A pesar de ser considerada una de las principales figuras literarias de Canadá, importante voz literaria en habla inglesa y autora de once volúmenes de cuentos, Alice Munro empieza recién a ser conocida en habla castellana. Algunos de sus libros pueden conseguirse en Argentina y abren numerosas puertas a una obra especializada en mujeres que buscan escapar de su pasado, su familia o los fantasmas de sus propias vidas.
› Por Luciana De Mello
Al hablar sobre su proceso de escritura, Alice Munro condensa su obra en una sola imagen: “Una historia no es un camino a seguir, es más bien una casa. Uno entra y permanece ahí por un rato, deambulando de un lado a otro, acomodándose donde más le guste, descubriendo cómo se relacionan los pasillos y las habitaciones entre sí, cómo se modifica el mundo exterior al mirarlo a través de esas ventanas”. No hay una fórmula, no hay decálogo del perfecto cuentista ni reglas de construcción en la “casa Munro”, sin embargo la estructura se sostiene, permanece, y se proyecta a fuerza de habitarla. Cada uno de los cuentos de esta autora canadiense de 79 años (ganadora del último Man Booker International Price) es un espacio repleto de voces, nombres, lugares y saltos en el tiempo. Hay que acostumbrarse a andar por esas habitaciones. Los relatos superpoblados de Munro –aunque su escritura sea clara y precisa– exigen estarse adentro, acostumbrar la mirada a la oscuridad hasta que de un momento a otro se perciben las figuras, se reconocen las voces y a cada personaje por su tono y su gesto. A pesar de tener más de once volúmenes de cuentos publicados, de haber ganado importantes premios, ser la eterna candidata al Nobel y considerada una de las mejores cuentistas vivas de habla inglesa (en Canadá la llaman nuestra Chejov), la obra de Alice Munro no ha sido aun lo suficientemente traducida al español ni difundida entre nosotros. Su primer libro, Dance of the Happy Shades, apareció en 1968 y desde entonces el New Yorker le hizo un lugar en su columna de ficción. Progreso del Amor que comenzó a distribuirse a partir de este año y Escapada son dos de los cuatro o cinco títulos que se pueden conseguir en nuestro país.
En una entrevista, Alice Munro cuenta su primera aproximación al lugar desde donde partiría su escritura: la tradición del sur de los Estados Unidos. “Lo que más me interesaba, sin ser del todo consciente, eran las mujeres narradoras. Faulkner no me gustaba tanto. Amaba a Eudora Welty, Flannery O’Connor, Carson McCullers y Katherine Ann Porter. Tenía la sensación de que las mujeres podían escribir sobre los freaks, los marginales. Entendí que ese era nuestro territorio, mientras que la gran novela realista era territorio de los hombres.” La lectura, como siempre, marcó el camino y así fue comprendiendo la naturaleza de su espacio narrativo. Decidió contar su propio sur, la región del lago Hurón que está ubicada al sudoeste de la provincia de Ontario. Como todo pueblo chico, los pagos de Munro guardan más de un muerto en cada placard. En el siglo XIX este condado se hizo famoso por haber sido el escenario de la famosa masacre Donelly –una familia católica de origen irlandés que por motivos político-religiosos fue quemada dentro de su propia casa–. Sin embargo no es sólo esa tierra de naturaleza exuberante, emociones reprimidas, excesos sexuales escondidos y explosiones de violencia el que está contenido en la geografía literaria de Alice Munro.
Una vez divorciada de su primer marido, Munro volvió a su pueblo natal y se sentó a observar la casa y el afuera desde su propia ventana. Se instaló en el cuento escribiendo historias durante la siesta de sus hijos cuando todavía eran pequeños. Los cuentos eran demasiado largos, había tramas y subtramas, sobraban personajes. Todas estas anotaciones en los márgenes volvían con sus manuscritos desde la redacción del New Yorker. Sólo diez años más tarde de su primera publicación, cuando el primer premio importante legitimó la obra, sus “errores” de escritura dejaron de contar.
En los cuentos de Alice Munro abundan las mujeres que salen corriendo de sus casas a diferente ritmo y manera. Algunas vuelven arrepentidas y con la voluntad quebrada, otras se casan, engañan a sus maridos, se enamoran de sus amantes, otras adoptan hijos y los matan, algunas de ellas han encontrado la muerte meciéndose en una silla, solas con sus imágenes y sus construcciones del pasado. El dominio de Munro para contemplar a sus personajes en cualquier edad, como si los años le hubieran dado la posibilidad de entender todas las edades al mismo tiempo sin borrarle ninguna, es lo que le permite a sus historias ser completamente actuales, sin importar el tiempo histórico en el que se pare. La mayoría de las historias van y vienen en el tiempo, el largo del salto puede significar un mes o 40 años. No hay nada de terapéutico ni de sentimental en esas visitas al pasado sino dos tiempos que se superponen sin más y se conectan. Muchas veces los personajes no recuerdan de la misma manera un mismo episodio. Esto a veces puede iluminar un final, otras determinar que no hay tal, y la mayoría de las veces exponer lo simultáneo de la vida.
El cuento con el que abre, y que le da nombre al volumen El progreso del amor, es un texto donde se concentran los pilares de la doctrina Munro. Hay una mujer cuya madre acaba de morir y la oportunidad de volver a entrar a la que fue su casa de la infancia. La narradora recorre esa casa vacía que se va poblando de a poco: el relato sobre el intento de suicidio de su abuela tratando de estrangularse en el fondo de la casa y frente a ella, su madre a los nueve años intentando salvarla. La casa familiar, convertida en un personaje en sí misma, contiene las historias de cada familia que pasó por ella, configurándose como punto de origen y de partida de la mirada narradora. En este volumen, las historias de los vínculos entre amigos, hermanos, padres, hijos y esposos dan cuenta del desconcierto frente a lo ilusorio del amor en todas sus expresiones.
En Escapada, las mujeres protagonistas de los relatos se encuentran de una u otra manera en situación de huida y al huir, trazan una línea divisoria y de pertenencia. Las mujeres que se escapan salen o llegan a pueblos pequeños de los que nunca formarán del todo parte. Como en la trilogía que conforman los relatos “Destino”, “Pronto” y “Silencio”, donde la vida de Juliete se despliega desde sus años como estudiante de letras clásicas, cuando deja la casa de sus padres, hasta la vejez, momento en el que su única hija se va de su lado para unirse a una secta en busca de la espiritualidad que su madre no supo ni creyó necesario inculcarle. Juliete, luego de cinco años de angustia sin saber nada de su hija, se entrega a la espera de alguna noticia “como las personas que saben es mejor la esperanza de bendiciones no merecidas”.
Las mujeres de Munro definitivamente están escapadas. Marcan camino siguiendo algún tipo de señal por las que ningún otro comenzaría a dar un solo paso. Creen en la magia, en los fenómenos paranormales y en lo que excita al cuerpo. Margaret Atwood, coterránea de Munro no sólo desde lo geográfico, es una de sus mejores lectoras: “Empujar los límites sexuales excita a muchas de las protagonistas de Munro; pero para poder franquearlos hay que saber exactamente dónde se encuentra el alambrado, y el universo de Munro está atravesado por muchas fronteras minuciosamente delimitadas. Manos, sillas, miradas, todas forman parte de un intrincado mapa interior recubierto con alambre de púa, trampas, bombas y caminos secretos que atraviesan los arbustos”.
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