Gioconda Belli ha logrado ocupar un lugar singular en la literatura latinoamericana. Su adhesión a la revolución sandinista fue mucho más allá de la retórica, y después de participar en forma activa y militante, empezó a escribir narrativa. Con El país de las mujeres, una sátira que sin renegar de un tono divertido y original logra llegar al corazón de la problemática histórica y de género de Nicaragua, obtuvo el Premio Hispanoamericano de Novela La Otra Orilla. Además, esta semana visitará la Argentina.
› Por Luciana De Mello
Hay relatos que alumbran desde la misma historia que se narra, y con eso basta para leer el todo en la parte. Pero también están los que encierran una escritura que dialoga cara a cara con las marcas en el cuerpo de esa experiencia más íntima que les dio vida. Lo escrito se convierte en ese terreno donde lo privado se hace público y como tal, político. Pero entonces hay un segundo momento, y es cuando esas marcas que hicieron posible el texto dan lugar a otro desplazamiento: el que liga a la escritura con la comprensión, con una aprehensión mayor de la experiencia vivida. El país de las mujeres, la última novela de Gioconda Belli, pertenece a esta clase de alumbramientos. Lo personal en Gioconda Belli va desde el seno de una familia de alcurnia –con un hermano miembro de las altas esferas del Opus Dei– pasando por el primer poema erótico que publicó a los veinte años y que causó un escándalo en la sociedad, valiéndole no sólo el rompimiento con su familia y la separación de su primer marido, sino la decisión de trazar su propio camino y unirse al Frente Sandinista de Liberación Nacional. Los momentos más apasionantes de la historia de Nicaragua le cruzaron la vida: la lucha en el Frente, sus amores, el encuentro con Fidel en Cuba, el exilio alejada de sus hijos, y el regreso tras el triunfo de la revolución que derrocó a la dictadura somocista, momento en el que Belli ocupa importantes cargos políticos directamente subordinada a la Dirección Nacional del FSLN, hasta la derrota electoral de 1990.
Luego de la urgencia de la revolución, el tiempo de la prosa se hizo posible y –con el mismo erotismo con que forja su poesía– Gioconda escribe su primera novela, La mujer habitada, basada en su propia experiencia como guerrillera. Trece años más tarde, Belli sintió que la historia no se terminaba ahí, que el peso de narrar lo que realmente había vivido en los años de la guerrilla era importante no sólo para su propia elaboración de la experiencia sino para las nuevas generaciones de jóvenes que nunca vivieron el desafío de “abandonar el yo y abrazar el nosotros”; como describe la autora. Escribió entonces su memoria autobiográfica titulada El país bajo mi piel.
Ahora, El país de las mujeres es en parte una revancha, una crítica a lo que se dejó de lado dentro del mismo Frente en el tramado de la revolución: la desigualdad, la desvalorización, el poder erótico –del eros como vida– de las mujeres. Así, la novela imagina un Estado gobernado únicamente por mujeres, luego de que la erupción del volcán de Faguas, territorio literario que se encuentra en varias de sus obras y que representa a Nicaragua, hiciera bajar el nivel de testosterona en los hombres. Viviana Sansón, presidenta del PIE (Partido de la Izquierda Erótica) aprovecha entonces esta situación para que los hombres puedan quedarse en la casa haciendo las tareas domésticas y dedicándose también al cuidado de los hijos. Las mujeres que dirigen el país son militantes del felicismo (ideología cuyo objetivo principal es promover la felicidad en el plano privado para que el reflejo del bienestar personal impulse el desarrollo de un país más igualitario) y junto al resto de las mujeres de Faguas cuestionan los valores y la estructura de una sociedad que, como todas, siempre ha estado dirigida por hombres. Las integrantes del PIE toman cada uno de los denostados estereotipos femeninos y lo llevan hasta a las últimas consecuencias. Ellas, por ejemplo, dicen: “Vamos a limpiar este país, lo vamos a barrer, lo vamos a lampacear, lo vamos a dejar brillante, oloroso a ropa planchada”.
