Dom 15.12.2002
libros

RESEñAS

Exhumación

Museo: Textos inéditos
Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares

Ed. Sara Luisa del Carril
y Mercedes Rubio de Zocchi
Emecé
Buenos Aires, 2002
262 páginas

Por Sergio Di Nucci
En Cuando alguien muere, Jules Romains describe las ondas expansivas que provoca la noticia de la muerte de una persona, desde el escándalo hasta el olvido. Y narra las muchas anécdotas equivocadas que se cuentan del muerto, o aquellas que por verdaderas nunca se dijeron porque era mejor callarlas.
A más de cien años del nacimiento de Borges y casi noventa del de Bioy Casares, las repercusiones de sus obras siguen siendo inconmensurables. Un consenso casi unívoco las ha erigido en una posición inexpugnable en la historia de la literatura argentina y el valor de ellas es hoy indiscutido, y pasa por indiscutible. A medida que son traducidas al malayo, al coreano o al swahili, se suman continuamente nuevos admiradores, que exigen, al igual que los viejos detractores, anécdotas revelatorias de sus autores, declaraciones ocultas, escritos inéditos.
El conocimiento cara a cara del escritor muchas veces es angulado como una manera lateral y hasta anecdótica de acercarse a quien, en suma, sólo importa por su obra. Sin embargo, en el caso de Borges y Bioy Casares hubo siempre quienes se han obstinado en desmentir este prejuicio. Por ejemplo Jorge Asís y su Borges orinando. O el Borges protohomosexual de Estela Canto. El Bioy miserable de Elena Garro, o dueño de una irrenunciable cobardía según Silvina Bullrich o David Viñas.
A veces, la publicación de ciertos escritos inéditos iguala las expectativas que producen las anécdotas, rara vez su poder casi fotográfico, inescapable. No hay por qué inquietarse con la aparición de Museo: Textos inéditos, el volumen al cuidado de Sara Luisa del Carril y Mercedes Rubio de Zocchi que reúne algunas de las colaboraciones entre Borges y Bioy encontradas hasta el momento de modo disperso y circunstancial. Las aquí amontonadas cimientan la reputación de sus autores, reafirmándola sin defraudaciones ni incomodidades. Se reproduce el citadísimo folleto sobre la leche cuajada, los pequeños ensayos y fragmentos inorgánicos aparecidos en Destiempo, Los Anales de Buenos Aires y Sur —aquellos característicos, plagados de descuidos voluntarios y finales siempre abiertos porque no había finales ni comienzos—, argumentos de novelas policiales, prólogos y manifiestos breves, guiones cinematográficos, traducciones impecables de autores impredecibles, entrevistas bobas y declaraciones hilarantes. Por último, dos textos que muestran lo que pensaban uno del otro y de su amistad “a la inglesa”. Porque si a alguien quisieron Borges y Bioy fue, sobre todo, a sí mismos. Unos de los logros laterales de Museo es que pone una vez más al alcance de todos las distancias que hoy hay con respecto a ellos. Distancias que se presentan como cualitativas: el alejamiento, en ambos, del conocimiento crítico, sobre el que se basa el saber universitario, en beneficio de un conocimiento “directo” de las obras literarias, la renuncia a la jerga —porque, en contra de lo que se cree, antes sorprenden por la precisión que por una terminología secreta—, el interés por el detalle y el desvío, las alusiones, citas y referencias que nunca son un chiste para el lector común, sino un modo de tomarle el pelo a la literatura.
No puede dejar de señalarse cómo un libro que reúne tal dispersión habla sin embargo con tanta fidelidad de los temas y subtemas tradicionales en Borges. Su pasión por los cuchilleros casi litúrgicos, por la milonga ylos compadritos, pero también por las costumbres vikingas y nórdicas, tan lejanas y cercanas a la vez. Bioy parece aquí respetar el afán de Borges en divorciar totalmente las armas y letras, en poblar de mitos Buenos Aires y el mundo —desconociendo el valor desmitificador de la literatura—, en el amor que le prodiga al gaucho, al malevo, al argentino que está solo y espera la ocasión de poner a prueba su coraje.
De El sueño de los héroes de Bioy Casares, Borges celebró la refundación del “mito criollo” y la abominable valentía, pero valentía al fin, de uno de sus personajes, el más ridículo. El encomio no pudo ser más adverso a las ideas de Bioy. Pero después de todo se trató de un equívoco en el que incurrieron siempre sus mejores personajes: el que es efecto de un problema de visión.

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