En la última novela de Jim Harrison, el autor de Leyendas de pasión, un hombre a punto de morir se sumerge en el pasado y en la áspera naturaleza de la Norteamérica nativa.
› Por Martin Kasañetz
Cuando Jim Harrison tenía siete años, una niña lo atacó con una botella, dejando como resultado la pérdida de casi toda la visión del ojo izquierdo. El joven Harrison escaparía al bosque, un lugar donde se sentía seguro. Tiempo después declararía: “¿Por qué no? El bosque es amigable cuando la civilización no lo es”. Su narrativa estaría vinculada desde entonces con regiones escasamente pobladas (zonas de Nebraska, Michigan y la frontera entre Arizona y México), con personajes que conservan sus orígenes, entre pioneros y nativos.
Regreso a la tierra se encuentra dividida en cuatro relatos. El primero es la historia de Donald –que actúa como un nudo de todo el texto–, un hombre descendiente de finlandeses y de los chippewa (nativos norteamericanos) que se encuentra mortalmente enfermo de una esclerosis degenerativa. Este hombre de cuarenta y cinco años nota que, cuando no esté, la historia de su familia se perderá; por lo que decide relatarle a su esposa –Cynthia– todos sus recuerdos sobre su propio pasado y también sobre los de sus ancestros. Cynthia escucha la voz de este hombre a pesar del incesante deterioro y lo transcribe textual, agregando apenas pequeñas anotaciones explicativas. Donald se encuentra –por origen y forma de vida– relacionado íntimamente con la tierra y las tradiciones de los nativos. Su pasado fue conformando una especie de religión privada que mantiene casi en secreto. El recuerdo de una situación en donde pasó, después de varios intentos, tres días inmóvil en el bosque, lo lleva a encontrar su lugar y a afirmar su relación con todo lo vital de la naturaleza. De esta manera adopta una natural aceptación de la muerte (“No se puede pensar en nada vivo que no vaya a morir”) y elegirá el modo y el momento de irse de este mundo.
Cada uno de estos relatos escritos en primera persona actúa en forma de diario íntimo, en donde los pensamientos, el análisis del pasado y la observación detallada del presente se acoplan en un mismo texto para construir a cada personaje.
De esta manera, el segundo relato es el referido a Kenneth, sobrino de Donald –quizá su alma gemela joven–, compañero de viajes en el bosque, de interminables caminatas y horas de pesca. Es el encargado de uno de los últimos viajes de Donald en la espesura del bosque, recorriendo, como despedida, los lugares de su vida. En este relato, Kenneth habla también de la historia de sus padres (sus varios padres según él mismo, porque Donald es uno de ellos), separados a través de una relación itinerante, también de su hermana Rachel y su problema con las drogas. Pero sobre todo –e inducido por el relato de Donald– de su propio pasado y por la construcción de su presente a través de los hechos de su vida. Kenneth también es amante de Clare, la hija de Donald. Mantienen una relación conflictiva por momentos, como primos que se aman y se odian.
Los dos últimos relatos están destinados primero a David –cuñado de Donald– y segundo a Cynthia, esposa de Donald. Estos hermanos comparten la tragedia de sus padres que aún vive en ellos. Una madre alcohólica y un padre que volvió de la guerra con el gusto por la bebida y por las mujeres menores de edad. Ambos intentan en cada uno de sus relatos explicar su pasado, su vida en las cabañas heladas de la Península Norte y, sobre todo, la muerte.
En esta novela se destaca el conocimiento de Harrison sobre la América nativa –como ya lo había hecho en parte con Leyendas de pasión (1979), la novela que lo lanzó a la fama–, con sus tradiciones y características, también la relación de los habitantes de las zonas que describe y su naturaleza. Sólo podría cuestionársele el exceso de detalles que hacen en algún punto sobrecargada su lectura, generando la dispersión del hilo narrativo. Harrison utiliza en ocasiones el componente onírico para conformar ciertos rasgos de las personalidades y fundirlos con las marcas de identidad de los pueblos originarios. El nexo de estos relatos parece ser la idea de revisar el pasado e indagar su reflejo en el presente. De esta manera, todos están de alguna forma buscando –al igual que Donald en el relato que comienza la novela– las claves de su propia existencia.
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