› Por Juan Pablo Bertazza
“Lo vi por última vez en julio de 1973, en una cena en casa de Stephen Spender, en Londres. Estaba sentado con un cigarrillo en su mano derecha y un vaso en la izquierda, disertando largamente sobre el salmón frío. Debido a que la silla era demasiado baja, la dueña de casa le había puesto dos viejos tomos del Oxford English Dictionary como almohadones. Pensé entonces que estaba viendo al único hombre que tenía derecho a usar aquellos volúmenes como asiento”, escribió en 1983 Joseph Brodsky sobre su amigo. Y ese privilegio tal vez no tenga que ver únicamente con el impresionante dominio que sobre el idioma tenía W.H. Auden –quien alguna vez dijo que el libro ideal para naufragar en una isla desierta es, justamente, un diccionario– sino, también, con el hecho de que, así como los buenos diccionarios escarban con uñas y dientes hasta las últimas consecuencias de cada palabra, su obra presenta una variedad amplísima de métrica, estilos y temas. Un itinerario poético de la A a la Z que lo convirtió en el poeta más diverso entre los grandes poetas del siglo XX. Y viceversa.
Tal como lo señala Rolando Costa Picazo –quien acaba de publicar W.H. Auden: los Estados Unidos y después (Activo Puente), la segunda parte de su estupendo trabajo de compilación y traducción del poeta–, Auden pasó de enfant terrible a maestro indiscutido. “Es un poeta particularmente difícil de traducir no sólo por su extraordinario bagaje léxico –saca palabras y conceptos tanto de la poesía como de la ciencia, ya que estudió en Oxford– sino también por la complejidad de sus ideas y una gama de conocimientos apabullante. Lo complicado es que todo eso suele estar muy condensado en su poesía; es una poesía intelectual, él luchó mucho para ir en contra de las tendencias lírico-románticas que todavía persistían en Inglaterra para independizarse, por ejemplo, de Yeats y, sobre todo, de Eliot.”
Auden fue líder de la generación del ‘30, en la cual se enrolaban Stephen Spender –quien imprimió a mano una edición limitada de sus primeros poemas–, Cecil Day Lewis y Louis MacNeice. Mientras en sus primeros trabajos –que Costa Picazo reunió en W.H. Auden: los primeros años– Auden arremetía, con el filo de algunas ideas freudianas, contra el corsé cultural y vital de Europa en general e Inglaterra en particular, en sus últimos libros se va despojando poco a poco de su erudición para alcanzar una relativa simpleza. En el medio experimenta una inclinación hacia el marxismo que lo impulsa a escribir algunos poemas en contra del fascismo y el Holocausto, y que lo mandan a España sin escala para participar de la Guerra Civil, experiencia de la cual, no obstante, vuelve desilusionado y que termina alimentando su idea de que el poeta es incapaz de cambiar la realidad a partir de su poesía. Esa nueva etapa, políticamente escéptica, coincide con el viaje que junto a su amigo Isherwood hace a los Estados Unidos en 1939. Durante esa estadía, la poesía de Auden se vuelve algo más espiritual, acercándose al mundo y al imaginario cristianos.
Pero, además de poeta, Auden era un gran ensayista y crítico que, en sus artículos, era capaz de meterse con el género policial y recomendarle un argumento al mismísimo Chandler: “En un grupo de eficientes asesinos profesionales que matan por razones estrictamente profesionales, empiezan a ocurrir asesinatos que no han sido encargados. El grupo, desconcertado y moralmente ultrajado, tiene que llamar a la policía para que descubra al asesino amateur, libere a los profesionales de las sospechas mutuas y les restituya, así, la capacidad de asesinar”. O diseñar, incluso, el plan de estudios de su soñada Universidad de Poetas:
1. Al menos una lengua antigua adicional, probablemente el griego o el hebreo, y dos idiomas modernos.
2. Aprender de memoria miles de versos de poemas en esos idiomas.
3. La biblioteca no tendría libros de crítica literaria, y el único ejercicio crítico sería escribir parodias.
4.Todos los alumnos cursarían prosodia, retórica y filología comparada, y tendrían que elegir tres de las siguientes materias: matemática, historia natural, geología, meteorología, arqueología, mitología, liturgia y cocina.
5. Cada alumno se ocuparía de criar un animal doméstico y cultivar un jardín o una huerta.
Sin embargo, su versatilidad no siempre le jugó a favor a la hora de que los otros valoraran su poesía: por poner sólo un ejemplo, en su Historia crítica de la poesía estadounidense, Gastón Figueira dice: “Creemos que desconcierta un poco –o bastante– su curiosa diversidad temática, que hace pensar a veces en un improvisador o –si se prefiere– en un juglar; su obra es despareja y tiene una agilidad ‘repentista’ que conspira –a nuestro parecer– contra la pureza de su lirismo”. Lo seguro es que Auden es un poeta que le tomó el pulso a su tiempo, a tal punto que es difícil encontrar un instante del siglo XX que no aparezca en sus poemas. Además de escribir sobre una multitud de figuras intelectuales, literarias y hasta políticas como Herman Melville, W.B. Yeats, Henry James, Freud, Voltaire, A.E. Housman, su propio amigo Christopher Isherwood, Rimbaud, Platón, John Fitzgerald Kennedy y T.S. Eliot, en su obra aparecen tanto los principales acontecimientos históricos del siglo –desde el Holocausto hasta la llegada del hombre a la Luna– como experiencias más cotidianas. En ese sentido, criticar la variedad de su poesía significa despotricar contra su impresionante comprensión de época, el ensuciarse las manos en el barro de un siglo XX del que supo leer, aun con su profunda intelectualidad, todo el cambalache.
“En su poesía está todo el conocimiento del siglo XIX y del siglo XX”, confirma Rolando Costa Picazo, quien lleva casi treinta años trabajando con la obra de Auden y llegó a su obra de una manera bastante particular: “Hice una tesis sobre Isherwood en Inglaterra y ahí llegué a él porque habían escrito juntos varias obras de teatro. Debo confesar que, desde entonces, me vendí completamente a Auden”.
De York a Nueva York
Más allá de que se haya nacionalizado estadounidense en 1946, hay algo de Auden que lo liga indisolublemente a Estados Unidos, a tal punto que muchos lo incluyen en la poesía de ese país. Acaso tenga que ver con la relación existente entre la diversidad de su obra y la variedad climática, geográfica y hasta social de su extensísima tierra. No obstante, Auden –quien nació el 21 de febrero en York, Inglaterra– nunca se sintió un ciudadano norteamericano sino más bien un ciudadano neoyorquino.
El primer poema que escribe en Estados Unidos cierra el primer tomo de la obra de Costa Picazo: “Septiembre 1º, 1939”, en el que se refiere a la profunda amenaza del fascismo, ya que en esa fecha Hitler invadió Polonia. El viaje no causó mucha simpatía entre sus compatriotas, quienes consideraron que los poetas escapaban para no participar de la guerra. Incluso la derecha británica, según cuenta Costa Picazo, los acusó de traición a la patria.
W.H. Auden: los Estados Unidos y después hace foco en las composiciones de Auden en tierra norteamericana, aunque sus temas recorren una diversidad que excede a los Estados Unidos. Si hubiera que diferenciar esta parte de su obra, lo primero que salta a la vista es la paradoja, una figura que Auden maneja a la perfección: “¿Qué señas debemos hacer para ser encontrados, cómo / desear el conocimiento que debemos conocer para desear?”; “así te podrán enseñar la manera / de dudar para llegar a creer”; “queridos espacios / de nuestros hechos y rostros, escenas que recordamos / como sin cambio, porque allí fue donde nosotros cambiamos”; “esclavos / contra su voluntad sienten su voluntad de vivir renovada por el / canto”. A propósito de paradojas, si bien tanto Auden como Isherwood dijeron que apenas divisaron la Estatua de la Libertad se sintieron norteamericanos, los poetas no terminaron nunca de aclimatarse al nuevo país, tal vez porque terminaron viviendo muy lejos uno de otro. De hecho, una constante de la estadía de Auden en Estados Unidos fue la soledad, una soledad tan creativa que incluso inspira a escribir para exorcizarla: “Gris neblina entre mi persona y Dios, pestilente problema que / no se puede quemar en el incinerador: resulta duro tolerarte”.
Esa soledad, sin embargo, tenía algo de elección y también algunas excepciones: “El estaba en un barrio de Nueva York muy pobre, una región donde llegaban muchos inmigrantes de Europa oriental, muchos judíos, y todo el mundo lo conocía y lo quería. Hace un tiempito visité toda esa zona y hay todavía algún librero o carnicero que lo recuerda. Cuando murió, todos ellos escribieron en The New York Times”, cuenta Costa Picazo.
