Se trata de uno de los escritores mejor considerados y más prolíficos de México. Su obra poética de catorce libros se acaba de reunir en un volumen que acorde con su gran tema, el paso del tiempo, se titula Tarde o temprano. Además, Tusquets publicó su novela breve y de culto, Las batallas del desierto. Una introducción, justo a tiempo, de la poesía y el lenguaje de José Emilio Pacheco.
› Por Angel Berlanga
“Mi desolado tema es ver qué hace la vida / con la materia humana. Cómo el tiempo,/ que es invisible, va encarnando espeso;/ cómo escribe su historia inapelable/ en su página blanca: nuestra cara.” José Emilio Pacheco publicó esos versos en Irás y no volverás, un libro que agrupa poemas escritos entre 1969 y 1972; cuatro décadas más tarde, en “Ambar”, de La edad de las tinieblas, se lee: “Como un ácido, la desmemoria socava las reliquias. Su corrosión lo desordena todo y nos obliga a pensar: la vida está hecha para ser y desvanecerse, no para atestarla de souvenirs. Hacerlo peca contra la fugacidad, niega la naturaleza indestructible del cambio”. Los dos títulos son parte de los catorce libros que componen Tarde o temprano, volumen que reúne la poesía publicada hasta el momento por este gran escritor nacido en México en 1939. Tarde o temprano: cuestión de expandir un poco y ahí está todo el tiempo, y todo lo que habita en él.
Sea herida o disfrute, sea putrefacción o esplendor, esta noción de lo fugaz impregna toda la obra poética de Pacheco. Una fugacidad que, en su (nuestra) percepción, puede experimentarse más allá de escalas, ida y vuelta infinita entre el todo y la parte: la ola y el mar, la ciudad y la partícula, el instante y la existencia entera. Cuando rondaba los veinte escribió ya en su primer libro de poemas, Los elementos de la noche: “¿Cómo atajar la sombra/ si nada permanece,/ si ha sido nuestra herencia la dualidad del polvo?”. Y también: “El polvo es tiempo. / Es la tierra que da su fruto amargo, / el feroz remolino que suspende/ cuanto aquí se erigió”. Y en el segundo, El reposo del fuego, anotó: “Bajo el suelo de México verdean/ eternamente pútridas las aguas/ que lavaron la sangre conquistada”.
Algunos versos de su último libro podrían inclinar una balanza ciega para el lado de la amargura: “Al final del camino la Nada nos espera a todos con sus fauces abiertas”; pero, como dice ahí mismo, “Desde hace mucho tiempo perdí la batalla y sin embargo no me rindo”. O también, mejor, en “La plegaria del alba”, el poema que cierra el libro: “Hace milagros este amanecer. Inscribe su página de luz en el cuaderno oscuro de la noche. Anula nuestra desesperanza, nos absuelve de nuestra locura, comprueba que el mundo no se disolvió en las tinieblas como hemos temido a partir de aquella tarde en que, desde la caverna de la prehistoria, observamos por vez primera el crepúsculo. Ayer no resucita. Lo que hay atrás no cuenta. Lo que vivimos ya no está. El amanecer nos entrega la primera hora y el primer ahora de otra vida. Lo único de verdad nuestro es el día que comienza”.
El desolado tema tiene, en contraste, múltiples modos y sonidos: tantos como las formas que Pacheco refleja en sus poemas. Por ser extremista en los ejemplos, sirvan los dos versos de “1968”, “Página blanca al fin:/ todo es posible”, por un lado, y por otro algunos de los poemas en prosa ya citados de La edad de las tinieblas.
Hay unos cuantos sesgos estéticos e ideológicos que se desprenden de estos libros de Pacheco que me dicen: cierta tirria por la novedad y el consumo –y sus secuelas–, rechazo por la explotación y la inquisición –y sus herederos–, ni un toque de divismo, una nostalgia por los lugares que en nombre del progreso dejan de ser. La poesía, ha dicho, es una forma de resistencia contra la barbarie. Caben, en la suya, el retrato y el repudio al marine en Vietnam, la captura sutil y hasta la invención de lo invisible por hache o por be, la despedida al amigo y también, como para ir cerrando este fracaso de inventario, el humor, fabuloso en poemas como “El fornicador”, “La mosca juzga a miss universo” o en la galería de personajes de “Circo de la noche”, parte de La arena errante, publicado en los ’90.
Pacheco recibió el año pasado dos premios de peso: el Reina Sofía (destinado a poesía iberoamericana) y el Cervantes. Es uno de los grandes autores mexicanos contemporáneos (amigo del recientemente fallecido Carlos Monsiváis y de Sergio Pitol) y es autor de una treintena de libros. Su tarea impresiona: profesor en universidades de varios países, director de suplementos culturales, traductor, guionista cinematográfico, cuentista, novelista. Las batallas del desierto es una novela corta que publicó en 1981 y es en su país un clásico: un viaje al recuerdo de Colonia Roma, un barrio de México DF, hacia fines de los ’40, para rescatar una historia de amor narrada, desde aquí y hacia allá en el tiempo, por un adulto que recuerda su metejón con la madre de un compañero de escuela. Pacheco retrata aquí los prejuicios y las tonteras snob, el lenguaje y los múltiples tics de la educación sentimental, el paisaje de cosas, marcas, figuras, canciones. “Me acuerdo, no me acuerdo ni siquiera el año –escribe–. Sólo estas ráfagas, estos destellos que vuelven con todo y las palabras exactas. Sólo aquella cancioncita que no volveré a escuchar nunca. Por alto que esté el cielo en el mundo, por hondo que sea el mar profundo.”
Dos declaraciones de los últimos días lo semblantean algo más: apoya el fin de las corridas de toros que dispuso Cataluña, propone terminar en México con la prohibición del consumo de drogas. Buena noticia: el año que viene Tusquets publicará aquí El principio del placer y otros cuentos, textos escritos en los años ’60 y ’70. De momento, abro al azar y ratifico: “Para que recomience/ lo que se terminó/ alzo un pétalo/ del cerezo inocente e indestructible/ y lo arrojo al viento”.
Tarde o temprano es un libro para tener cerca.
(Versión para móviles / versión de escritorio)
© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina
Versión para móviles / versión de escritorio | RSS
Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux