Con un tono más relajado y ligero que Escritos sobre escritos, ciudades bajo ciudades, Juan José Sebreli ofrece las páginas variadas y heterodoxas de una microsociología amasada en cuadernos, libretas y archivos varios.
› Por Claudio Zeiger
Otra vez por las rutas de la sociología del detalle, los matices de la vida cotidiana, Juan José Sebreli da a conocer estos Cuadernos, y fiel a su estilo hecho de meticulosidad, cita profusa e interpretación más cerca de las hipótesis que de las tesis, todo comienza con un capítulo que sitúa el lugar del cuaderno, carnet o cahier en la historia intelectual; subgénero o género decididamente menor dentro del vasto e incierto campo del ensayo. Gran capítulo por cierto, como el dedicado a los comienzos (cómo empezar una novela, cómo salir a escena, etcétera, en el arte) pero he aquí que el libro, si bien cumple con el rasgo de la heterodoxia y el tono de la microsociología, difícilmente pueda ser considerado un cuaderno en el sentido más cabal de la figura de escritor que estaría revelando: Sebreli mismo, por ejemplo, en una mesa del café donde suele pasar horas leyendo y conversando, acompañado de una libreta, anotando fragmentos, retazos, unas líneas volátiles y quizás efímeras. En rigor, son pocos los tramos de este libro que responden a esta idea. Algunos apuntes sobre la vida cotidiana, sí. Algunas anécdotas propias y ajenas, sí. Citas extractadas de novelas negras, también. El resto son artículos, ensayos breves y variados que se han ido quedando al margen de otros libros y, en ese sentido, Cuadernos recuerda a una de las obras mayores del autor, Escritos sobre escritos, ciudades bajo ciudades. Vendría a ser la versión relajada de ese recorrido existencial y libresco por el itinerario intelectual del propio Sebreli. El concepto de “cuadernos” es entonces como un marco de contención, un esquema para atrapar el hilo entre vida y literatura, entre los objetos, sus destellos y sus cristalizaciones conceptuales. Para clausurar la parte de lo que sí responde mejor a la idea de “carnet”, de libreta, podemos transcribir la (a nuestro criterio) mejor anécdota que Enrique Pezzoni contaba y Sebreli anota: “Una de esas historias ocurría en un salón de Villa Ocampo donde lucía como alfombra un tapiz firmado por Picasso. Entre los invitados estaba María Rosa Oliver en su silla de inválida. Victoria Ocampo le habría gritado: ‘¡María Rosa, tené cuidado con ese carrito de mierda que me estropeás el Picasso!’”.
Entre las múltiples entradas que ofrece sin dudas un libro de estas características, quizá conviene detenerse en una que aparece en el texto referido a los cuadernos, más precisamente a su forma de engarzar con la tradición argentina del fragmento, la causerie, el diletantismo literario incluido. Mientras una clase social –la de la elite y la generación del ochenta– practicaba la charla de salón, de grupo chico, la literatura de entendidos, sobre todo en los tramos finales del siglo XIX, ya en los albores del siguiente aparecen los cronistas, los periodistas y los buscadores de historias y lenguajes nuevos del asfalto, cuyos máximos exponentes terminarán siendo Soiza Reilly y Roberto Arlt. Por decirlo en términos más contundentes: dandies y plebeyos; patricios y plebeyos.
“Estos ‘cuadernos’ rescatan a estos prestigiosos precursores locales pero difieren tanto de las causeries del ochenta como de las viñetas de Caras y Caretas o de las aguafuertes arltianas; mis temas son universales y polifacéticos y por sus intenciones corren el riesgo de ser calificados como pretenciosos por el periodismo y de superficiales por los académicos.” Más allá de las puntualizaciones del propio Sebreli, cabe señalar que esas dos líneas que se abren y parecen sepultadas, ambas, en el pasado cultural, modelaron la arcilla del propio Sebreli, lo fascinaron a lo largo de las décadas y vuelven a palpitar en Cuadernos.
En definitiva, se trata de la doble atracción por las historias de vida, costumbres y lecturas de los patricios y de los plebeyos. Quizás en el medio se encuentre la zona más incomprendida de la cultura de masas, sobre todo en su faceta técnico-digital, a la que a tientas, a los manotazos, se merodea con unas conjeturas para lo que no parece haber aún nuevas herramientas, aunque honestamente se nota el esfuerzo de Sebreli por no ver todo el presente y el futuro desde una óptica apocalíptica, negra.
El pasado, sin embargo, en su esplendor de belle epoque y en su bohemia no menos espléndida, es un polo de atracción al que el libro no se resiste. Miserias y esplendores de los intelectuales, un poco de cotilleo de la corte y varios tópicos sabrosos: amos y criados, cabarets, desventuras de un taxi boy, Roberto Arlt, Borges y Bioy. Y Cuadernos ofrece, en ese vaivén de clases y culturas, su mejor rostro.
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