Cuando Siegfried Kracauer, uno de los guías espirituales de la Escuela de Frankfurt, decidió tomar a la novela policial como objeto de análisis filosófico, estaba dando un paso de enorme audacia y originalidad. Texto que sufrió avatares editoriales y de traducción, se publica ahora en castellano.
› Por MartIn Glatsman
Resulta admirable la capacidad que Kracauer tuvo para relacionar esferas tan disímiles como la del relato policial clásico y las provenientes del campo filosófico. Con una rigurosidad conceptual admirable, quien fuera el director de las páginas culturales del prestigioso diario Frankfurt Zeitung en los años ‘20 del siglo XX, se animó a pensar filosóficamente sobre un género que hasta entonces era considerado menor en los claustros académicos. La novela policial. Un tratado filosófico, fue escrito entre 1922 y 1925 con un lenguaje riguroso y técnico. Partiendo de una crítica a la racionalidad de la sociedad contemporánea, Kracauer toma los relatos de la novela policial clásica –Poe, Conan Doyle, Maurice Leblanc o Gaston Leroux– como una excusa para fundamentar el vaciamiento y la pérdida de sentido en que ha devenido la vida social en el capitalismo industrial: “La novela policial le muestra a una sociedad despojada de la realidad su propio rostro, un rostro mucho más real del que jamás podría llegar a ver de otro modo”.
Durante la escritura del ensayo, Kracauer se encontraba en una etapa intelectual que los críticos coinciden en llamar romántico-teológica. Por un lado, el romanticismo lo acercaba a un estilo de crítica que denunciaba el carácter inhumano de las relaciones sociales petrificadas por el espíritu del cálculo y la especulación –ratio–. Por el otro, su fase teológica respondía a un llamado nostálgico por la necesidad de encontrar una referencia divina o transcendente que debilite la pérdida de sentido, el advenimiento de la tristeza y la soledad, o el vacío espiritual contemporáneo. Esto explica gran parte de la estructura del ensayo de Kracauer. No nos encontramos con el comentario acerca de algunos detectives célebres –Arsène Lupin, Joshep Rouletabille, el Padre Brown o Sherlock Holmes– sino con el intento de analizar, con la ayuda de los conceptos filosóficos esgrimidos por Kant, Simmel y Kierkegaard entre otros, y a partir de la estructura de la novela policial clásica, la paradoja existencial del hombre moderno: “como ser verdaderamente existente, el hombre vive en un estado de continua tensión. Su lugar está entre el arriba y el abajo. Es parte de lo creado, lo elemental, lo simplemente existente, pero también de lo otro, de la palabra del más allá y de las enunciaciones; es real en cuanto mantenga su participación entre el arriba y el abajo”. Precisamente, todo el trabajo de Kracauer está articulado para demostrar que en la novela policial clásica ya se encuentra la posibilidad de leer estas parejas de opuestos que sostienen la tensión existencial del hombre moderno.
Tal vez la más importante comparación sea la que Kracauer realiza en el capítulo El vestíbulo del hotel. Allí, se encuentra el análisis del “hall del hotel”, en donde Kracauer entiende que no puede existir una relación auténtica entre individuos, sino más bien una relación con la nada, con el anonimato de los huéspedes que coinciden formalmente en un espacio. Ahora que los escandinavos se han puesto de moda en la novela policial, vale la pena recordar el uso que Kracauer hace del fragmento del libro La muerte entró en el hotel (1921), de Sven Elvestad: “un gran hotel es un mundo en sí mismo; este mundo es como el otro gran mundo. Aquí van y viene los huéspedes ocasionales con sus personalidades estivales ligeras, despreocupadas, sin sospecha de que entre ellos se mueven extraños misterios”. Por el contrario, el espacio que representa el templo se erige para Kracauer como imagen contrapuesta, como eventual ámbito en donde los individuos se reúnen y se reconocen como representantes de una comunidad auténtica y de sentido.
Fiel a su método estrechamente emparentado al de Walter Benjamin, Kracauer era un amante de los detalles y del pensamiento fragmentado en busca de imágenes y símbolos que de algún modo será necesario interpretar para recomponer el espejo astillado de una totalidad social y culturalmente desgarrada. Sabemos que paralelamente a la escritura del Tratado, Kracauer realizaba una intensa tarea de escritor con sus artículos y ensayos en el diario Frankfurt Zeitung, donde demostraba precisamente su acusado olfato para describir y remarcar la patología de fenómenos sintomáticos de la vida cultural de su época.
Por distintas razones, el texto sobre la novela policial quedó inédito hasta 1971, año en que tuvo su primera publicación en inglés. Acaso como justicia al autor, que en 1947 había publicado en el mismo idioma, y ya en su exilio, la obra que lo haría conocido mundialmente, la original historia psicológica del cine alemán: De Caligari a Hitler.
La lectura del Tratado demuestra que la aventura de Kracauer fue beneficiosa para el pensamiento crítico. Que la habilidad para percibir las posibles relaciones entre la filosofía y el género policial no era un mero regodeo para encontrar temas snobs y apartados del interés intelectual del momento sino el legítimo recurso que un crítico encuentra para expresar sus ideas del mundo.
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