Fue una de las principales matrices de la formación político cultural en Argentina. Fue una escuela de militancia y de vida para cientos de miles de jóvenes desde los años ’20 hasta bien entrados los ’80. Fue la antesala de ingreso al partido, aunque no todos llegaban. Isidoro Gilbert escribió una monumental investigación sobre la Federación Juvenil Comunista sin concesiones, pero también con altas dosis de comprensión histórica y nostalgia por ese mundo mejor y perdido que se conoce como juventud. El interés sostenido que ha despertado La Fede lo mantiene en las mesas de novedades casi un año después de su primera edición y es un motivo para revisar sus reveladoras páginas.
› Por Angel Berlanga
Así tienen que ser las cosas, porque si no...”
Las páginas de La Fede, el trabajadísimo y revelador libro escrito por Isidoro Gilbert para contar la historia de la Federación de Juventudes Comunistas (más tarde conocida como Federación Juvenil Comunista, y familiarmente como la Fede), están muy cargadas de estos anuncios de represalias que, se sabe a esta altura, eran signo de construcción del partido emblemático de izquierda, marca definitiva, al decir de Eric Hobsbawn, del corto siglo XX. “El mayor partido político del mundo es el de los ex comunistas”, destaca una cita que convoca al historiador marxista al comienzo del texto y preanuncia otro de los objetivos de la investigación de Gilbert: reunir, nombrar y contextualizar la impresionante cantidad de dirigentes, intelectuales y/o artistas que formaron parte de la Federación. Entre ellos, Ernesto Sabato, Rogelio Frigerio, Pilar Calveiro, César Luis Menotti, Aníbal Ibarra, Martín Sabbatella, Juan Gelman y Andrés Rivera, Jorge Asís y Rodolfo Daer, Mario Bunge y Pedro Cahn, Cipe Lincovsky, Juan Carlos Portantiero, Manuel Mora y Araujo, Daniel Filmus, Ernesto Lamas, Carlos Heller, Osvaldo Dragún: sirva este puñado de notables como para dar una idea, aunque podría llenarse esta página con otros nombres relevantes. Pero el autor quiere, además, “rendir homenaje a los anónimos del combate por otro mundo”. Muchos pasajes críticos de este libro pudieron ser, en su momento y contexto, refrendados por él mismo, advierte. “No hay en la historia inocentes o puros”, dice.
Así que el recorrido empieza por aclarar un asuntito de raíz: resulta que, de acuerdo a la investigación, no fue Orestes Ghioldi, tal como plantea hasta ahora la historia oficial del PC, el primer secretario general de la Federación de Juventudes Comunistas, nombre surgido el 12 de abril de 1921 en reemplazo de la Federación de Juventudes Socialistas. El primero, sostiene Gilbert, fue Luis Koiffman, un ruso nacido con el siglo que llegó a Buenos Aires cuando tenía tres años. Ocurre que, como adscribió en 1922 a un frente común con el PS, fue borrado: primero del cargo, luego de la historia. No fue el único: antes que Ghioldi fueron también secretarios Enrique Müller y Antonio Cantor. Borrados, como Trotsky, de la foto del panteón. Reconoce Gilbert: “Ha sido duro comprobar que la historia de la FJC ha sido falsificada”.
Gilbert se afilió a la Fede en 1948, estuvo a cargo de la filial argentina de la agencia soviética Tass y permaneció en el PC hasta fines de los ‘80. Es autor, también, de El oro de Moscú, donde retrató negocios, intrigas y coherencias en postulados ideológicos en tiempos de Perón y Stalin, Gorbachov y Menem, caducos muros y cortinas. Gilbert, que se define ahora socialista, muestra un enorme empeño en estos libros por contar cómo fue, qué se podía y qué no, qué se callaba y por qué, cómo fueron mutando las posturas dentro del partido. Aquella pertenencia y cercanía, este empeño y la pericia de Gilbert como periodista y narrador derivan muy atractivos para la curiosidad y la historia. Porque otro de los objetivos del autor es entrelazar la presencia de quienes se formaron en la Fede y la historia social, política y cultural del país. Porque así como el partido borró a los disidentes puertas adentro, plantea, la gran historia nacional borró los aportes del partido. “Como si no hubiera existido –escribe–. O, peor aún, como si su paso por estas tierras sólo hubiera dejado desastres políticos, nada que rescatar; como si lo mejor fuera que entrara en el olvido.”
Para que eso no pasara, entonces, Gilbert hizo un centenar de entrevistas, rescató prensa partidaria de distintas épocas, consultó una enorme base bibliográfica y periodística y escribió este libro de casi 800 páginas. A los capítulos que avanzan década a década el autor le intercaló otros dedicados a temas específicos: la idea del “hombre nuevo”, la relación con Perón en su surgimiento –copando influencias sobre los obreros– y en su caída, los condicionamientos y las directivas para el amor y el sexo, la edición de periódicos y las mecánicas para recaudar fondos, el cruce militante en los ‘60 con el Colegio Nacional, las disidencias con la conducción del PC en tiempos de dictadura, el adiestramiento militar de 200 cuadros en Cuba. Prohibiciones: “Ojo, ¿cómo se le ocurre garchar con la compañera?” o “Se me hace un nudo en la pija”. Condenas a ciertas lecturas o músicas. Y, sí, estos apuntes son de más impacto, fogonazos que suelen dejar en la sombra, por ejemplo, a la historia de Carlos Bonometti, dirigente del gremio de albañiles durante la huelga de 1936, un militante al que, tras tortura, le achacaron un crimen y una condena de once años en el penal de Tierra del Fuego. Gilbert repone en la historia el papel protagónico de la FJC en el Cordobazo, en los reclamos sindicales durante la última dictadura, por citar un par de ejemplos más. Al poco tiempo de recuperada la democracia los afiliados rondaban los cien mil. La Fede, plantea junto a Víctor De Gennaro, fue una de las matrices de la política argentina: la otra fue la Iglesia. Y no es casual, explica, que ambas tuvieran una visión totalizadora del hombre, de su papel en la tierra, del futuro y la ética, de los ideales. Lugares donde los jóvenes encontraron respuestas. Y luego encontraron fisuras, nuevas preguntas, y otras respuestas, ya de distinto signo, más bien de piante: de ahí que, según analiza, y con excepción de Patricio Echegaray, ninguno de los últimos secretarios generales de la Fede permanezca en el PC.
Cita a Hobsbawn, otra vez: “La contribución del bolchevismo leninista al empeño de cambiar el mundo consistió más en organización que en doctrina”. Le han preguntado a Gilbert por qué una historia de la Fede y no del PC: ha dicho que se inclinó por demostrar que fue una escuela política y moral, que por ahí pasó buena parte de la elite intelectual. Se sospecha aquí que subyacen además componentes emocionales, el propio Gilbert a los 17 metiéndose en una perspectiva de mejorar el mundo, “a la espera de la revolución” (como reza el subtítulo del libro), poniéndole ahí voluntad y garra e inteligencia, creyendo como creen los jóvenes, rajándole al cinismo. Se sospecha también que en este contar, en este radiografiar virtudes y defectos, laten las ganas de encontrar un camino y un vehículo a la solidaridad, contra la explotación, aquellas ideas que en la propia Unión Soviética fueron a degüello.
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