Nadie denunció los desmanes del periodismo de su tiempo, el tiempo de la Primera Guerra Mundial, como Karl Kraus. Una recopilación de sus artículos en La Antorcha lo revela como el más cáustico metaperiodista entre los periodistas.
› Por Mariano Dorr
Si el objetivo de la prensa escrita fuese informar los acontecimientos más significativos de su comunidad, no pocas veces el periodismo se encontraría en la paradójica tarea de investigar el origen espurio de sus propios titulares. Karl Kraus (1874-1936) fundó en 1899 una publicación (La Antorcha) en la que se ocupó exhaustivamente (entre otros fenómenos modernos) del análisis y la denuncia de las consecuencias nocivas del negocio de fabricar noticias. El autor vio en el periodismo al cómplice y responsable de los peores males de su época, desde la corrupción del lenguaje (evidenciada en la proliferación de la “frase hecha” y la desaparición de la fantasía) hasta la exaltación de la guerra. Precisamente, esta selección de artículos publicados en La antorcha lleva como subtítulo “De cómo la prensa liberal engendra una guerra mundial”.
El excelente estudio preliminar a cargo de Marcelo Burello sirve de guía para aquellos que se inicien en la lectura de uno de los autores que influyeron de forma decisiva en el espíritu crítico que motivó a la Escuela de Frankfurt: “En el periodista, a quien famosamente definiera como aquel que no tiene una idea pero puede expresarla, Kraus veía a su mayor adversario. Le preocupaban menos los criminales y los políticos corruptos que los malos periodistas (que para él, a decir verdad, eran todos)”, escribe Burello.
Cuando estalla la Primera Guerra, Karl Kraus pasa algunos años en “silencio”, hasta los últimos días de 1914, cuando aparece su artículo más reconocido, “En esta gran época”, un texto imperdible: “En esta época ruidosa, que retumba con la escalofriante sinfonía de hechos que provocan noticias y de noticias que tienen la culpa de los hechos: en una época así, de mí no esperen ni una sola palabra propia (...). Tampoco podría yo decir algo nuevo: en el cuarto en el que uno escribe hay tanto ruido, y no es hora de decidir si proviene de animales, de niños, o de morteros”. La sátira de Kraus es impactante, su esfuerzo por convertirse en el antiperiodista lo exhibe como un maestro del ensayo: “Uno no le cree a un comandante que los pantanos son importantes hasta que un cierto día ve a Europa sólo como los alrededores de un pantano”.
Plumas en sangre y espadas en tinta, Kraus escribe que cobrar por cometer atrocidades no es tan insultante como cobrar por inventarlas. El odio a la prensa es extremo: el periodismo es el servicio militar del poeta.
La experiencia de leer los periódicos de su tiempo despierta en Kraus “el asco por las palabras” de esos “escribientes que pusieron las cosas negro sobre rojo cuando la humanidad fue crucificada. ¡Pluma a pluma, canalla a canalla, han de limpiar el baño de sangre que nos prepararon y que tanto nos alabaron!”, escribe en un artículo de 1918, “El juicio final”. En “Viajes promocionales al infierno” (1921), Kraus cita textualmente la oferta de un diario: “¡Viaje en auto por los campos de batalla! Al precio reducido de 117 francos. Impresiones inolvidables. ¡Sin trámites de aduana! ...Un recorrido por las campos de batalla en la zona de Verdún le permitirá al visitante captar la esencia de la atrocidad de la guerra moderna”. Kraus reflexiona: primero se lleva a la humanidad a los campos, a morir; después, a los sobrevivientes, ahora turistas: “Un millón y medio (de personas) se desangraron justo ahí donde ahora está todo incluido: el vino, el café, y lo demás”.
Los nueve artículos seleccionados ponen de manifiesto la enorme importancia del trabajo de Karl Kraus en su misión, al frente de La Antorcha, como periodista metaperiodístico.
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