal por pasión ni por cálculo sino por costumbre, por obligación? La pregunta es respondida de forma divergente en las novelas de Roth y Schlink.

En Operación Shylock la pregunta es atormentadora porque se sabe que quien está en el banquillo es un criminal horrendo y el narrador incluso se encuentra frente a su hijo, a quien, perdido en una ensoñación diurna, se plantea matar o secuestrar y vengarse así de todas esas víctimas que no tenían la posibilidad de hacerlo. En El lector se plantea como una trampa sentimental. El criminal es humano y eso es lo más perturbador, tal como comprobaba Hannah Arendt en su clásico estudio-trascripción sobre el juicio de Eichmann en Jerusalén.

El Demjanjuk de Roth es el mismo viejito indefenso que hoy, casi 20 años más tarde, vemos entrar en camilla a la prisión alemana, pero el de hoy no es ya el Demjanjuk—Iván el Terrible, equívoco por el cual casi se lo condena a muerte. El poder del Estado de Israel, también construido en el imaginario de los judíos en la diáspora sobre esa exacerbación de todo lo relacionado con el Holocausto, aparece tematizado en la posibilidad de una justicia que en el caso de Eichmann fue entendida por muchos como una simple venganza.

Las vueltas del caso Demjanjuk son interesantes para comprobar cómo ese mismo Estado pudo quitarse el lastre de vengador y colocarse del lado de la justicia: “Si no era el que creíamos que era, pero igual era un nazi, no debemos juzgarlo por haberlo sido”, parece haber sido el razonamiento. En El lector se vuelve al tópico del juicio contra el criminal menor: ¿qué hacer con la obediencia debida? ¿Qué hacer con los criminales menores que actuaron porque el clima de época imponía necesariamente esa legalidad y esa forma de conducta? Pero sobre todo, ¿qué hacer con nuestros padres, con nuestros amantes, con nuestros vecinos que torturaron, mataron y violaron?

La persecución alrededor del mundo de estos criminales acaso aparezca como la reparación de una justicia que no se produjo en su momento, en el momento del triunfo, en el que juzgar a un ejército vencido en su conjunto hubiera sido absolutamente imposible. Es ahí donde se produce el problema con el nazismo y con los genocidas: su accionar fue tan programado y meticuloso que no habría casi forma de pertenecer al régimen sin haber cometido un terrible acto contra la humanidad.

John o Iván Demjanjuk está en Alemania ahora y todo parece indicar que finalmente será juzgado por sus propios crímenes. “El Estado no puede ajustar sus actos a ninguna ideología moral. El Estado actúa según sus propios intereses” dice un personaje de la novela de Roth, a lo que le responde el narrador: “Pues entonces preferiría que no hubiera estado”, al que a su vez le responden entre risas: “Ya lo intentamos y no salió muy bien”. Permitámonos desear un desenlace mejor para esta historia. Las preguntas igual van a seguir abiertas.

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