Rescates > Fue la primera novela de Stanislaw Lem. La escribió en 1946, cuando los nazis se iban de Polonia y el país ya estaba parcialmente ocupado por la Unión Soviética. Anticipando al gran escritor de Ciberíada y Solaris, El hospital de la transfiguración prefigura en un manicomio, el horror de los campos de concentración, anticipando, en gran medida, el presente y el futuro.
› Por Esther Cross
Mientras los nazis toman Polonia, Stefan, un médico recién graduado, trabaja en un hospital psiquiátrico donde nadie habla de política. Estar ahí es como vivir “debajo del agua”. La distancia, el aislamiento y la negación favorecen la seguridad y la calma. Pero los ecos del horror llegan hasta ese mundo de camas sumergidas.
Las violentas noticias de afuera se filtran por las grietas del hospital y la conciencia de Stefan. Cada tanto alguien menciona una nueva deportación. Stefan descubre una célula de resistencia organizada cerca del hospital. Un día va a la ciudad. Las calles tienen nombres alemanes y los aeroplanos con cruces negras vuelan por el cielo, que ahora también es alemán. Las noticias del horror que vienen de afuera hacen visible el horror que hay adentro. La guerra impone una manera diferente de organizar la experiencia y Stefan mira su mundo desde esa perspectiva. ¿Qué ve?
Los enfermos están rapados, uniformados en la desgracia, vestidos con pijamas idénticos. Algunos viven en el “pozo más profundo del infierno”: la mirada perdida, los sentidos atrofiados, la piel ulcerada con las marcas de los alambres de púa que rodean sus camas. Un médico alemán le muestra a Stefan un libro encuadernado con “la piel interior de los muslos de una mujer”. De pronto, aparece un fallido, solo e inmenso: en vez de la palabra “paciente” se escapa la palabra “prisionero”. La cabeza del lector hace, sola, la sinapsis. La historia entra en la Historia.
La analogía del hospital y el campo puede no ser original, pero eso es lo de menos. Lo importante es lo que Lem hace con eso. Rompe la barrera que separa los dos términos de la comparación. Stefan se entera de qué es un campo de concentración y comprende su dinámica. Los engranajes de esa máquina perfecta de aniquilación pueden verse en todas partes. El control, la intervención física de los cuerpos, el intento de acabar con lo humano de las personas, el sometimiento continuado, se han hecho evidentes y se extienden más allá de los campos. No es casual que en esta novela esos engranajes se pongan en marcha en un hospital de enfermos mentales. Los psiquiátricos, dice un personaje, “siempre han destilado el espíritu de la época... Los manicomios son los museos de las almas”.
Stefan es un hombre joven, inseguro, demasiado inteligente para la vida que le toca vivir. A veces no sabe qué decir pero sabe mirar. La amenaza se acerca al hospital de la mano de las SS y Stefan la ve llegar con impotencia. Poco puede hacer, pero la experiencia no es inútil y en él cambia algo importante. Pasa por situaciones que Lem cuenta con una prosa casi impersonal, experta, sin rodeos, austera. Se adivina, entre renglones, la sombra de Kafka.
Sumido en ese clima amenazante, el hospital es un mundo de alusiones. Todos se entienden en esa tensión que sube sin escalas. Un hombre le pregunta a Stefan si es judío señalándose el brazo allí, a donde iría la insignia con la Estrella de David. Lo que no puede decirse encuentra voz en los gestos y en los signos.
El hospital de la transfiguración es la primera novela de Lem y es también una reflexión sobre la escritura: ¿qué es escribir, para qué hacerlo y sobre todo cómo contar el horror?
Hay un poeta que se hace el loco para sobrevivir. No es un tipo agradable pero Stefan lo visita y hablan. Quizá escribir es, “como todo”, una forma de salvarse. Reflejar la realidad del día a día no es hacer literatura sino “puro espionaje”. De lo que se trata es, en cambio, de “desentrañar mínimamente al hombre”. El escritor tiene que escribir “sin piedad”, avanzar con “impasibilidad absoluta” para llegar, de esa manera, “hasta las capas más profundas”.
Lem atiende los consejos del escritor que él mismo inventa en su novela y procede en consecuencia. Así, durante una operación en la que el paciente “está inconsciente pero no anestesiado”, Stefan asiste al cirujano y mira. El médico quiere llegar hasta las capas más profundas del cerebro del paciente, en busca de un tumor. El empeño transforma la operación en una masacre. Del otro lado del libro, la tensión llega a su extremo. Sería sólo un efecto pero Lem da un paso más. El suelo “queda salpicado de sangrantes comas y signos de exclamación”. La experiencia del horror se hace escritura y se convierte en experiencia del lector.
Después de todo, un libro que se pregunta por la escritura se pregunta, también, qué es leer. El escritor que se cuestiona encuentra, del otro lado, a un lector que también tiene que definirse. El poeta del hospital dice que los libros son pesas y que los lectores deciden si van a levantarlas o no. Cada uno elige qué lector quiere ser al elegir los libros que lee. El hospital de la transfiguración reclama, así, a un lector que esté dispuesto a llegar, como su escritura, hasta las capas más profundas.
Escrita en 1946, cuando los nazis se habían ido de Polonia y parte de Polonia estaba ocupada por la Unión Soviética, la novela, que podía pasar por contrarrevolucionaria, también tuvo su historia de problemas y persecuciones. “Tenía que tomar un tren nocturno y viajar a Varsovia para mantener reuniones interminables con la editorial Ksiazka i Wiedza. En la editorial se consagraron a torturar mi Hospital de la transfiguración”, contaría Lem.
Sometida a esas sesiones de tortura editorial, la novela siguió adelante. Hubo algo que no cedió. Había una idea fuerte atrás y una forma especial de pensar la escritura. También estaba el empeño del escritor que cree en lo que hace. “Ninguna de todas aquellas versiones sirvió; el libro sería publicado sólo después de que el Octubre Polaco garantizara una mayor libertad de expresión.”
Sesenta años después, la novela llega a Buenos Aires en edición de la editorial Impedimenta, de España. Al escribirla, Stanislaw Lem encontró la forma de contar un horror que dejó sin habla a muchos. Todavía no sabía que sería un gran escritor de ciencia ficción o, mejor dicho, un gran escritor. Faltaba mucho para Diarios de las estrellas, Edén, Memorias encontradas en una bañera, Ciberíada, Solaris y tantos libros más. En todo caso, El hospital de la transfiguración fue el principio. Desde allí saltó al espacio. Y al leerlo se entiende por qué llegó tan lejos.
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