La última referencia a los Estados Unidos en la poesía de Auden coincide con un canto de regreso a la niebla londinense, aunque no queda del todo claro si lo hace con alegría o resignación: “Acostumbrado al clima de Nueva York, / familiarizado con el smog, / me había olvidado de ti / su hermana impoluta”.
Celebrity
Como una monografía convertida en graffiti, ese incómodo Wystan Hugh devino marca registrada: W.H. Pese a tratarse de un poeta complejo y muy intelectual, la obra de Auden, con el tiempo, fue ganando terreno en el gran público. Tal vez tenga que ver, nuevamente, con la diversidad de su obra, tal vez con ciertas actitudes que lo emparientan con las estrellas de rock como haber tomado LSD (“no sentí demasiado, pero sí que los pájaros intentaban comunicarse conmigo”). Hacia lo mismo apuntan algunos datos biográficos, como sus viajes por países excéntricos, su homosexualidad y el matrimonio con Erika, hija de Thomas Mann, para darle el pasaporte inglés y ayudarla así a escapar del nazismo. O los homenajes dignos del mundo de la música –como si se tratara de un Bowie de la poesía, Cecil Day Lewis lo llamaba “creador camaleónico”– que le hicieron frecuentemente colegas que pronto lo tomaron como maestro, como Auden (1964), un libro preparado por Monroe K. Spears en que se reúnen numerosos ensayos acerca de su obra, firmados por escritores de la talla de Spender, Mariane Moore y Edmund Wilson.
Tan popular es parte de su obra que, incluso, invadió el mundo del cine. Sus poemas son citados en varias películas, entre las cuales pueden nombrarse dos que, a tono con la misma versatilidad de su obra, son totalmente distintas: Cuatro bodas y un funeral (1993) y Lejos de ella (2007). En ambas sucede algo inaudito: se lee durante más de cinco minutos un poema suyo. “Detengan todos los relojes” (“El era mi Norte y mi Sur, mi Este y mi Oeste, / el trabajo semanal y el descanso del domingo, / mi mediodía y medianoche, mi charla y mi canción; / creía que el amor duraría para siempre, y estaba equivocado. / Ya no hay necesidad de estrellas: apáguenlas todas. / Guarden esa luna y desmantelen el sol; / vacíen los mares y arrasen los bosques, / porque ya nunca nada podrá terminar bien”) marca el único momento profundo y grave de esa comedia ligera protagonizada por Hugh Grant y Andie MacDowell, el momento del funeral que insinúa una relación homosexual entre el flamante difunto y uno de los amigos del protagonista. Con su final desgarrador, este poema parte al medio una película con final feliz.
El libro Cartas de Islandia, escrito junto a Louis MacNeice (“Los niños siempre están ahí y toman nuestras manos / incluso cuando están aterrados. / Los enamorados no pueden / decidir si deben irse o quedarse. / El artista y el doctor regresan más a menudo. / Sólo los locos nunca jamás volverán. / Los doctores se preocupan cuando están lejos. / Por si su oficio está sufriendo y es abandonado. / Los amantes han vivido tanto tiempo con duendes y gigantes / que quieren creer de nuevo en su propia estatura”) es el elegido en la excelente película canadiense Lejos de ella (2007), de Sarah Polley, un film que cuenta cómo el mal de Alzheimer destruye el amor entre una pareja que lleva más de cuarenta años juntos. Pero, a la vez, estupendamente simbolizada con frecuentes fundidos a blanco y escenas de la mujer (que, como el propio Auden, tenía ascendencia islandesa) esquiando sola en un paisaje repleto de nieve, la enfermedad sirve como metáfora del malestar y el olvido que, necesariamente, deben existir luego de tantos años de convivencia. En este caso, la lectura del poema constituye el único puente de acercamiento en una película totalmente desoladora.
Pese a su convicción de que el arte no puede hacer nada a favor de la política, en uno de los ensayos de su libro La mano del teñidor (Adriana Hidalgo), Auden explica que “la poesía es capaz de hacer mil cosas: puede complacer, entristecer, perturbar, distraer, instruir, puede expresar todos los matices de la emoción y describir todos los hechos. Pero sólo hay una cosa que toda poesía debe hacer: alabar su propia existencia y su acontecer”. El hilo común que presenta la multifacética y prolífica obra de Auden, quien falleció en 1973 en Viena, es, justamente, la puesta en práctica de esa idea: la apología de la palabra.
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