Suena disparatado y es divertido, y si Gioconda Belli no fuese quien es, la mujer que además de guerrillera fue madre, esposa, y la escritora contemporánea nicaragüense más reconocida en el mundo entero, tal vez su novela sería leída de otra manera. Sin embargo, vaya sorpresa, el PIE realmente existió. Durante los años de la lucha armada, Belli integró este partido secreto junto a otras compañeras del Frente. “Conspirábamos secretamente para mover la agenda femenina dentro de las diferentes partes de la revolución. Como suele suceder en las revoluciones, ‘la mujer participa’ hasta el momento que triunfa la revolución y ahí te quieren mandar de vuelta de donde viniste”, recuerda la autora.
El país de las mujeres comienza con un atentado a Viviana Sansón –su presidenta– y la narración de lo que sucede como consecuencia durante la investigación que busca encontrar a los autores del ataque, y del coma por el que atraviesa la mandataria luego del disparo, está construida a partir de distintos registros como el blog, el artículo periodístico, la entrevista, los discursos oficiales. Esta polifonía repone tanto el contexto histórico en el que se enmarca la novela, como la historia personal de cada una de las mujeres que gobiernan Faguas. El relato de Patricia –que ya al comienzo de la novela es conocida como Juana de Arco tras su cambio de nombre– es donde se cifra el motor de la historia, el extracto que contiene no sólo la situación de las mujeres sexualmente explotadas sino la dimensión de cuán trascendente puede llegar a ser para otro ser humano un solo gesto de solidaridad. Antes de fundar el PIE, Viviana era presentadora de un programa de noticias en televisión. Allí se involucra con una investigación que la lleva hasta Patricia, una joven de dieciocho años que había sido vendida por su tío –primer hombre que comienza a abusar de ella desde niña– a un magistrado del gobierno de turno. Allí es encerrada y sometida a todo tipo de vejámenes sexuales hasta que finalmente logra escapar. Este encuentro cambia por completo el curso de sus vidas: Viviana apuesta toda su energía a trabajar por un cambio radical en su país y Patricia, tras convertir su vida y su nombre en el de Juana de Arco, acompañará a Viviana en esa empresa. Una historia con final feliz, la de Patricia. Pero es imposible que en ella no resuene la que Gioconda Belli escuchó de la boca de Zoilamérica Narváez –-anteriormente Zoilamérica Ortega– cuando en octubre de 1998 se solidarizó con ella y la entrevistó en su casa, en uno de los pocos reportajes que no la culpabilizaron sutilmente por haber sido abusada desde los once años por su padrastro y actual presidente de Nicaragua, el jefe revolucionario sandinista Daniel Ortega. Belli conoció a Zoilamérica en Costa Rica, durante el exilio. Ella era una niña de nueve años y ya criaba a su hermano menor ese mismo año en el que su madre, integrante también del FSLN, se junta con Ortega y comienza la pesadilla. Ese mundo de cautiverio, de silencio y de vivir fuera del cuerpo que relata Zoilamérica en su charla con Belli, es el que se recrea en el personaje de Juana de Arco. Ambas mujeres, la de la ficción y la verdadera, logran salir de ese estado de exilio del propio cuerpo. Pero la realidad siempre es más cruel. A pesar de que Zoilamérica logró luego de muchos años redactar un testimonio y comenzar un largo juicio contra Ortega y el Estado nicaragüense por negarse a tratar el caso, el actual presidente de la República continúa libre y también al mando del país.
El dolor y la contradicción, no sólo de una historia personal sino de lo que esto significa en el contexto político de un país que sangró por recuperar sus libertades, sigue vivo y seguirá estándolo hasta tanto la justicia no sea posible para todos. Entonces sí, la literatura puede ser también un ajuste de cuentas con la propia historia, un territorio donde aún es posible seguir dando pelea. Como dice la propia Belli: “Mientras existan necesidades en Nicaragua, mientras yo tenga un hálito de vida en mi cuerpo, voy a seguir tratando de poner mi contribución en esta lucha. Ahora mi contribución es a nivel de las ideas, de las palabras, de la poesía, de la prosa. Mi compromiso y mi vínculo no han sido con un partido o con unas siglas, sino con un proyecto, y el proyecto se llama Nicaragua”.
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