De Mariátegui a Foucault, María Pía López incursiona en la sensibilidad vitalista recuperando la pasión del ensayo.
› Por Gabriel D. Lerman
Hay en el último libro de María Pía López una expresión doble sobre antiguas implicancias entre forma y contenido. En primer lugar, porque un trabajo de investigación filosófica sobre vitalismo y juvenilismo no podía presentarse, es decir pensarse y decirse, y escribirse, en un esquema de escritura cartilla, tesis anglosajona de introducción, marco teórico, planteo de hipótesis, revisión, conclusión, bibliografía utilizada y ya. No, no podía ser así porque en la forma misma de organización de ese pensar, de vinculación de autores y conceptos, surge una opción intelectual que coloca a la autora en un mismo mundo de representación. En tal sentido, lo que ahora conocemos como el libro Hacia la vida intensa. Una historia de la sensibilidad vitalista es, en sí mismo, una vuelta al ensayo filosófico, una reelaboración del género, una apuesta mayor que lo constituye en un modelo de tesis ensayística. Pero además, que el tema en cuestión sea el vitalismo pone a este trabajo en un borde que interpela a la propia filosofía como posibilidad de reflexión sobre el mundo, y le devuelve un ámbito de intervención eficaz sobre el pensar contemporáneo que no le escapa al drama de los lenguajes moribundos, de aquello sobre lo que parece que ya nada puede decirse, del aparente divorcio entre ideas y técnica, sensibilidad y acción política, gestión y tecnocracia, creación y futuro.
La idea de mito, la de “vida” misma y de filosofías de la vida, dice Pía López, parecen portar un riesgo y una amenaza: el de un parentesco ineludible con el fascismo. Pero, ¿se puede privar al pensamiento de transitar ciertas fronteras como la ambigüedad, la complejidad, la crítica, bajo el pretexto de su peligrosidad objetiva?, se pregunta. ¿No es, por el contrario, la privación, la restricción a un orden que debe ser preservado, el momento en que una predisposición fascista anida en el pensamiento? El devenir del pensamiento nietzschiano –de la rebelión al nazimo, del silencio a la recuperación por Foucault– es un ejemplo de regreso de un corpus que brinda una productividad filosófica y teórica, antes que la constatación de tal acontecimiento congelado en la historia de las ideas.
La pregunta por el vitalismo obliga a Pía López a ubicar su enunciación académica en un lugar distinto a la interrogación entomológica de las ideas, y a la elección del ensayo como espacio de despliegue de una incomodidad. El ensayo, dice, es lo otro de la escritura académica. Es el reconocimiento de una investigación que no cesa: que no es realizada en otro lado para luego ser comunicada, sino que sigue efectuándose en la exposición misma. El nudo donde anida una densidad mayor es en el trío Nietzsche, Bergson y Simmel, herederos de cierto romanticismo y promotores hacia adelante de aspectos fundantes del existencialismo y la fenomenología. Pero muchos vitalismos son el vitalismo. Desde las invectivas de Lugones hasta el realismo de Mariátegui, de Nietzsche a Foucault. Contra el estereotipo que puso a la sensibilidad vitalista en el altar de la ingenuidad y el mero fluir vital, quitándole espesura política, efectos mayores y duraderos, esta poderosa tesis devuelve la pasión a donde nunca debió ausentarse.
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