La novela de Mathias Enard viene captando la atención del mundo literario como “la novela escrita en una sola frase”. Este aspecto formal se combina con una descarnada presentación del mal y la muerte en el siglo XX.
› Por Fernando Bogado
Zona
Mathias Enard
La Otra Orilla
392 páginas
Si hay algo que el siglo XX ha sumado con contundencia a la historia del arte es el afán por representar el mal. Ha habido muchos nombres para tal flagelo de la negatividad: el mal como guerra, el mal como tragedia –lejos ya del desafío a los dioses: estamos inmersos en tragedias inmotivadas–, el mal como desesperanza o apenas un delicado hastío. Muchas formas, muchos nombres pero, detrás de todo, la misma sensación de oscuridad que puede, a veces, ocupar toda una literatura nacional, a veces toda una era literaria, muy pocas alguna que otra obra dentro de un período. Zona, de Mathias Enard, es una novela sobre el mal. Y eso es apenas la primera y más pobre definición que se puede dar del texto.
Como la novela, el protagonista escapa a rápidas definiciones: sabemos que se llama Francis Servain Mir Koviz, pero usa el nombre falso de Yvan Deroy para viajar de Milán a Roma y terminar así un trayecto iniciado en París. Por haber perdido un avión, Francis-Yvan se ve obligado a tomar un tren para cumplir con la última parte del recorrido. ¿Con qué llenar todo ese vacío para nada programado? Con recuerdos, con impresiones, con datos sobre los males del siglo XX, sobre los asesinos que han devenido héroes de la historia, pero sobre todo con los cuerpos de los vencidos, de los asesinados, los cuerpos negados por la historia. Francis-Yvan es un experto en registrar ambas cosas: asesinos y víctimas, supervivientes y cadáveres; después de todo, es un espía experto en recolectar información útil para algún interesado. Que gran parte de esa información esté viajando con él en un maletín, que todos esos datos lo acompañen no sólo en registros escritos sino en su poderosa y sin embargo atosigada memoria... Eso quizás habla de un conflicto que empieza a sentir en su interior, no sólo con lo que hasta el momento fue su profesión sino con toda la humanidad, con toda la sangre que se ha visto correr en vano, siempre, pese a cualquier aparente victoria.
Hasta aquí, la obra de Enard no parece alejarse de los cánones de alguna que otra intriga internacional: el problema es que, leídas las primeras hojas, notamos la tenue relevancia de lo presentado en el párrafo anterior. La novela está compuesta por una sola e inmensa frase, comenzando por una t minúscula y terminando, casi cuatrocientas hojas después, en un punto. A este exigente trabajo formal –tanto para su escritura como para su lectura– debemos sumarle la densidad de los hechos narrados: Francis-Yvan empieza a mencionar los nombres de grandes combatientes de la historia, de las grandes guerras en las que participaron, de los conflictos que desataron, y del saldo, el terrible saldo que acarrean estos funestos eventos. Y es que Zona, en alguna medida, está ubicándose como una inmensa respuesta de una sola oración a toda la cultura occidental, a su forma de pensarse, a la relevancia de la guerra como modelo social y cultural. Quizá por eso uno de los textos más citados por esta novela sea La Ilíada, con la que comparte la división en 24 tramos. Ese dolor, esa miseria revelada, es después de todo el trabajo arqueológico que el mismo autor reconoce como propio: mostrar, distinguir, presentar para un ulterior juicio, des-historizar la Historia, como mínimo la manera en la que heroica y pulcramente nos ha sido presentada.
Mathias Enard, nacido en 1972, ha conseguido renombre internacional por un texto que parece querer revisar todo el mal acumulado por la humanidad durante milenios y que da la impresión de haber explotado en el siglo que hace muy poco acaba de terminar. Experto en el idioma y la cultura arábiga, reside actualmente en Barcelona: esta influencia de lo que Europa ha considerado durante largo tiempo el Oriente Medio o Cercano, se convierte en otra de las grandes recuperaciones de la obra, o mejor, del monólogo interior del personaje que la conforma, interrumpido sólo tres veces para insertar extractos de una novela que Francis-Yvan lee esporádicamente, ambientada en el conflicto bélico en Beirut.
Novela arqueológica. Novela lineal. Novela de una sola frase. Novela en la línea con las mejores prosas del siglo XX, Enard no se detiene –nunca mejor dicho– en estructuras probadas con desenlaces grandilocuentes para generar una historia que fuerza los goznes de las probadas vías literarias. Busca experimentar con el lenguaje y al mismo tiempo no perderse en ese experimento, limitándose a narrar hechos significativos para todos o sólo para su protagonista, como si alguien nos susurrara al oído algunas historias durante el denso viaje en el tren para acompañarnos, para pensar en el trayecto, para hacer más ameno ese rectilíneo camino hacia el fin del mundo.
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