Dom 15.12.2002
libros

LOS EXTRANJEROS

Segundas partes

MIDDLESEX
Jeffrey Eugenides
Farrar, Straus and Giroux
Nueva York, 2002
530 págs.

THE LITTLE FRIEND
Donna Tartt
Knopf
Nueva York, 2002
556 págs.

POR RODRIGO FRESAN
En 1992, la muy joven escritora norteamericana Donna Tartt debutó con The Secret History –un thriller culto con estudiantes asesinos en exclusivo colegio privado muy a la John Fowles, traducido al castellano como El secreto– y conoció un formidable éxito de crítica y lectores. En 1993, el muy joven escritor norteamericano Jeffrey Eugenides debutó con The Virgin Suicides –una inquietante y epifánica novela con “familia disfuncional en los suburbios” muy a la John Cheever, traducida al castellano como Las vírgenes suicidas– y recibió un formidable éxito de crítica y lectores. A Tartt y a Eugenides se les auguraba lo mejor de lo mejor: lejos de la literatura juvenilista y coyuntural y feroz que por entonces publicaban sus contemporáneos, una y otro habían preferido visitar mundos inequívocamente propios a partir de mapas realistas ligeramente enrarecidos por lo fuera de este mundo. Pero Tartt y Eugenides –desoyendo el canto de sirenas de la industria editorial– prefirieron tomarse su tiempo a la hora de salir a actuar el siempre decisivo segundo acto de sus carreras. Así, en otro siglo y en otro milenio, por fin llegan sus respectivas –y siempre riesgosas– segundas novelas después del estreno triunfal.
Si, según el propio Eugenides, el escritor que más ha influenciado su estilo es García Márquez, entonces Middlesex (de la que Eugenides vino publicando largos fragmentos en The New Yorker a lo largo de estos largos años) abandona la perfecta concisión “de cámara” que tenía Las vírgenes suicidas para intentar el triple salto mortal de un Cien años de soledad con pesadillesco Sueño Americano, saga familiar con incestuosos abuelos griegos inmigrantes, y una aguda y grave voz narradora a cargo de Callie o Cal Stephanides, heroína y héroe hermafrodita que, desde la primera línea, advierte que “nací dos veces”. Callie/Cal –niña hasta los catorce años, joven de ahí en más– es el vehículo escogido por Eugenides para narrar la historia de un país, los Estados Unidos, con insalvables problemas de identidad y, también, la de un clan maldito por la caprichosa conducta de genes y de humores. Mucho más ambiciosa que Las vírgenes suicidas –pero también mucho menos personal, al punto que podría haber sido firmada por John Irving o Mark Helprin–, la novela comete el peor de los pecados posibles: amontonar una sorpresa tras otra sin que ninguna llegue a conmover del todo, porque la tan correcta como predecible arquitectura del libro parece anunciar cada uno de sus giros y piruetas.
The Little Friend es mucho más interesante a pesar de sus evidentes defectos (una escritura pantanosa y barroca y, en ocasiones, irritante como mosquito de Nueva Orleans), que acaban siendo incorporados como ingredientes virtuosos de aquello que podríamos denominar Sistema Tartt y que ya era evidente en El secreto: una lentitud de vértigo a la hora de mover una trama donde lo que en principio parece puro déjà vu enseguidamuta a incertidumbre iniciática. The Little Friend es –por encima de todo– una novela sureña: heroína preadolescente digna de Carson McCullers, atmósfera gótica con ecos de Flannery O’Connor, familia desbordante de parientes un tanto raros y muy Faulkner y, al fondo, el asesinato jamás resuelto de un hermano mayor inequívocamente Tartt (hermanito de nueve años a quien encontraron ahorcado en un árbol) que la protagonista, por entonces bebé –la formidable y tan querible Harriet Cleve Dufresne– se propone resolver cueste lo que cueste. De acuerdo, The Little Friend es tal vez más larga de lo que debería ser, está claramente enamorada de sí misma; y tal vez la resolución no se ajuste a los dictados rigurosos que impone el género policial del quién-lo-hizo. Lo que ha indignado a muchos –los fans de El secreto parecen odiarla, según puede leerse en las opiniones de lectores en la librería virtual Amazon.com– mientras que buena parte de la crítica más exigente parece complacida por este giro entre freak y cuasi-proustiano de Tartt a la hora de escribir una de esas novelas que, como las arenas movedizas, te absorben sin prisa y sin pausa hasta que se descubre, de golpe, que uno no va a poder soltarla hasta la última página sin entender del todo muy bien por qué. Un libro raro y único a partir de lugares comunes que enseguida crecen a territorio privado y que convierte a Tartt en alguien mucho más interesante –pocas cosas más extrañas que la vampírica fotografía de la autora en la solapa– de lo que ya era.
En resumen: el de Eugenides es más “divertido”; el de Tartt está mucho mejor y más bizarramente escrito; ambos serán traducidos en el 2003 (Middlesex en Anagrama, The Little Friend en Lumen); y, amigos y amigas, nos vemos y nos leemos, quién sabe, dentro de unos diez años.

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